Chávez puso en el mapa político a la
izquierda revolucionaria frente a la izquierda democrática que venía gobernando
al país, la izquierda del Comandante es mucho más primitiva, pero muy clara,
tantos en objetivos como en medios, en el ejercicio de la dominación social,
con un fuerte contenido autoritario y personalista que copó todas las
instancias de poder.
La fuerza comunicacional de Chávez dejó mudo
al universo político venezolano, esa combinación de animador de fiesta de
pueblo, de lenguaraz improvisado, de guapetón de barrio e hijo de Fidel capturó
el imaginario popular, al punto que, por más de una década, se convirtió en la
figura necesaria y única del teatro político nacional.
Chávez encarnó a la izquierda, en todo su
espectro, por ello era tan difícil que un camarada pudiera referirse a
cualquier aspecto de ser progresista, socialista o comunista sin hacer una
referencia directa al líder máximo. Esta
“sobreinterpretación” del ideario socialista por la figura carismática de
Chávez se debió entre otras cosas, por el silencio cómplice de muchos sectores
de la intelectualidad de la izquierda, dejaron que el líder latinoamericano
llevara la antorcha del renacimiento de la izquierda en el mundo, sin
importarles el contenido fascista y militarista que finalmente sería lo que
destacaría en la rúbrica de este neo-fidelismo-bolivariano.
Quizás por ello es que muchos de sus
colaboradores y “fans” se aguantaban sus insultos y maltratos, por eso mismo es
que no había doctrina que no pasase por su aprobación, de allí que el líder se
daba a la tarea de confundir en su repertorio las más variadas y
contradictorias posiciones ideológicas, desde el maoísmo, el cristianismo,
pasando por el peronismo, el nuevo antiimperialismo de Negri, el
estructuralismo académico, la fathá de los musulmanes, los retorcidos senderos
de los marxistas analíticos, los abstrusos lacanianos, las tesis
nacionalsocialistas y hasta los constructos econométricos de Heinz Dieterich…
toda una colcha de retazos sin ton ni son, y para nada existía la necesidad de
explicaciones.
Pero Chávez era un prisionero de su
“revolución”, y en esa discusión postmodernista de los caminos posibles del
socialismo, principalmente entre los considerados “nuevos” revolucionarios,
Chávez se hacía más y más pesado de soportar; él impuso, como acontecimiento
definitorio de su idea de marxismo, la “revolución permanente”, ese espíritu
leninista de resistencia y confrontación continuas, lo cual es una involución
del socialismo a etapas ya superadas, o que deberían estar superadas, se trata
en pocas palabras de convertir el poder no en medio para lograr algo, sino en
fin en sí mismo.
Su visión sobre instituciones como partido,
gobierno, comunas, milicias, empresas sociales, por mencionar algunas, no tiene
ninguna concreción en el tiempo, son apenas celajes en el movimiento del
proceso, son paradas del tren revolucionario, no su destino.
Su personalidad, absolutamente egocéntrica,
su creencia en el voluntarismo y el decisionismo eran el combustible que
impulsaba el movimiento perpetuo de su revolución, lo convirtieron en una
flecha disparada en busca de un blanco, y ya conocemos la dialéctica negativa
trocada en acabar con el imperio capitalista (que no lleva a ningún lado) y en
la construcción de un socialismo de cuartel, único y asfixiante, que no permite
a nadie trabajar en paz para consolidar algo… para él todo eran misiones,
campañas, movimientos estratégicos y tácticos, su visión del mundo era una de
planes y proyectos, no de concreciones y fundamentos, por eso no tuvo obra real
y el socialismo no echó raíces.
En consecuencia, los movimientos de la
izquierda venezolana, que proponían un chavismo sin Chávez, tenían una razón
muy válida, salvar la revolución ¿Cómo? Consolidando lo que se había logrado,
asentándola, cambiando una agenda de acontecimientos por una de sedimentar la
organización, y por ello no podían tener a un alborotador al timón, menos a uno
que dice ser marxista leninista ortodoxo, a riesgo de perder lo alcanzado.
Chávez ya es historia, pero deja un sucesor
que es de una inferior calidad política, principalmente por su ignorancia, por
su figura gris y dependiente a un régimen mucho más primitivo que el chavista,
que es el castro-comunista. Dejarlo consolidar el poder del país sería, para
los camaradas de la izquierda políticamente responsables, arriesgarse a que la
cuerda se rompa y todos queden a la deriva; esa confrontación innecesaria del
gobierno con la sociedad venezolana, se está comiendo los magros logros
obtenidos, apoyar a Maduro es asumir demasiados riesgos, su imprudencia y la
falta de reconocimiento de límites, está llevando al proceso por rutas falsas y
peligrosas, al punto que hay rojos rojitos que apuestan a que estalle una
crisis política interna en el chavismo para poder salvar al proceso.
Hay una nueva generación de marxistas y
socialistas listos para asumir responsabilidades en la construcción del Nuevo
Mundo, pero para hacerlo deben detener la marcha del tren desbocado del
chavismo en manos de Maduro, hay que independizarse de Cuba y de la nefasta
influencia del anciano Fidel, que solo le importa su tajada del pastel,
olvidarse por un instante del protagonismo, de las provocaciones a la
violencia, de las guerras económicas y de las conspiraciones, hay que controlar
la gangrena de la corrupción dentro del partido de gobierno, del crecimiento
grosero de la boliburguesía, de esa ansia de ruina al estilo soviet que le ha
imprimido a la economía el dinosaurio de Jorge Giordani, al contrario, hay que
sembrar de manera permanente el socialismo pero de manera constructiva,
concentrase en las instituciones, afinar la gestión del Estado deslastrándolo y
olvidarse del inmediatismo y del burocratismo.
Una de las más urgentes acciones a
desarrollar es detener el auge de la delincuencia, parar la mortandad que
enluta al país, un gobierno que no garantice la seguridad de su pueblo no está
cumpliendo con su deber principal de gobierno y para hacerlo hay que desmontar
esa terrible simbiosis de gobierno-delincuencia.
Maduro, el que sin parecerlo, dice ser hijo
de Chávez, no es el hombre para lograrlo, como un piano lanzado desde un piso
14, va directo a la acera para hacer añicos la revolución.
Un amigo socialista - que los tengo - alto
dirigente del PSUV, me pidió que explicara (tienes una gran cantidad de
lectores revolucionarios- me dijo) lo que siente una parte importante de su
militancia. Si se permitiera la discusión libre y crítica del momento que vive
la izquierda, éstas serían algunas de las conclusiones, pero el espíritu de los
tiempos es la represión y el miedo, y ellos están sometidos, por la
nomenclatura habanera, al más peligroso de los silencios, de allí que les hago
el favor.
saulgodoy@gmail.com
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