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jueves, 15 de agosto de 2013

EDILIO PEÑA, LA FARÁNDULA Y EL PODER


La farándula y el poder están vinculados al protagonismo excesivo del ego.  Pareciera uno sinónimo del otro. Ambos luchan por preservarse en la palestra pública.  La persona que hace suya la farándula o el poder, cree ser el centro del universo. La estrella única y más luminosa. Supone que la sociedad toda debe estar pendiente de su destino. Mas, trata de no socializar directamente para crear el mito de ser inalcanzable, de dueño absoluto de sí. 

Así, el destino también es concebido como una determinante de su egolatría, de nadie más. Por eso, a quien encarna un rol supremo en la farándula o el poder, le resultan intolerables las críticas. El chisme y los rumores agobian sus noches. Los medios de comunicación  al exponerlos, hacen de su intimidad el tema más importante de la vida social. Cuidan celosamente su vida privada con guardaespaldas y sistemas electrónicos de seguridad, pero con la ventana abierta al voyeur y a los paparazzi; fotografían y filman sus propios secretos, sobre todo aquellos que orillan en la impudicia o el escándalo. Y como cosa extraña y curiosa, extravían las cámaras de su memoria, para que algún furtivo intruso se apodere inexplicablemente de ellas.

La farándula y el poder hacen también de la desventura un derroche de información y fastuosidad delirante. La enfermedad y la muerte de Hugo Chávez, fueron más significativas y prioritarias -en atención médica y socorro económico por parte del Estado venezolano-, que las de cualquier otro ciudadano de nuestro país. Oficialistas y opositores, se desvelaron por negar, o aseverar, el indefectible ocaso del caudillo de Sabaneta. 

Sin embargo, hay una diferencia sustantiva entre una figura de la farándula y la de un poderoso del Estado. La primera, es conducida por la frivolidad; y la segunda, por la política maniatada, que sólo gusta del murmullo de los mudos y amordazados. 

Ambas egolatrías pueden conquistar la cima de la visibilidad y de la incandescencia pública, por parecidos caminos, hasta que el mismo poder los corone por igual; por esta razón, Ronald Reagan llegó al poder, y gobernó al país más poderoso de la Tierra. El público en un concierto de rock es una masa histérica dispuesta a tomar el escenario donde canta la estrella. El público en el mitin de un dictador, deriva hacia el mismo comportamiento, pero jamás se le ocurriría -ni se lo permitirían-, asaltar el escenario donde grita histéricamente el dictador.

En la democracia progresa la frivolidad. La paz que asegura, facilita tal relajación psíquica y emocional, que la persona puede permitirse la banalidad como forma de existir. La apariencia instala su imagen más allá de los espejos. 

Cuando sobreviene la crisis política, que afecta profunda y estructuralmente a la democracia, la persona, por lo general, está tan ocupada en su mezquina vanidad, que no logra advertirla, y mucho menos, avizorarla a tiempo para neutralizarla. En el Berlín de los años veinte, la frivolidad, a través de la farándula, se apoderó de la sociedad de la época,  como un subyugante espectro. La nocturnidad ebria buscaba olvidar la I Guerra Mundial, y en ese proceso anestésico quiso escapar de la derrota y  de la crisis económica, sin percatarse que un soldado, sobreviviente de esa guerra funesta -donde Alemania había sido humillada firmando una rendición que le negaba todas las posibilidades políticas-, y a quien le habían enceguecido la mirada con gas mostaza, se había propuesto ascender al poder con un proyecto totalitario nunca antes conocido por la humanidad.

La fundación de la democracia venezolana coincide con la llegada de la televisión. Esta última significó el instrumento más expedito para trazar la conducta política y emocional del venezolano. En cuarenta años de democracia representativa, el venezolano fue un espectador de televisión y no un participante político. Reverenció las telenovelas y la caricatura que hacían de él,  los artistas de la televisión. La banalidad ocultó su desgracia. Esa conducta de prioridad equívoca o desequilibrada, sería funesta a la hora de impedir la toma del poder por parte de un militar, quien aprovechó esa misma televisión para coronar como una impronta, su proyecto político. Es un hecho, quien no salga en la televisión no puede ser nadie. En las últimas elecciones presidenciales, se pudo notar cómo la farándula, que había sido visible y protagónica en la democracia venezolana, buscaba regresar de nuevo a la palestra pública, apoyada entre el llanto y la depresión del exilio, a través de la toma del poder del candidato de la oposición. En cambio, el candidato del gobierno, compraba una parte de esa misma farándula sin ética ni conciencia política, para su campaña desbordada de impudicia, con el fin de seguir instalando un proyecto totalitario en Venezuela, en el cual el dictador ha de seguir siendo la figura protagónica más importante de la sociedad.

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