El centro político, según la columna de mi
vecina Cecilia Orozco de la semana pasada, es “desabrido”. El concepto no es de
ella, mucha gente lo comparte aunque tal vez use otro adjetivo: blando,
insípido, indeciso, gris, etcétera.
Bueno, si tanta gente lo dice, ha de ser
cierto, pero aun así tendrían que contarnos en qué parte de los polos de la
política o, vaya a saberse si de los extremos, han encontrado Cecilia y sus
amigos la lucidez que no existe en el soso centro. ¿Nos ilustran, queridos
condimentadores, sobre esta sabrosa sabiduría radical? ¿Quién la encarna, qué
salidas audaces y realizables propone? Me imagino que Cecilia puede escribir
una estupenda columna al respecto.
Yo, mientras tanto, fatigado del estribillo
que dice que “Colombia es pasión”, prefiero explorar caminos con menos
dinamita. Me quedo con el insípido Carlos Vicente de Roux, así discrepemos a
veces, y no con el sápido Gustavo Petro. Tiroteos a la porra que llegaron las
brisas.
Y ya metido en gastos, propongo que la
polarización, quizá necesaria en Colombia hace diez años, ahora resulta
destructiva. Ah, y no viene a menos, viene a más por cuenta del más hábil de
todos los suculentos: Álvaro Uribe. Iluso irredento que soy, diría que en la
Colombia de hoy valen incluso los consejos proverbiales: cálmate, serénate,
céntrate.
Los polos tienen la mala costumbre de empezar
por las conclusiones y devolverse hasta las premisas. En ellos la duda, que
para Borges es uno de los nombres de la inteligencia, no es bien vista. Ambos
extremos del espectro están acostumbrados a los revolcones, a los sobresaltos,
a los reversazos, a la descalificación inapelable, mientras que los países
modernos lo son en parte porque dejaron atrás el criterio revolucionario y
asumieron el reformista que —horror de horrores— prefiere moderar un programa
para que aumente su aceptación. La buena fotografía en blanco y negro depende
de la vitalidad de los grises. Si el gris desaparece, uno no ve sino bultos.
Dada la fuerza de los polos, es cierto que en
Colombia no tenemos un centro, o tal vez sí lo tenemos aunque poco poblado. El
Partido Liberal, por cuenta de las mil carencias y yerros de su pasado, yerros
y carencias que no ha podido o no ha querido expurgar de su presente, no
encarna el centro moderno. Este partido es justamente el centro antiguo que
fracasó, el centro que dilapidó sus posibilidades de renovación. Tal y como
está hoy, el Partido Liberal es un obstáculo para la consolidación del centro
dinámico y no se vislumbra ningún Luis Carlos Galán que pueda reformarlo. En
cuanto al Partido Verde, iba para el centro pero se accidentó por el camino
debido a la pelea de sus conductores y el vehículo sufrió pérdida total. Fue
una experiencia sencillamente vergonzosa.
Casi cualquier problema nacional de
importancia que uno examine ha sido pasado por la trituradora del maniqueísmo.
¿El libre comercio? Para unos es la panacea, para otros una entrega a la
voracidad imperialista. ¿La economía de mercado? Unos consideran a los
empresarios enviados de Dios, otros los ven como piratas de parche en el ojo y
cuchillo entre los dientes. ¿La agricultura comercial? Unos pretenden que se
extienda casi sin regulación, otros sugieren que es una plaga bíblica. Y así.
Lo grave de todo esto es que las
simplificaciones son tan peligrosas en política como en cualquier otra
actividad humana. Simplifica y te equivocarás.
andreshoyos@elmalpensante.com
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