Ya se veía venir esta fractura dentro de las
fuerzas políticas de la oposición cuando el candidato Enrique Capriles ganó las
elecciones presidenciales y el gobierno chavista hizo el fraude electoral para
posicionar a su candidato, el ciudadano colombiano Nicolás Maduro como
presidente de Venezuela, Capriles carecía del carácter y la aptitud para
remontar la cuesta que el crimen organizado y Cuba le imponían, que se traducía
en no solo protestar por el fraude sino de imponer acciones de calle y
movilizaciones de sus fuerzas hasta lograr su reconocimiento, que el candidato
Capriles se negó a desplegarlas por pruritos de orden personal, aduciendo a un
pacifismo y una conducta democrática que nada tenían que ver con la realidad
del momento. Yo me encuentro entre quienes lo apoyaron
creyendo que se trataba de un hombre integro que llevaría hasta sus últimas
consecuencias el despojo del que fue víctima. Pero me fui dando cuenta que
Capriles personalizaba el asunto de manera insensata, era su moral, sus
principios, sus creencias las que importaban por encima de la voluntad de
millones de venezolanos que le dimos el voto y lo apoyamos para que fuera
nuestro presidente.
Resultó ser que Capriles, a pesar de
fulgurante carrera política era un “gallo muerto”, sus logros de juventud eran
consecuencia de que era el hombre correcto en el momento preciso, y de allí su
meteórica carrera que lo llevó de ser el más joven presidente del Congreso al
más joven Alcalde y luego Gobernador de Estado, al más joven candidato a la
presidencia de la república, todo esto por puro “serendepity”, porque las
circunstancias lo premiaron, no por su esfuerzo y mérito, sino por su tenacidad
y paciencia, era al que le tocaba, y principalmente, porque era “neutro”.
Fue durante su campaña presidencial donde se
despertó algo de carisma, tuvo momentos donde brilló con luz propia, con un
discurso adecuado, diferenciándose de su oponente, donde ganó el aplauso de
miles, de millones de venezolanos que le entregamos nuestra esperanza.
Pero algo no estaba bien, Capriles era uno de
los muchos jóvenes tecnócratas que salieron del partido Primero Justicia, ese
partido político que más que partido era una escuela de burgo maestres, de
conserjes de municipios y gobernaciones que tenían como único propósito hacer
bien su trabajo administrativo y tener orden en las cuentas públicas, que no
era poca cosa, en medio de tanto desbarajuste y corrupción, estos muchachos que
hacían bien su trabajo y llevaban su gestión con cierta transparencia, era un
cambio, pero de allí a ser verdaderos políticos, había una gran trecho.
Primero Justicia nos dio una camada de
gerentes profesionales de alto nivel, la mayoría abogados bien preparados que
conocían de las leyes, que creían y funcionaban en ambientes institucionales,
donde el respeto a la ley era fundamental, venían de buena familias, su
paradigma era funcionar en gobiernos democráticos donde imperaba el estado de
derecho.
Pero los chavistas eran una mutación extraña
que jamás se conformaron a esos parámetros e ideales, estos criminales
asociados a la cuba castrista trajeron una manera muy propia de hacer política
que no se conformaba con los modelos que el país había visto en su modernidad.
Simplemente Chávez le dio una patada a la
mesa y empezó hacer lo que le dio la gana como le dio la gana, engañaba,
manipulaba, se contradecía, no tenía palabra, no respondía sino a su propio
interés y al de sus amos, los hermanos Castro en Cuba, y ante la barbarie
implantada, nuestros pequeños héroes del orden y la ley quedaron in capitis
diminutio, es decir, ¡caput! Ninguno de
ellos tenía el valor para enfrentarlos en sus términos de violencia.
Capriles se ha comportado como si fuera un
Lord Inglés ante los caníbales que quieren comérselo, apelando a sus más altos
valores y principios, exigía respeto y los caníbales lo meaban entre
carcajadas, Capriles se ofendía y los antropófagos le brindaban sus mejores
cuescos.
Ninguno de nosotros se dio cuenta a tiempo,
habíamos elegido mal, y eso tendríamos que pagarlo, y muy caro.
Capriles por su parte, creyéndose el ungido
luego de ese baño de popularidad y entusiasmo de una mega campaña electoral, se
tomó en serio su papel de oráculo y guía del pueblo, su epónimo era nada menos
que Gandhi, su fe cristiana estaba inquebrantablemente dispuesta a un milagro
del mismísimo Dios para derrotar a las fuerzas del mal que lo asediaban y no le
daban lo que en justicia le pertenecía.
A su alrededor se armó un tinglado de tiendas
de beduinos, de partidos de la mal llamada Cuarta República que todavía no se
habían dado cuenta de la tragedia que se nos avenía, allí había de todo, desde
el chiripero hasta los socialistas rezagados por la radicalidad del régimen,
los adecos venidos a menos, los copeyanos que se negaban a morir, los
maracuchos de Rosales que creían que ahora sí podrían acceder al poder, todos
quería y creían que con Capriles había llegado su hora, ninguno sabía cómo
derrotar a los caníbales, lo mas que le daba su escasa imaginación era sentarse
a negociar con ellos, que les dejaran disfrutar de sus pequeños feudos en paz,
mientras hacían lo posible por “construir una mayoría” con esos pobres que
durante 14 años no pudieron incorporar a sus planes.
De este grupo político nació la Mesa de la
Unidad, marcada desde sus inicios de una incapacidad de enfrentar al chavismo
salvaje con la fuerza que se requería, aplicando una estrategia equivocada al
dialogo respetuoso y democrático, que para los chavistas era signo de debilidad.
Esta oposición política se dio cuenta que el
chavismo tenía arraigo popular, principalmente porque Chávez era un fenómeno de
las comunicaciones y un líder con arrastre, segundo, el discurso “socialista”
era lo que esa gente quería escuchar, tercero, tenía a su disposición la más
grande herramienta que un estado clientelar y populista podría haber soñado
jamás, el petro-estado con los precios del petróleo en su mejor momento.
Nuestra oposición creyó que si copiaban ese
patrón de conducta podrían conquistar esos votos elusivos, pero pronto
descubrió que competir con el chavismo en términos de igualdad era imposible,
Capriles no se parecía a Chávez en nada.
Para cuando Chávez desaparece de la escena,
Capriles había encontrado una forma de ser más autentica y mercadeable, excepto
con un hándicap que lo marcaría como “no apto” para las circunstancias del
país, su incapacidad de reconocer en su oponente a un terrorista y de asumir el
momento histórico como uno de guerra, en el sentido que tenía que asumir el rol
de Comandante en Jefe de una resistencia civil dispuesta a darlo todo por su
libertad.
Resumiendo, líder equivocado en el momento
más difícil de nuestra historia, y en vez de retirarse, de dejar paso a otros,
insistió insensatamente en que su formula era la apropiada y mientras entrababa
a la oposición, no disimulaba su disgusto por las acciones de calle, por las
barricadas, su actitud fue cobrando más víctimas de las necesarias y hacía con
su pacifismo fanático que nuestros muchachos se convirtieran en blanco fácil de
los escuadrones de la muerte, retardando el proceso natural de la rebelión
nacional en contra de la tiranía.
Ahora se enfrenta la oposición política al
hecho innegable, que todos sus alcaldes y representantes a los poderes públicos
son desalojados de sus posiciones ganadas con votos democráticamente, y muchos
puestos presos y enjuiciados, aplicando la ley de la selva, obligándolos a que
repriman al pueblo que protesta.
Veamos ahora si reaccionan y asumen la cruda
realidad, hay que derrotar al chavismo cubano con hierro y fuego; por esta
Venezuela que nos tocó vivir, hay que luchar hasta la muerte, o dejar que se
pierda. –
Saúl
Godoy Gómez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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