Michelle
Bachelet regresará pronto a la casa de gobierno en Chile. La quieren y,
probablemente, lo merece. Ya pasó por La Moneda y abandonó el poder con un
altísimo grado de aprobación. Sin embargo, esta vez la han votado para que
gobierne de otro modo y lo ha prometido. Habrá salud y educación “gratis”. Va a
echar las bases del Estado Benefactor. El gasto público, claro, aumentará
sustancialmente, y con él la alegre legión de los funcionarios.
No
hay duda. Existe inconformidad en el país con el modelo chileno, pese a sus
inmensos éxitos y al hecho innegable de que es hoy la primera economía de
América Latina. ¿Por qué? Según Mauricio Rojas, “se trata de un largo proceso
que tuvo su espectacular eclosión en el año 2011, con grandes movilizaciones
sociales que lograron instalar un discurso antisistema que cuestionó los
pilares del modelo chileno”.
Y
agrega más adelante: “el centroderecha chileno creyó que la eficiencia del
sistema le daría automáticamente legitimidad y apoyo y descuidó el terreno
donde realmente se decide el derrotero de las sociedades: el de las ideas”.
Esto lo ha escrito, muy preocupado, en un artículo titulado: “Chile, rumbo al
Estado Benefactor y la democracia chavista”.
Mauricio
Rojas sabe de lo que habla. En su juventud fue un marxista fiero, miembro del
MIR, y tuvo que exiliarse tras el golpe de Augusto Pinochet para que no lo
mataran. Se fue a Suecia. Allí, felizmente, se desasnó. Obtuvo un doctorado en
economía en la Universidad de Lund y abandonó las bobas supersticiones
marxistas. Luego entendió los errores del Estado Benefactor. Fue diputado por
el Partido Liberal y vivió intensamente la rectificación de los excesos
cometidos por los socialdemócratas, especialmente tras la crisis de los años
noventa.
Suecia
era uno de los países más habitables del planeta, pero el excesivo gasto
público –llegó a ser el 67 por ciento del PIB-- y la intervención del Estado
acabaron ahogando la iniciativa de la sociedad civil y arruinando las finanzas.
Tras el batacazo, los sucesivos gobiernos suecos, además de recortar gastos,
aprendieron a depender más del sector privado y a recurrir al mercado mediante
sistemas de vouchers que le devolvían a la sociedad la facultad (y el derecho)
de elegir. Lo público y lo privado se armonizaron.
La
discusión, pues, no debe ser sobre si es conveniente o no erigir un Estado
Benefactor. El tema de fondo es otro: ¿produce suficiente riqueza la sociedad
para sostener un modelo de convivencia en el que las personas dispongan de
casas confortables, comida variada, ropas adecuadas, estudios y sanidad de
calidad, transporte, comunicaciones, diversiones e infraestructuras eficientes?
Todo eso es grato, pero cuesta mucho.
Los países escandinavos no están a la cabeza del confort planetario porque decidieron crear Estados Benefactores, sino porque generaron un tejido productivo en el sector privado que les permitió segregar sociedades como las que vemos en Suecia, Noruega, Dinamarca o Finlandia.
Suiza
es Suiza, o Austria es Austria no porque los bondadosos políticos y
funcionarios de esas naciones decidieron dotar a esas sociedades de un alto
estándar de vida y repartir la riqueza, sino porque el país cuenta con un
aparato empresarial privado altamente competitivo que crea empleos bien
remunerados y paga impuestos. Aquí no hay duda de si viene primero el huevo o
la gallina.
Esa
es la asignatura pendiente de Chile. El país, sí, va muy bien, pero no tanto
como otros y gracias a las exportaciones de cobre, salmón, vino, vegetales y
poco más. Como dice el profesor de Harvard, Ricardo Hausmann: “Las únicas cosas
nuevas que ha desarrollado son las AFP (el estupendo sistema privado de
jubilación creado por el economista José Piñera), Falabella y Cencosud
(tiendas, supermercados). El país tiene sorprendentemente pocas empresas
globalmente competitivas, y eso muestra una falta de diversificación que
debiera preocupar”.
El gobierno que necesitan Chile y todos los países no son los que se proponen, primordialmente, distribuir las riquezas, sino los que deciden estimular la creación de empresas privadas vigorosas, competitivas y diversificadas que alimenten y sostengan la aparición de clases medias educadas y, de paso, costeen un Estado eficiente. ¿Cómo se hace eso? Ojalá la señora Bachelet lo descubra antes de provocar un descalabro.
montaner.ca@gmail.com
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