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domingo, 21 de abril de 2013

FABIO RAFAEL FIALLO EL DISCURSO QUE MADURO JAMÁS PRONUNCIARÁ

Después de movilizar a su favor toda la maquinaria del Estado, de monopolizar las ondas de radio y televisión, de contar con el respaldo cómplice y anticonstitucional del Consejo Nacional Electoral y de cometer miles de irregularidades el día de las elecciones, lo que Nicolás Maduro logró fue una victoria sórdida, raquítica e impugnable, desangrando las filas del chavismo por más de 700.000 votos.
Ante tan miserable desempeño, ¿qué analista imparcial podría afirmar, y menos aun creer, que Maduro ganó en buena lid? ¿Quién, tanto fuera como dentro de las filas del chavismo, podría pensar que Nicolás Maduro está a la altura de los retos que el gobierno venezolano deberá encarar? ¿Qué miembro de la oposición estaría dispuesto a tolerar sin protestar la incompetencia crasa y las arbitrariedades del presidente usurpador? ¿Qué chavista no estará pensando, desde ya, cómo deshacerse de esa rémora política que Nicolás Maduro representa?
El chavismo se tambalea. En vez de ser el heraldo de una nueva etapa de la revolución roja rojita, Maduro posee taras de más para convertirse en el sepulturero de dicha revolución.
Los jerarcas del chavismo no pueden sino reprocharle a Maduro el haber llevado el movimiento a las puertas de una derrota electoral evitada tan sólo a base de irregularidades, de control de los medios de comunicación y de abuso de poder.
A causa de la famélica prestación electoral de Maduro, los chavistas comienzan a sentir los escalofríos que la pérdida del poder suele provocar. Se dan cuenta de que el barco navega sin timonel.
El resultado de las elecciones obliga al chavismo a reflexionar, a cuestionar certidumbres y más que nada a cambiar de dirección. Tan es así que personalidades de primer rango han invocado la necesidad de hacer autocríticas y revisiones.
Los venezolanos, incluso aquellos que votaron rojo rojito por lealtad al líder fenecido, están hastiados de escaseces recurrentes, de inflación galopante, de devaluaciones infructuosas, de apagones incesantes, de odios artificiales fomentados desde arriba, de homicidios dignos de un país en guerra civil. Lo que es más, ningún venezolano puede sentirse a gusto con agentes castristas infiltrados en ministerios y casernas, asesorando a Maduro y dictándole su ley.
Ante la necesidad de cambiar de rumbo, ¿qué dice Maduro? Pues bien, usando sus propias palabras, lo que Maduro propone es "militarizar" la electricidad, "radicalizar la revolución" y otras sandeces más. Dicho de otro modo, Maduro propone hundir más aún a su país.
"Radicalizar la revolución", ¿para qué? De nada valdrá seguir culpando al sector empresarial del descalabro de la economía venezolana. De nada valdrá seguir acusando al capitalismo de la astronómica tasa de homicidios que enluta cada año todas las capas sociales del país. De nada valdrá seguir imputando a complots imaginarios el creciente malestar social.
Lo que el pueblo venezolano exige a gritos en la hora actual son resultados, no chivos expiatorios. Pero obtener resultados es algo que está fuera del alcance de alguien como Maduro, que no hace sino aplicar las pautas absurdas trazadas por La Habana.
El verdadero respaldo de Maduro no se encuentra en Miraflores, ni en los cuarteles, ni en una población que está desertando de las filas del chavismo, sino en la moribunda gerontocracia que gobierna aún en Cuba. Una gerontocracia a la que Maduro se encuentra atado, que lo vigila y manipula, a la que Maduro está dispuesto a seguir entregándole una parte sustancial de la riqueza petrolera del país en momentos en que las dificultades económicas de los venezolanos no hacen sino empeorar.
El coctel es explosivo. Y no dejará de explotar.
Para sobrevivir como fuerza política, el chavismo tendrá que sacudirse de sus aberraciones ideológicas, de esa manía de demonizar la oposición, de intimidar a la prensa independiente, de estigmatizar el capital privado y de fomentar el odio entre venezolanos.
El chavismo tiene mucho que aprender de la exitosa modernización ideológica que el Partido Socialista chileno supo operar. Nada más representativo de esa encomiable modernización que el mensaje dirigido al Congreso de Chile, en mayo del año 2000, por Ricardo Lagos, primer presidente socialista de ese país después de la era Allende-Pinochet.
En esa fausta ocasión en los inicios de su mandato, el Presidente Lagos declara: "La nueva época que vamos a inaugurar se basa en el principio de la cooperación y la solidaridad. Hay que renunciar al uso de la amenaza o la violencia, incluida la violencia verbal, que tanto perjudicó los procesos de transformación que se intentaron en el pasado". (1)
Por eso Chile es un país que avanza. Por eso el Partido Socialista de ese país es un motor de progreso y libertad.
Es ese tipo de discurso de lucidez y concordia el que los venezolanos tienen hoy ansias de escuchar de labios de su gobernante. Un discurso que, por su probada sumisión al castrismo y su ostensible estrechez intelectual, Maduro jamás pronunciará.
f.fiallo@ymail.com

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