He estudiado la obra de Raymond Aron (1905-
1983), uno de los intelectuales franceses que más respeto. Les dernières années
du siècle (Los últimos años del siglo) fue su obra póstuma, escrita pocos meses
antes de su muerte, luego de haber terminado su extraordinaria Memorias. Una
vez leído ambos libros, me llamó la atención que, a pesar de su gran dominio de
la geopolítica y de la historia, Aron nunca pudo imaginarse el surgimiento de
China como potencia mundial (de hecho, la relega a un segundo plano y sólo le
confiere importancia regional); igualmente, no avizora el decaimiento de la
hegemonía global de la Unión Soviética.
Su última visión del mundo fue la del
despliegue, por parte del Presidente Reagan, de la famosa Guerra de las
Galaxias, el dominio del espacio para triunfar en la guerra de la próxima
generación, la guerra nuclear recogida en el acrónimo inglés de M.A.D. (Mutual
Assured Destruction), que era el precario equilibrio basado en el miedo a la
mutua destrucción.
Luego de rumiar aquellas páginas de análisis
económico del mundo para la época, de cómo estaba compuesta la estructura que
dominaba el escenario internacional en esos años, de cómo fluían las relaciones
entre los estados y las organizaciones supraestatales, de cómo funcionaba la
disuasión y el control de armamentos, me di cuenta de lo fácil que es para un
experto equivocarse en sus prospectivas.
El factor sorpresa, lo aleatorio, lo
impensable, surge en forma de imponderables en el camino de la historia y
cambia su curso por derroteros que nadie podía haber determinado, lo que
demuestra, una y otra vez, lo equivocado que está el marxismo en su visión
historicista, en tratar de hacer “ciencia” con los asuntos humanos, en atribuir
causas y efectos a los grandes movimientos de la historia, despreciando y
dejando fuera de la ecuación al azar, ese gran determinante de todo lo que
acaece en el universo.
Aron (que no era de la izquierda) venía de
vivir y analizar la Primera y la Segunda Guerras Mundiales en toda su
complejidad, vivió y estudió el decurso de la Guerra Fría, y para principios de
esa década de los ochenta aún no ocurría la caída del muro de Berlín, que fue
en noviembre de 1989, ni la aparición de las agresivas economías de los Tigres
Asiáticos, ni las crisis de Wall Street, ni el surgimiento del islamismo como
fuerza desestabilizadora del orden mundial; el mundo que avizoraba era uno de
continuidad y equilibrio entre los factores de poder en su época.
Justo cuando Aron dejaba el mundo, bajo su
diagnóstico de “Paz imposible, guerra improbable”, el orden internacional
entraba, a vertiginosa velocidad, en otra dimensión, que daría al traste con la
bipolaridad USA-Unión Soviética y presenciaría el encumbramiento de esa otra
civilización, la China.
La gran lección de ese último libro de Aron
es que ni siquiera lo impensable respeta los fines de siglo; lo impensable
ocurre, a pesar de que, tozudamente, hagamos actos de fe sobre nuestro futuro
inmediato, porque en la vida no hay garantías, ni sistemas perfectos, ni ideas
milenarias… donde y cuando menos lo pienses, salta la liebre y el camino es
otro, los actores son diferentes, las fuerzas cambian.
Y hablando de cambios sorpresivos e
inminentes, Maduro y el chavismo siguen
apostando a recetas que ya han fracasado en el mundo, el socialismo no
pasa de una ilusión, de buenos deseos que se convierten en pesadillas e
imposiciones a punta de fusil, el país entero es una sola llaga que no deja de
supurar muerte y miseria y ellos insisten en marcar el camino; Jorge Giordani,
ese indigente espíritu que convierte en basura todo lo que toca, el apócrifo
gran Gurú de las finanzas, que pretende imponernos un mundo perfecto,
controlado e indexado, no deja de sorprendernos con su insistencia en que el
camino que escogió para el país es la ruta al paraíso, a pesar de las
evidencias de corrupción, comida podrida, hospitales en ruinas, crisis
ambientales, industrias básicas en quiebra, desabastecimiento e inflación
incontrolada, se atreve a seguir insultando nuestra inteligencia con más
planificación estalinista que, desde una oficina llena de geniecillos del mal,
pretende controlar toda la economía del país.
Pero los últimos acontecimientos que sacudieron la política del país dan cuenta de cuán azarosa es la vida de las naciones. Maduro nunca vio venir la protesta estudiantil, no con la fuerza y la magnitud con que se presentó en todo el país; los órganos de inteligencia cubanos tampoco pudieron predecirla, se prendió la chispa en el Táchira y, en cuestión de días, tenía el incendio a las puertas de Miraflores.
Su reacción brutal a los acontecimientos sólo
agravó la situación, el uso de sus escuadrones de la muerte trabajando en
cooperación con las Fuerzas Armadas terminó de liquidar la institucionalidad de
los organismos de seguridad, ya Venezuela entera sabe quién es el enemigo y que
las órdenes vienen de La Habana.
Al mismo tiempo, las decisiones del Tribunal Supremo de Justicia para poner presos a los alcaldes opositores, violando las normas elementales del justo proceso, saltando a la torera la Constitución Nacional, terminó de desarticular el aparato judicial como instancia solemne y confiable para resolver los conflictos.
La trampa que se montaron en la OEA, con la
censura y el veto clientelar de los países comprados, para que la diputada
María Corina Machado no pudiera expresar su visión de los graves
acontecimientos en Venezuela, logró todo lo contrario a lo que se proponían,
provocando el repudio mundial de esa organización, actualmente en manos del
crimen y la dictadura.
Maduro sigue creyendo en la efectividad de sus convocatorias para la paz, como manga para forzar a los venezolanos, como si fuéramos ganado de su propiedad, a recibir en el brete el hierro candente de su marca; mal asesorado por el castrocomunismo, nos trata como si nuestro pueblo fuera el de Cuba, exhibiendo su infinita torpeza y desconocimiento, al punto de que no ha advertido que desbarató toda posibilidad de resolver el conflicto “por las buenas”; mientras, su posición personal y política se desmorona y pierde ascendencia entre los militares.
Puso a los cubanos a
desempolvar el plan “B” y ha abierto una caja de Pandora, en el plano nacional
como internacional, para justificar esas “otras vías” que nadie se atreve a
mencionar.
Un ejemplo de cómo el azar puede cambiar la
historia en un pestañar
Saúl
Godoy Gómez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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