La izquierda tradicionalista, conservadora,
aquella que sigue considerando necesario arrasar con la economía de mercado y
la democracia representativa para, sobre sus cenizas, construir una sociedad
igualitaria y sólo por ello justa, pese a declararse materialista histórica y
filosófica, ha ido sustituyendo paulatinamente el racionalismo y el análisis
científico por La Fe.
Su ateísmo primigenio ha cedido espacio a una
curiosa religiosidad cuya única e indivisible deidad es la abstracción llamada
Revolución y cuyo dogma incluye, entre sus verdades absolutas, conceptos
irrefutables tales como la Lucha de Clases, la Dictadura del Proletariado y el
odio al Estado Burgués.
Emulando las acciones de la Santa Inquisición
o la irracionalidad medioeval de las sectas mesiánicas que consideran hereje,
apóstata o impío a cualquier ser humano que piense diferente, esa izquierda
reaccionaria recurre a la descalificación como forma de evitar el intercambio
de ideas con quienes no considera merecedores de ningún tipo de diálogo y tal
vez ni de existir siquiera.
Su injuria predilecta es la de FASCISTA, que
indefectiblemente asocia sólo a su alter ego LA DERECHA. Uniendo el sustantivo
DERECHA con el adjetivo FASCISTA, la izquierda doctrinaria cree poseer la
descalificación perfecta con la cual describir a los seres más abyectos,
atrasados, violentos, injustos y excluyentes de la humanidad. Obviando
cualquier matiz, endilga el adjetivo a todo quien se oponga a sus métodos. No
sólo a la derecha primitiva y violenta sino también a la derecha democrática o
centro derecha así como a la izquierda democrática o centro izquierda.
En su simplismo estático no se ha
percatado de que el fascismo no es sólo
un fenómeno ideológico sino más bien una forma de gobernar.
Una forma de gobernar que considera su verdad
como absoluta y las posiciones ajenas deleznables. Que está dispuesta a imponer
su visión del mundo y la política a como dé lugar. Que inventa con su aparato
propagandístico una historia manipulada del pasado y de la cotidianidad. Que
promueve relaciones mesiánicas e irracionales entre el pueblo y su liderazgo.
Que justifica la violencia, la homofobia y el racismo si le sirven pero acusa
de tales a sus oponentes. Que aprueba la corrupción si es al servicio del
proyecto. Que aborrece la libertad creadora y despliega una estética cursi
donde hasta el folklore es secuestrado y trivializado. Que detesta las
organizaciones sociales independientes. Que ama las paradas militares, las
multitudes monocromáticas uniformadas, la música marcial y la profusión de
banderas. Que parasita la sociedad democrática con el fin perverso de
destruirla desde adentro. Que manipula a su antojo leyes, instituciones y
mecanismos de elección popular. Que valora la obsecuencia por encima del saber.
Que utiliza la mentira como método sistemático para ocultar sus errores y
juzgar a los demás. Que pone al Estado al servicio del Partido y la economía al
de su perpetuación. Que considera que la historia comienza con su advenimiento.
Cuando estos ingredientes se unen con
indigenismo chamánico, rezos multitudinarios, oráculos plumíferos, momias
divinizadas, Cristos besuqueados y Ánimas de la sabana, resulta UNA REVOLUCIÓN
FASCISTA DE IZQUIERDA cuyo mejor logro es cubrir, como Atila, el terreno
conquistado con sal.
German_cabrera_t@yahoo.es
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