Las últimas 
manifestaciones  de cientos de
miles de personas  en las  calles de las principales ciudades de Brasil,
protestando contra la corrupción en las altas esferas gubernamentales, el
despilfarro del erario público  en gastos
excesivos como la Copa Confederación  y
otros  preparativos del Mundial de Futbol
del próximo año que sobrepasan  los 15
mil millones de dólares,  así como el mal
funcionamiento de los servicios públicos, que llegó a su clímax con el aumento
del 20 % dela tarifa de busetas, buses y otras 
formas de transporte popular, son el 
sonido milenario de una sociedad hastiada, en su historia, de gobiernos
deshonestos y una desigualdad social insultante, que  sustenta su identidad nacional sobre la
popularidad de la  samba y del  futbol, y que forja su presente entre la  explotación del pasado y el exuberante
potencial de su futuro.Un futuro, al que 
la actual  presidenta del  Brasil Dilma Rousseff, la primera mujer en
ocupar ese alto cargo, quiere dejarle unas bases solidificadas. Pero  el pasado, ese pasado que va y viene en la
historia de los pueblos y se convierte en presente repentino, se le ha
atravesado en el camino.
Quien le iba a decir a la antigua protestataria del estatus quo, a la otrora guerrillera que luchó contra los regímenes militares de los 60, que el pueblo, ese mismo pueblo del que fue parte comprometida, se le iba a rebelar ahora de manera tan ofuscada y contundente, hasta el punto de llegar a pedir su dimisión. En ciudades como Rio de Janeiro, las concentraciones y riadas populares llegaron a medirse en más de 400 mil personas. Muchas de ellas, rescatadas de la pobreza por los programas sociales del gobierno de Lula.
Volver la vista atrás  y recordar a su mentor en el Partido de los
Trabajadores y predecesor en la presidencia, por dos periodos, Lula da Silva,
al  comenzar  la década de los 90, es decir,  apenas unos 20 años atrás, jugando un rol  relevante entre los conductores de las
protestas que exigieron  la renuncia del
presidente Collor de Mello, resulta irónico además de paradójico. 
A Collor de
Mello, acusado de corrupción,  la
irresistible presión del clamor popular, que 
en su  momento  cumbre llegó 
a concentrar a millones de ciudadanos en Rio de Janeiro, algo jamás
visto en la historia política del Brasil, lo obligó a dimitir el 29 de
diciembre de 1992. 
Lo irónico es que la corrupción ya estaba
presente cuando Dilma llegó al poder; élla más bien lo denunció y lo enfrentó
llegando a deponer a algunos miembros de su gabinete, aunque ésto solo no fue
suficiente. 
El paquete del Mundial de Futbol y de las Olimpiadas, que fueron en
su momento, motivo de fiesta y orgullo del poderío que había alcanzado el
modelo de desarrollo brasileño, también se los dejó Lula, y arrastrarán con su
costo multimillonario el desagüe económico del próximo gobierno, cuyo
presidente será elegido en el 2014.  
Y en
cuanto a los reclamos contra el alza de los precios del transporte, no obstante
que Dilma no solo ordenó dejar sin efecto las nuevas tarifas, sino incluso
rebajarlas,  aquellos aún persisten. 
El
problema para Dilma es que no obstante sus antecedentes, no se comporta como
una genuina populista y ha tomado medidas económicas que buscan desarrollo
sostenido, a mediano y largo plazo, en lugar 
de correr  la arruga con mayor gasto
social. Pero ya ha empezado a corregir la situación poniéndose del lado de los
manifestantes y reconociéndoles  su
derecho a reclamar, así como  la justicia
de  sus reivindicaciones. Sin duda una
mujer inteligente.
El modelo 
populista puede lucir cansado con estas manifestaciones de desaprobación
y disgusto social, pero no  está sin
embargo agotado. Los indignados del Brasil, con todo y sus protestas, volverán
a las urnas el próximo año y lo más probable es que vuelvan a reelegir a Dilma
si ésta les dice lo que quieren oír, o al propio Lula, si es que decidiese
volver a lanzarse  a la presidencia
nuevamente. 
Como estoy seguro que si Chávez resucitase ganaría fácil otras
elecciones presidenciales en nuestro país, pues es seguro que sería capaz de
convencer a quienes se quejan 
diariamente del desabastecimiento de alimentos y de papel higiénico, así
como de la devaluación que afecta sus bolsillos, que el  único responsable es Capriles, o  en todo caso, 
Maduro. El populismo se reinventa constantemente y siempre encuentra
nuevos liderazgos, no importa que el propio pueblo se vuelva contra él. 
En Venezuela, es evidente que la oposición
aún no ha encontrado el líder populista que necesita.
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