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martes, 14 de enero de 2014

ALBERTO RODRÍGUEZ BARRERA, CÓMO SUPERAR UNA ENFERMEDAD DEGENERATIVA

“En las democracias el pueblo es lo supremo, pero en las oligarquías, los pocos; y, por lo tanto, decimos que estas dos formas de gobierno también son diferentes.” Aristóteles
La sociedad venezolana ha logrado sobrevivir a duras penas –sin caer en la desgracia de la sumisión castrocomunista- porque ha sido menos dependiente del gobierno, porque logró consolidar en la democracia otros centros de poder independientes de él, y que no se dejan aplastar. Antes del castrochavismo, Venezuela venía encaminada hacia el pluralismo, tanto en la sociedad como en el cuerpo político. Un pluralismo de organizaciones que buscaba concentrarse más en las funciones únicas de cada sector: negocios, escuelas, salud, valores, hábitos. Ya habíamos comenzado a “separarlas” de la política, como debe ser en los tiempos modernos.

El castrofascismo, inspirado en el pasado de fracasos todopoderosos del comunismo, lo ha querido concentrar todo en sus manos, al estilo “que nadie respire mientras pienso en qué hacer”, al estilo feudal. Su verdad única ha venido frenando la expansión coherente que exige el mundo actual: pluralismo de grupos dedicados a sus causas sectoriales específicas. Veníamos en el camino de la descentralización deseada, acorde con el desarrollo que plantea el siglo 21, y donde ninguna de las verrugas era tan desastrosa como el acaparamiento de la verruga única del castrochavismo. Creyéndose “expertos del todo”, como el totalitarismo fracasado en todas partes, recaen en el error de siempre querer centralizarlo todo: el hogar, la crianza, la educación, los negocios, los sindicatos, los medios, la salud... Todo lo cual hacían mejor las familias solas hace 100 años, al igual que las instituciones de un solo propósito, con una autonomía que no era oficial o política.

El castromadurismo no ha sabido manejar el negocio de la evolución contemporánea, y siguen la línea absolutista y monopólica que en Rusia, Alemania y Cuba demostraron ya su ineficiencia, en su afán por absorberlo todo, triturando la libertad de acción autonómica y aboliendo los avances descentralizadores. Al afincarse en la subordinación de toda la sociedad, de todas las instituciones y de todas las funciones sociales, el totalitarismo de izquierda o de derecha fracasa, y no solamente en cuanto a crear una nueva sociedad viable sino también en sus intentos de someter las más convenientes realidades del pluralismo. Ahí donde comunistas, nazis y fascistas lograron salir del “hueco” inútil, fue porque se retractaron –con una pequeña ayuda de los amigos- y devolvieron la autonomía. Y en todo ello, como lo evidencia el castrocomunismo, tanto de Chávez como de Maduro, el único éxito bien logrado ha sido la destrucción.

En el pluralismo, cada institución cumple una función específica, limitadas con un estrecho propósito que es lo que les da fortaleza. El castrofascismo, como pesadilla totalitaria, pierde eficacia al salirse de la órbita específica que le corresponde a un gobierno moderno.  Al perseguir el pasaje gratis que los lleve al control de todo, su poder se disuelve como la sal en el agua; porque la politización exacerbada olvida que en un pluralismo social lo que importa es la función, y las funciones por sector no son políticas –casi que son apolíticas-, haciendo que la efectividad social se mida por el poder de contratar, colocar, trasladar, distribuir y fijar tareas y normas de nuevas instituciones pluralistas, cosa que es algo muy diferente al viejo absolutismo.

Lo que el madurismo castrocomunista impide, deteniendo el desarrollo integral, es que los sectores activos de la sociedad venezolana multipliquen las maneras de ganarse la vida, se seguir una profesión o oficio, de contribuir, de ser productivos. La querencia de sirvientes sumisos hace que el castrofascismo regrese a lo que Marx –hace más de 120 años- escribió respecto a que el proletario trabajaba más para un amo que para una organización. Hoy el problema no son los proletarios explotados; hoy las personas en su mayoría trabajan para organizaciones, y no como sirvientes; hoy los trabajadores son más que obreros, sin amos, pese a los esfuerzos que hace el castrocomunismo.

Lo que hoy pasa no es igual a hace 100 años, cuando los objetivos políticos eran la abolición de la autonomía dentro de la sociedad y la concentración de todo en un gobierno central. Eso “peló bola” olímpicamente hace rato. La “soberanía” no está ahí. El castromadurismo se mueve en una magnífica carroza de lujo, pero es una carroza fúnebre. Buscando el poder ilimitado superan a Stalin y llegan hasta el zarismo ruso de sangre azul, cuando esa circulaba abstractamente. Y los “negocios” ya ni siquiera son como los pintados por Henry James, Dickens o Balzac.  Porque el mundo siguió andando; llegando a un pluralismo de acción por función que no admite vuelta atrás.  Hoy negocio es administración, algo que debería ser bueno para todos en la medida en que se ajusten a una función social específica.

Cuando el castromadurismo infla una burocracia colocando en nómina a sólo sus panteras rosas y eliminando a todo lo que se le oponga, creyendo que eso es “poder”, actúa como en el orden monárquico: el rey por encima del duque, el duque por encima del conde, el conde por encima del caballero y el caballero por encima del aldeano. Es decir: con un pluralismo a la antigua, sostenido por una banda hamponil asesina...

La resistencia venezolana, que hoy está en una carrera decisiva para impedir el atraso crítico que representa el castromadurismo, cuenta hoy con una gran fuerza representada por la diversidad de organizaciones pluralistas existentes y sobrevivientes en la sociedad. Este es un valioso ejército para actuar en base a las funciones por sector que requieren los venezolanos con urgencia. Pero hay que diferenciar entre sus integrantes genuinos y los bichitos que siempre merodean como sádicos. Una organización pluralista no se interesa en el gobierno ni en gobernar. No es un todo. Es un órgano de la sociedad cuyos resultados se generan “por fuera”. Su “producto” es un venezolano satisfecho, un venezolano defendido y seguro para desarrollar sus quehaceres sociales multidisciplinarios, un venezolano con hospitales y pacientes curados, un venezolano con centros educativos que le permitan poner en práctica la diversidad de saberes que aprende...

En ningún caso se trata del derecho divino a que aspira la enfermedad degenerativa que es el castrocomunismo.

Alberto Rodriguez Barrera
albrobar@gmail.com

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