En medio de la llamada hubo la pregunta
obligada para el momento: ¿y qué piensa sobre el asesinato de esta muchacha y
el esposo, o del profesor y su madre en esta Venezuela donde las campanas no
dejan de doblar?
Bueno, es lo que usted dice. Nos
acostumbramos a oír uno, otro y muchos doblar
de campanas. Si, los difuntos se multiplican y materialmente nos tocan,
señalan y acusan. ¿Y tu qué haces para que no siga ocurriendo lo que me pasó a
mí? ¿Qué hacer para dejar atrás una
realidad donde las muertes se tapan unas con otras? ¿Cómo evitar que el horror
nos termine de consumir?
Al cierre de la conversación le dije a la
amiga con plena convicción estas palabras: Bueno, en realidad, aquí,
simplemente, la vida dejó de existir. Y
nuestro oficio ya no es, en consecuencia, el de hacer la vida, sino el
sentir la muerte. Hacer conciencia de que por todos nosotros están doblando y
van a seguir doblando esas campanas.
Pero el cierre de la otra parte fue
igualmente duro: y pensar que por donde uno mire está inscrita la muerte como presencia de
aflicción y angustia o como noticia que
alude a lo que puede sobrevenir en un mundo tomado por la violencia, por el
horror, el terror, las drogas, por los actos más abyectos y abominables.
La propia perversión que obliga a poner en
duda cada vez con mayor fuerza aquello de la condición humana. Un ser superior,
racional, con “cultura y civilización” que
cultiva y mantiene el asesinato, la pena de muerte y la misma
muerte como entidad cotidiana.
¿Seres superiores con los más altos adelantos
científicos-tecnológicos pero incapaces de diseñar una forma de vida en la cual
no se conozca el asesinato en todas sus manifestaciones?
¿Quién puede negar que este ser superior es
el único miembro de la naturaleza que se encarga de depredar, de destruirla?
Y en este mundo tan tomado por la muerte
¿cómo abrir puertas de sobrevivencia? ¿Cómo alcanzar un mínimo nivel de
seguridad que contribuya a la vez a plantear la obligada reflexión sobre las
posibilidades o el fin de lo que se ha tenido como era humana o época de la
humanidad?
En nuestro medio se parte de la premisa de lo
bueno y lo malo, Dios y el diablo, Policías y ladrones, Víctimas y asesinos. Y
se dice utilizar los códigos más adelantados. Los últimos avances de la
criminología, los más acabados laboratorios para la investigación, un personal
formado en los centros del más alto nivel mundial. ¿Y para qué y a quiénes ha
servido todo esto? ¿Acaso a la sociedad para que las campanas doblen menos por ella?
La Venezuela “rica, mil veces rica y humeante
de petróleo” impuso un modo de vida que
al parecer aún no hemos aprehendido. No tenemos noticia cierta del real
significado de lo que es y cómo es una sociedad petróleo. No hemos caído en
cuenta que aquí se formó un polo del privilegio petrolero que enfrenta a los sacrificados
por el petróleo. Esos a quienes sólo les corresponde mantener, con su esfuerzo
o con su participación democrático-electoral,
un orden al servicio de los grandes intereses.
Progresivamente se forjó aquí las bandas de
buscadores de la riqueza petrolera. Del nuevo Dorado. Los llamados a arrancar u
obtener por otras vías su pedazo de provento petrolero. Una mentalidad para
percibir y aprovechar la riqueza, no para impulsarla y producirla. El monstruo
del robo asume de este modo diferentes manifestaciones. Desde el llamado ‘robo
común’ hasta el sofisticado que se bautiza como corrupción.
¿Y a esta hora seguiremos todos en la
dirección que marcan las campanas o nos dedicamos a buscar la sobrevivencia que
nos permita un tiempo para abonar por la vida?
Para
transitar ese camino de la simple sobrevivencia hay que comenzar por
establecer que este problema es de la sociedad y que esta institución en pleno
tiene que participar en su solución. Y esto es
muy difícil de entender por parte de la mentalidad que sólo piensa en
ladrones y policías dispuestos para la persecución, la tortura o el asesinato a propósito de la “justicia ojo
por ojo”. Esta es la política de “Plomo al Hampa” que hoy recicla Maduro como “Mano de hierro contra el
hampa”.
Para la otra mentalidad está clara la
necesidad de otro proceder: organizar la sociedad para su autodefensa. Para
levantar la sociedad que vele por su seguridad integral. Y en este caso los
llamados organismos de seguridad del Estado, tienen que comenzar por revisar sus lineamientos de lucha contra
la inseguridad para poder crear
verdaderas posibilidades de avances en la materia.
Para nosotros es fundamental invertir todo tipo de recursos en la creación
de una estructura de organización y conciencia ciudadana de y para la seguridad
de la sociedad.
Y para esto habría que comenzar por organizar
unas Jornadas Nacionales por la Seguridad, con la participación de las
entidades que de oficio se considerarían convocadas. Las Escuelas de Derecho,
Sociología, Trabajo Social, Historia, investigadores de diferentes áreas. Los
sindicatos, medios de comunicación, ong, centros culturales, colectivos,
instituciones públicas y privadas.
A nivel de barrios, urbanizaciones,
parroquias, consejos comunales se crearían Centros de Seguridad Ciudadana cuya
función no es represiva sino de y para la
vigilancia y cuidado de su habitat. El objetivo a perseguir es muy claro
e inmediato: todas las cosas y la gente están cuidadas, vigiladas. La sociedad deja
de actuar con la mentalidad del individualismo. Y ya no se verá la relación de
un individuo que pide auxilio y de unos cuerpos policiales que se la
proporcionan. Las individualidades tendrán que aprender el comportamiento
social.
Desde el Centro de Estudios de Historia
Actual y la Cátedra ‘Pío Tamayo’ de la UCV, estamos dispuestos para toda
convocatoria que plantee la suma de aportes y
esfuerzos que pueda servir de
punto de partida para enfrentar esta realidad tan llena de campanas doblando
por la muerte.
Tenemos conciencia a esta hora que es
necesario tomar medidas por el rescate de la vida. De no ser así estaremos
sembrando muchos, muchísimos Requiem por eso que un día fue vida.
Mónica Spears y su esposo, Guido Méndez y su
madre, los tantos abatidos sin nombre y a veces hasta sin sepultura, forman
parte de ese terrible repique de campana que hoy está por la calle, no sólo en
plan de dolor sino de reclamo por lo que una vez fue un espacio y un tiempo,
unas circunstancias y unas relaciones en las cuales, al menos, era posible
pensar y hacer algo de vida por encima de las dificultades que se presentasen.
Hoy sólo se hace aquí toques de requiem y
alimento a la desesperanza. ¿Seremos capaces de revertir este terrible designio
y hacer de tanta muerte un himno para la vida y la alegría para este presente?
¡Qué historia amigos!
@ablancomunoz / abm333@gmail.com
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