“No cambies la salud por la riqueza, ni la libertad por el poder.” Benjamin Franklin (1706- 1790) político, científico e inventor estadounidense.
En las clínicas privadas enferman de angustia
y preocupación. Quienes trabajan en ellas saben que el pasado 26 de junio se
decretó su cierre con la Providencia Administrativa 294 que regula los
servicios médico-hospitalarios privados.
Dentro de esas tablas de precios regulados lo
único que no tasaron fueron los honorarios médicos. Independientemente de si
las clínicas cobran mucho o poco por sus servicios, la única verdad en esto es
que el Gobierno no ha cumplido desde hace décadas con su obligación de
suministrar salud gratuita y de buena calidad a través de la red de hospitales
públicos: Las infraestructuras están deterioradas, los equipos inservibles, los
suministros ausentes y encima, el personal médico, paramédico y de enfermeros
es tan mal pagado que tenemos una masiva fuga de profesionales de la salud
hacia el exterior.
De las promociones que recién se gradúan en
universidades formales, aproximadamente el 50% se va a otros países ya sea para
hacer postgrado (y terminan quedándose) o para ejercer en mejores condiciones
que las locales. Las clínicas privadas representan apenas el 30% de las camas
hospitalarias del país y sin embargo están sobreexigidas, llegando a atender
hasta el 56% de los pacientes.
El no haber tomado en cuenta la información
suministrada por los representantes de la medicina privada y por los seguros,
ha dado como resultado un instrumento de regulación alejado de la realidad de
los costos operativos e inaplicable. Los administradores de las clínicas están
augurando una quiebra segura a corto plazo y poco importan las sanciones que
les apliquen y las amenazas de intervención si sencillamente no pueden mantener
sus niveles de atención y calidad cobrando por debajo de los costos. Tal vez
cuando comiencen a cerrar las clínicas y el Gobierno no tenga quien le cubra
las espaldas en su irresponsabilidad asistencial, reculen y traten de poner
pañitos calientes. Pero puede que entonces sea tarde para el daño causado en el
sistema y en la salud y la vida de miles de venezolanos. Pero ¿acaso les importa
esto? ¿O priva el fanatismo comunista de extirpar todo lo que no pueden
superar?
Desde el mismo 26 de junio las clínicas adecuaron sus precios a la regulación, entrando inmediatamente en pérdida. Y cada una de ellas sobrevivirá más o menos tiempo, dependiendo de sus deudas, el flujo de caja y sus compromisos laborales y con los proveedores. Y rezando, para que alguien del Gobierno o del TSJ pare el reloj de la cuenta regresiva del cierre.
Quienes más protestan el costo o la calidad
de los servicios de las clínicas son justamente quienes no tienen para pagarlas
y que deberían estar siendo atendidos en hospitales públicos, con instalaciones
limpias, personal bien pagado y equipos funcionando. Como las clínicas
privadas, pues. Y yo les pregunto a esos que gritan en las puertas de las
clínicas clamando por su expropiación e imitando el discurso anticapitalista de
su comandante, ¿por qué no se van a reclamar así en las puertas de los
hospitales? Por qué no gritan ante el despacho del Ministerio de Salud y o la misma
Presidencia de la República, que prefiere gastar dos mil millones de dólares
pagándole jugueticos bélicos a los rusos que invirtiéndolos en la salud de ese
pueblo que dicen amar tanto.
Lo que no cuentan los reclamantes es que
están en las clínicas privadas exigiendo lo que no exigen en los CDI:
Medicinas, suplementos médicos y quirúrgicos, atención de un buen especialista
¿Por qué no les gusta ir donde los médicos cubanos sino que quieren que los
atienda el venezolano que estudió en una universidad formal e hizo uno, dos y
hasta tres postgrados? El pueblo, incluso el chavista, no tiene un pelo de
tonto.
Sabe que en los CDI puede haber excelentes
equipos de imagen y diagnóstico. Pero no hay quien los sepa usar. A las
consultas privadas llegan pacientes procedentes de CDI con ecografías en la
mano sin un informe médico que determine el resultado. A las farmacias llegan
pacientes con récipes escritos en pedazos de papel rasgados, sin sello del
médico. Conozco un caso en que a una niña de 4 años le recetaron Diazepan (un
potente antiansiolítico) para un dolor de estómago.
Los hospitales, que aún mantienen en su
plantilla médicos venezolanos formados con todas las de la ley, cuentan de esta
promoción de “médicos comunitarios” que llegan al quinto años de la carrera sin
haber examinado jamás a un paciente ni conocido un microscopio. A ellos no se
les puede perdonar que llamen “telescopio” al estetoscopio.
Los hospitales están obligados a aceptar a
éstos muchas veces voluntariosos pichones de médicos, a quienes les hace falta
más cátedra y menos revolución para poder ser médicos de verdad.
A esta diarrea de médicos que gritan “Chávez
vive, la lucha sigue” en su acto de graduación, en lugar de pronunciar el
juramento de Hipócrates (“¿quién será ese señor?”), es a la que huyen esta
cantidad de pacientes que buscan en la clínicas la medicina que es el Estado y
el Gobierno quien debe procurarle. El reclamo debe ser redireccionado por los
afectados.
Hay que tener las ganas de vivir que tienen
los 160 pacientes que recibían hasta hace dos meses tratamiento el Oncológico
Miguel Pérez Carreño de Valencia. Dos meses lleva ya parado el acelerador
lineal. Dos meses sin recibir el vital tratamiento. El acelerador es uno de los
equipos traídos en el convenio médico firmado entre Chávez y Cristina Kichner.
Y ahora resulta que, o no tiene repuestos, o cuesta mucho conseguirlos.
Tal vez los funcionarios que gestionaron la
máquina ya cobraron y se fueron, todo el mundo se lava las manos y los
pacientes van desesperados a las clínicas privadas, que los atienden a pérdida.
Porque a las clínicas privadas no las subsidia el Gobierno y más bien los
organismos públicos, gobernaciones y alcaldías, les montan cuentas gigantescas
que pagan tarde, mal y nunca.
No tengo acciones en ninguna clínica y
coincido en que las facturas de ellas son bastante altas. Así se lo dije a un
médico, reclamándole que apenas si había tocado a mi papá y cobraba Bs. 800 por
la consulta. Él me contestó: “Es verdad, lo toqué una sola vez, pero en el
sitio exacto y le prescribo la medicina que lo va a curar. Lo que estás pagando
no es el tiempo de la consulta sino el conocimiento del médico”. Guardé
silencio ante esa lógica implacable.
Así como es implacable esta verdad: la
medicina privada ha venido supliendo cada vez más la mortal falla de la
medicina pública, porque el Gobierno no cumple con su obligación. Sin las
clínicas privadas, dudo mucho que nadie quiera ir a un hospital ni a un CDI. No
hay dólares para buscar salud en el exterior. Así que esto es el socialismo: A
morir todos de mengua. Menos los funcionarios del Gobierno, claro, ellos sí
tienen dólares para internarse y pagar lo que les pidan en la mejor clínica de
Cuba, Brasil o Rusia.
Charitorojas2010@hotmail.com
Twitter:@charitorojas
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