Es
clara la estrecha relación que existe entre el tipo de cambio, el índice de inflación
y la productividad. En la actual política cambiaria venezolana subyace una
estrategia de control inflacionario donde se hace uso de la
sobrevaluación-anclando el tipo de cambio- ; lo cual se ha traducido en un
comportamiento económico signado por la inflación y la devaluación.
El tipo de
cambio, tanto el nominal (precio de la moneda extranjera en término de la
moneda nacional) como el real (precio de los bienes extranjeros expresados en
moneda nacional), escenifica la competitividad y las relaciones del país con el
resto del mundo, a la par de condicionar su crecimiento económico.
Los
diferenciales de inflaciones entre países (en 2012 Venezuela entre 221 países
se ubicó en el tercero con mayor inflación sólo superando a Etiopía y
Bielorrusia) impide la existencia de una paridad nominal fija, lo cual abre
espacio a la sobrevaluación habida cuenta que el aumento de los precios
internos es superior a la depreciación de la moneda, propiciando un nuevo tipo
de cambio desequilibrado donde la moneda nacional adquiere un valor mayor al
real, hecho que impulsa al Gobierno a restringir las importaciones mediante
un cuantitativo otorgamiento de
divisas-caso venezolano con control de cambio desde 2003- y aplicación de
regulaciones diversas; facilitando la permanencia de la sobrevaluación
generando beneficios al propio Gobierno y a grupos particulares influyentes en
razón de desplazar la materia de importaciones del campo económico al político.
En el mercado internacional la sobrevaluación se traduce en un abaratamiento de
los productos extranjeros y en una desocupación de las empresas venezolanas con
cultura exportadora, con efectos colaterales tales como: (1) disminución de la
rentabilidad y competitividad de nuestras exportaciones no petroleras, y
contracción en el deseo importador de otros países; (2) estimula las
importaciones domésticas desestimulando la producción nacional y la
diversificación necesaria para el desarrollo aspirado; (3) estimula la demanda
de divisas- al ser más baratas- con el consecuente efecto sobre las reservas
internacionales- y el respaldo de nuestra moneda-; (4) induce la necesidad de
un creciente endeudamiento externo; (5) el crecimiento de las importaciones no
repercute en alto grado sobre la disminución de la inflación; (6) propicia la politización
del proceso económico en “complicidad consciente” con el Gobierno en aras de
favorecer su rol de Estado empresario importador; (7)
favorece a las empresas nacionales ineficientes al convertirlas en
“experimentadas” importadoras; y (8) impulsa la desocupación de los factores
productivos nacionales.
En
fin, la disponibilidad futura de divisas se hará factible en la medida que
exista un mercado paralelo legal-despenalizado (y un Banco Central no
condicionado por presiones políticas) que funcione como mecanismo de ajuste del
tipo de cambio. Otorgar divisas, aún de forma espasmódica en 2013, se hace obligante y necesario pero su
viabilidad en el tiempo dependerá del control de la inflación o en caso
contrario los años por venir serán de inquietud permanente, en correspondencia
con la sobrevaluación y la “Misión dólares” que han estimulado la politización
del hecho económico al amparo de las exportaciones petroleras que no han
evitado la presencia de un escenario de total incertidumbre bien por el encarecimiento
o por la limitación de divisas, elemento básico de la actividad económica.
En
reflexión final, asumimos que el férreo control actual en el manejo de las
divisas por parte del Gobierno, no debe “observarse” con la indiferencia que al
momento muestran los actores de la actividad económica.
@jagp611
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