A decir por la mediocridad que reviste la
realidad venezolana, gobernar dejó de ser lo que la nueva ciencia política.
No
puede pensarse que gobernar es un problema que resuelve las emociones. Más, en
medio de situaciones cuyo nivel de susceptibilidad puede enturbiar todo
propósito en la dirección de generar algún resultado loable. Cuando se gobierna
a partir de presunciones, no hay distancia alguna que separe lo mal de lo peor.
Todo lo pretendido, cae en la más profunda oquedad. Y aunque la razón de Estado
no debe oponerse al estado de la razón, parafraseando al monarca Carlos V,
resulta absurdo no sólo entender el problema de gobernar desde una concepción
ligeramente elaborada. Sino también, desde la adulancia y el provecho propio
por cuanto desde dicha postura no luce difícil dejarse arrastrar por las
trampas mediáticas que utiliza un gobierno desprovisto de principios
democráticos para derruir valores morales. Y en consecuencia, arrasar con el
horizonte de posibilidades de desarrollo al cual tiene derecho una sociedad
emprendedora y con conciencia de sus libertades.
No
obstante, a decir por la mediocridad que reviste la realidad venezolana,
gobernar dejó de ser lo que la nueva ciencia política explica. Particularmente,
cuando habla de la gobernabilidad como resultado de un proceso de gestión
basado en la conjugación de variables que tocan factores económicos, sociales,
tecnológicos y hasta culturales estrechamente entrelazados en el contexto de
una sociedad compleja crecientemente globalizada. Pareciera obviarse que la
acción de un buen gobierno, compromete razones y condiciones que
determinan la eficacia de los procesos
atinentes.
Pero
en este país, donde impera la improvisación aunada a resentimientos de la más
baja calaña, el problema se exacerba al compás de la desvergüenza asumida por
altos funcionarios. Esta situación ha provocado decisiones de efectividad nula
por lo que se han empeñado en mostrar realidades en contrario apoyados en un
despliegue propagandístico cuyo derroche de recursos ha servido para estimular
la corrupción cuyos niveles superan cualquier estimado por avezado que sea. Sin
embargo, frente a lo que estas verdades implican cuando se calibran con el
arbitrio de los principios, deberes y derechos que consagra la Constitución
Nacional, ¿qué puede decirse al momento de “justificar” arbitrariedades o
excesos cometidos en nombre del socialismo chanflón que el régimen pretende
imponer con el concurso de actores políticos y factores institucionales
cómplices de una letal jugada contra el Estado de democrático y social de
Derecho y de Justicia?
Los
problemas que marcan a Venezuela no tienen más acentuado su origen en
ideologismos de imprecisos contenidos o de desgarradores propósitos, que en la
intriga y el egoísmo de quienes detentan posiciones de alto gobierno. Cuando
estos valores sirven de instrumentos de acción en momentos de necesidad
nacional, los resultados son desastrosos pues terminan convirtiendo la sociedad
en subordinada de la degradación física, cívica y moral encubierta en la
actitud populista de estos sórdidos personajes de marras. Y por supuesto, tan
nefastas realidades se tienen cuando se viven situaciones que van del odio a la
ineficiencia.
VENTANA
DE PAPEL
“PALO
ABAJO”
En
Venezuela es corriente el empleo de la frase “palo abajo” a manera de
significar premonitoriamente que algo va mal o que saldrá mal. Precisamente,
decir que el país va “palo abajo”, es lo que cualquier persona con un mediano
sentido común puede asentir luego de escrutar lo que está ocurriendo. En lo
económico, el régimen ha seguido esquemas trasnochados a consecuencia de la
necedad de quienes han estado al frente de la conducción política nacional.
Esta
gente, improvisada en términos de preparación y disposición, no ha tenido la
menor intención de inducir reacciones determinadas a partir de del esfuerzo
mancomunado que encauce una generación y distribución de riquezas producidas
desde la organización de un modelo económico que no se intimide ante el libre
juego de oferta y demanda para lo cual el gobierno solamente tendría la tarea
de controlar y evaluar su impacto con el concurso de políticas públicas
adecuadas y pertinentes. En lo social, el régimen se ha avocado a incentivar la
mediocridad toda vez que se tiene como seguro “caldo de cultivo” de actitudes
macilentas que tienden a quebrantar la voluntad de superación personal tanto
como el sentido del orden y de la ética en el comportamiento del venezolano.
Por
tan crudas razones, el país ha entrado en un tiempo de mengua cuya influencia
ha determinado que la sociedad haya adoptado posturas marcadamente
controvertidas. En consecuencia, las realidades se exasperaron de tal forma que
muchos viven ahora pensando que el bienestar social es una reconquista producto
del derecho natural y no una reivindicación derivada por el trabajo y el deber
que se adopta de cara al esfuerzo propio del individuo. Estas degeneraciones
vistas como aberraciones paridas por el régimen, han revertido importantes
condiciones alcanzadas en el curso de un período de importantes luchas
sociopolíticas y socioeconómicas que permitió la democracia.
Ahora,
con la alteración inducida por el oprobio del régimen favorecido por la
descabellada acumulación de poder, el país ha venido desbaratándose pues el
mismo régimen ha sido el artífice del desaliento que se ha instalado en buena
parte de su población. Y es lo que hace que la indiferencia prevalezca por
encima de la justicia, la tolerancia y el pluralismo político. Con tristeza hay
debe aceptarse que el país viene “palo abajo”.
¿CON
QUÉ MORAL?
La
muerte del expresidente sudafricano y líder de la democracia e icono mundial de
la reconciliación, Nelson Rolihlahla Mandela, conocido en su país como Madiba,
conmovió al mundo entero. Todos los países con sentido de pertinencia de los
valores morales sobre los cuales descansa el desarrollo político, económico y
social de una nación, declararon duelo público. Sin embargo, otros países como
Venezuela se atrevieron a hacer lo mismo sin que sus gobiernos asuman
efectivamente un ejercicio de la política en la dirección de los fundamentos de
justicia social que defendió Mandela a pesar del costo personal que para él
significaron casi treinta años de prisión.
El
régimen criollo decretó tres días de duelo lo cual es casi una apología de la
hipocresía que si bien pasa por un hecho de particular diplomacia, constituye
una afrenta al sentimiento democrático de quienes, como Madiba, dedicaron su
vida a reivindicar principios y derechos que exaltan las libertades del hombre
en todas sus manifestaciones. Entonces, más que la declaración de un duelo de
pura figuración, ha molestado esa burla hacia el concepto de lucha que encarnó
Nelson Mandela en su entrega a combatir el régimen racista del apartheid o
segregación racial que esconde manejos
de perversa política.
Quienes
respiran sentimientos de democracia en el país, han objetado tan farsante
declaratoria elevada por el régimen cuando su praxis adelanta procedimientos
determinados por todo lo contrario a lo que exhortó en vida el expresidente
Mandela. No hay razón alguna que justifique tan grotesco engaño. Un sistema
político como el venezolano, caracterizado por una sed de venganza, de
terrorismo judicial y de crasas arbitrariedades, ha caído en el ridículo pues nada
de lo que decide es comparable con lo que distinguió el discurrir político,
social y moral de Mandela. Un hombre grande en todo el sentido de la palabra.
Insigne como "Mahatma" Gandhi, Martin Luther King o Juan Pablo II.
Un
verdadero líder, que siempre luchó, no sólo por la libertad, sino también por
la paz a partir de su bondad. Sin odio alguno. No como esos falsos líderes y
patéticos payasos que han estado delante de maquinarias de gobiernos
latinoamericanos. Almas llenas de odio y resentimiento, que sólo dejaron un
amargo legado de división, penurias y discordias. Así que no hay forma de
disculpar el decreto de duelo del régimen toda vez que sus acciones instigan
odio, exclusión y violencia de toda naturaleza. ¿Cómo estos gobernantes
indecentes, se han atrevido a dictar tal consideración? ¿Con qué moral?
“Un mal gobierno es como un dolor de cabeza. A pesar que el malestar reduce posibilidades de acción, la visión del mundo se constriñe a tal punto, que las decisiones tomadas casi siempre resultan equivocadas” AJMonagas
Antonio
José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
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