2002.
El año que vivimos en las calles. (Editorial Libros Marcados) resume
conversaciones entre dos veteranos, Carlos Ortega, dirigente sindical, actor y
testigo presencial de los hechos que dan tema y el periodista Alfonso Molina.
Sobre
abril 2012, quiebre de la estabilidad democrática venezolana, abundan versiones
directas y análisis especializados que contraponen la historia oficial.
Importantes y polarizados serán verificables en el juicio científico que
otorga, sin pasión ni presión, la distancia en tiempos y espacios. Urge ese
momento para deslindar con equilibrada precisión, culpas y disculpas,
equivocaciones y aciertos, realidad y ficción, lacras ancestrales y correctos
logros de nuestro ser, quehacer, deshacer y componer político durante el reciente
medio siglo, pero con una visión de futuro a corto y mediano plazo.
Y
sería obligatorio un propósito de enmienda por parte de las dirigencias en el
poder y la oposición, más la indispensable voluntad ciudadana de practicar la
fórmula del error y cuenta nueva ya que los ciudadanos de un país no son
extraterrestres ni comiquitas.
Es
necesario un balance del alma cara a cara, la individual y colectiva. Se
desconoce otra manera de superar la inmadurez crónica en el plano íntimo y
comunitario. Así lo hicieron la Alemania post-nazi, los Estados Unidos luego
del macarthismo y Vietnam, la Suráfrica de Mandela y el actual Perú, entre
otros. Ejemplos para dar pie a un comité regional (¿existe la OEA?) que
investigue a las cúpulas de la fuerza armada chavista, ya ni nacional ni
bolivariana, pues su concepto central, el Plan Ávila, permite aplicar armas de
guerra contra la opositora población desarmada y violar sin tregua la carta
magna vigente por tres lustros ilegales anula entre otros, los derechos
constitucionales a la desobediencia civil y al debido proceso. Un prontuario de
lesa humanidad que no prescribe según la Justicia Internacional.
La
confrontación entre el poder civil gubernamental (hoy, aquí, bajo mandato
castrocomunista) y el militar (ahora incompetente y corrupto), meollo en toda
dictadura a diestra y siniestra, es el núcleo básico de esta memoria
testimonial absoluta pues Carlos Ortega persiste como el eje controversial del
gremio obrero, movimiento sindical autónomo de la clase trabajadora, emanado de
la venedemocracia, antes, durante y luego de 2012. Preso, fugitivo del régimen
chavista , exiliado en Perú.
El
confuso ciclo de quince años, entre manifestaciones de protesta civil y
represión oficialista, amenaza y resistencia, avance y retroceso, legalidad y
arbitrariedad, dispersos en el caos de escenas manipuladas, alcanza por fin la
secuencia de un guión coherente por la destreza y honestidad profesional de
Alfonso Molina, matizadas por su experiencia crítica del arte fílmico.
Comunicador avezado, controla su posición demócrata disidente, indaga y
repregunta, duda y replica con datos certificados que promueven la reflexión
sobre los graves vacíos informativos y vicios de organización previos y durante
episodios cruciales como el despido público del personal directivo de Pdvsa, la
gigantesca marcha general que pidió la renuncia de Hugo Chávez y su sangrienta
represalia, la salida y el retorno presidenciales, Pedro Carmona y su elección
ilegítima, la fallida rebelión militar en plaza Altamira, sucesos recontados al
detalle por la verdad del sindicalista, cuestionada por el preguntón de oficio.
En vías de su tercera edición, este documento único por su inmediatez y
veracidad aún discutible con el protagonista, sería material primario en la
hora de urgencia que a tiempo detenga este proceso destructor de la Venezuela
independiente.
¿Sobrevive
alguna reserva institucional democrática, civil o militar, capaz de activar
todos los estratos de nuestra desmoralizada sociedad y evite su dirigido
suicidio político?
Alicia
Freilich
alifrei@hotmail.com
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