No es difícil convertir un país en un No
País, en territorio yermo, hostil y sin certezas, en comarca de ambigüedades y
confusión, en región anárquica dominada
por la incertidumbre y las inseguridades del cuerpo y del espíritu. No es
difícil (lo sabe el sufrido continente africano, lo supo la Yugoeslavia
atomizada), descubrirse un día, atónito, en medio de un caos absoluto en el
cual los hasta ayer vecinos o familiares han comenzado a matarse
mutuamente y donde el ciudadano
desconoce si quien violó a su familia y quemó su hogar era militar,
guerrillero, bandolero o hueste azuzada.
En
Venezuela, bajo el humor tropical, el precio del dólar, Cadivi, la inflación y
las grescas por una lata de leche, repta el peligro verdadero: el ofidio de la
intolerancia cargado de un coctel de toxinas del cual las verdades absolutas y
el desprecio por el otro son ingredientes substanciales.
Muchos piensan que la idiosincrasia del
venezolano impedirá el desastre, pero ¡cuidado!, no somos inmunes al horror ya
que para deconstruir un país, basta con seguir caminos similares al elegido por
los Elegidos del Siglo XXI.
Basta con adoptar la propaganda goebbeliana y
tergiversar la historia nacional para crear una épica inexistente, machacar
unas pocas ideas elementales y slogans
fácilmente digeribles por el pueblo iletrado, polarizar maniqueamente entre
explotados y explotadores, patriotas y traidores, avivar el resentimiento,
despreciar e insultar al disidente y llevar la política al terreno de la Fe.
Exacerbar la religiosidad como elemento de manipulación, arrodillar los Poderes
del Estado ante el Ejecutivo, transformar el desbordamiento del hampa en arma
de amedrentamiento. Acordar con los eufemísticos “líderes negativos” de las
cárceles, fomentar la anarquía conductual de los motorizados, aupar y celebrar
las acciones violentas de los grupos paramilitares oficialistas. Ideologizar a
la Guardia Nacional y las FFAA para ponerlas al servicio del Partido, ignorar
la corrupción policial, el avance indetenible del narcotráfico en las
instancias del poder, la obscena rapacería del liderazgo “revolucionario”.
Abandonar los servicios públicos, desde la recolección de basura a la salud,
ideologizar la educación, aplicar medidas económicas anacrónicas aunque la
realidad demuestre su fracaso, adjudicar a la disidencia el desabastecimiento,
intentos de magnicidio, complots, sabotajes.
La lista sería infinita.
Es más fácil salir de una típica dictadura de derecha latinoamericana
que de este populismo neo-comunista bananero.
Aquella llega para “poner orden”, tortura,
secuestra, asesina, se gana el desprecio internacional y cuando logra imponer
“la paz de los sepulcros” comienza a pensar en una retirada que le garantice
impunidad.
Este régimen actúa de otra forma. Su afán
consiste en destruir todo para construir algún día lejano la sociedad perfecta.
Se nutre del caos, el facilismo, la impunidad, crea un macro Estado para
fomentar la dependencia del ciudadano y en nombre de la probidad y la justicia
se vende hacia fuera como el libertador de los oprimidos.
Tamaña tarea tenemos: intentar salir de esta
pesadilla mediante métodos democráticos.
Eso sí es difícil.
Pero lo demás puede ser Ruanda.
german_cabrera_t@yahoo.es
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