La
democracia ya no es lo que solía ser. Pasó de ser el modelo ideal para
organizar una sociedad a un modelo lleno de muy buenas intenciones pero que en
la práctica cada vez más se aleja de lo que debería ser un sistema justo para
toda la sociedad. Es un tema incómodo de tratar ya que a pesar de sus
debilidades, no hemos logrado concertar un alternativa mejor, y por eso sigue
siendo la bandera de los proyectos políticos más exitosos de nuestro tiempo,
definitivamente es impopular hablar en contra de la democracia.
Cuando
pienso en Democracia, es inevitable pensarla dentro de esos esquemas
premodernos que en algún momento fueron muy útiles y que ahora que hemos
logrado consolidarlos resultan de poca efectividad para resolver los nuevos
problemas. Dentro de estos esquemas premodernos se encuentran por ejemplo las
teorías económicas, los sistemas políticos, las teorías sociológicas, las
estructuras gubernamentales que organizan una sociedad, y todos los sistemas
que fueron pensados en circunstancias geográficas distintas, en situaciones
demográficas que sobrepasaron hasta las estimaciones más atrevidas, cuestiones
climatológicas que apenas comienzan a ser una preocupación, problemas que antes
eran nacionales y que ahora sobrepasan todas las fronteras y deben abordarse
mancomunadamente; esto es, problemas que antes no se creían que podían ser
problemas, situaciones inestimables que actualmente son muy vigentes pero que
antes podían formar parte de la visión fatalista del algún loco ignorado.
Hablábamos de la democracia hace siglos atrás, como el gobierno de todos;
aunque realmente es un gobierno de las mayorías con participación (en mayor o
menor medida) de todos; ahora bien, imaginemos ese gobierno de las mayorías en
un país como China, de más de 1.300 millones de personas, donde un 60% de la
población, legítimamente, consiguen gobernar por encima de una minoría, que a
pesar de ser minoría, son 500 millones de personas. Más allá de los mecanismos
electorales y de participación popular, es inevitable que se constituya una
hegemonía de esa mayoría legítimamente instaurada sobre una minoría que a pesar
de ser minoría en términos modernos reclama los mismos derechos para todas las
partes. Un ejemplo clarísimo de esta desvirtuación es el invocado voto, que
ademá se le adjetiva como popular para darle un matiz mucho más “democrático” y
justo. Ahora bien, en términos modernos,
no sólo en Venezuela, sino en cualquier país donde la teóricamente imperfecta
democracia, y cuya objetivación está mucho más lejos de ese ideal platónico ya
imperfecto: ¿Ese voto sigue llevando consigo la intención y la voluntad de ese
esperanzado votante? ¿Responde ese voto a lo que ese votante quiere para él y
para su país? ¿Es legítima esa intención que prácticamente coacciona al votante
por una de las opciones que ni siquiera han sido predeterminadas por él? ¿Qué
significa el voto, actualmente, para ese votante?. ¿Hay alguna identificación
clara y legítima del votante por un proyecto de gobierno de la persona a la que
favorece?. Lo más preocupante de todo esto es que apenas estamos cuestionando
principios etimológicos de lo que debe representar un voto, pero además, luego
entran una serie de factores que lo alejan aún más de que quiso ser: la compra de “voluntades”, el chantaje
electoral, el fraude electrónico, la desmotivación y el cansancio ante un
mecanismo sumamente sacralizado y cuyos resultados son prácticamente de lotería.
No
hay duda que este nuevo siglo trae consigo el gran reto de la refundamentación
de los principios teóricos que deben sostener a la sociedad moderna; nunca
encontraremos un sistema ideal, siempre son aproximaciones imperfectas que
cuando logran consolidarse ya la realidad no es la misma. Así es la dialéctica
de la vida, y vivimos para eso, la condena de sísifo fue precisamente su razón
de ser.
Carlos
Rondón
rondoncarlos@gmail.com
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