El caso Venezuela se ha plegado a condiciones
que la mantienen retenida en el tiempo y confinada en un espacio geopolítico decadente.
CAVANDO SU PROPIA TUMBA
El país, definitivamente, se convirtió en un
escenario de continua y aguda confrontación en el cual la adversidad ha dado
paso a actitudes belicosas que terminaron confabulándose con el atraso propio
de un país que vive a expensas de la demagogia de un gobierno entumecido por el
odio y el egoísmo.
Las convulsiones políticas que bullen desde el alto
gobierno, rebasaron las posibilidades de inhalar aires de democracia. Al menos,
para compartir las mínimas pasiones de todo ser humano que pueda preciarse de
la vida que tiene delante de una tierra sembrada de dignidad por la pujanza
libertadora.
Hoy Venezuela está incendiándose por los
cuatro costados. Quienes se alzaron con el poder político, en nombre de un
proceso revolucionario extremadamente reaccionario, de un socialismo aderezado
por la renta petrolera con el propósito malversado de arrugar el compromiso de
una oferta electoral que exaltaba la democratización del sistema político,
confundieron la gestión de gobierno con la imbecilidad.
El tamaño de su
empacho, es de quien no tiene ni el conocimiento ni la aptitud. Tampoco la
moral, para emprender una acción gubernamental donde dominara la tolerancia y
se aceptara la disidencia como forma de distender y resolver problemas que no
tienen solución consensual.
La cúpula gubernamental venezolana que en
estos momentos asedia toda concepción de institucionalidad democrática, resulta
de la usurpación y violación de principios y preceptos constitucionales. Pero
también, de la desesperación de quien no sabe caminar entre sendas de zarzas.
En el fragor de tan crudo abatimiento, surge la cobardía como aquella condición
que lleva al hombre a huir ante su propio temor. En tanto que en el
politiquero, ésta angustia lo reduce al extremo que le aniquila su capacidad
para pensar, comprender y razonar.
Por eso, quienes en el país se hacen pasar
como dirigentes políticos usurpando funciones públicas, se convierten en
saqueadores del patrimonio nacional mediante argucias esgrimidas con los
recursos de un Estado que, por definición,
es la conciencia política de un pueblo. Pero nunca, la expresión de una
parcialidad militarista. Mucho menos, la conexión de tendencias político–ideológicas
ocasionales con la encarnada intención de construir una sociedad subordinada a un único pensamiento expuesto
bajo la forma de poder supremo. Si acaso esto se ordena bajo tan aberrante
concepción política, simplemente no habrá garantía alguna de imprimirle sentido
y forma al Estado de Derecho del cual depende el afianzamiento de la
democracia.
El caso Venezuela se ha plegado a condiciones
que la mantienen retenida en el tiempo y confinada en un espacio geopolítico
decadente. Mientras no haya coherencia en las decisiones y sentido de unidad en
las acciones, será difícil propender el avance hacia amplios estadios de
desarrollo económico y social. De lo contrario, sólo quedará la posibilidad de
que cualquier incongruencia termine siendo una señal de que el gobierno
nacional estará cavando su propia tumba.
VENTANA DE PAPEL
SU DISCURSO NO AGUANTA UN ANÁLISIS
Las ciencias sociales, hoy día, vienen
utilizando el análisis del discurso como recurso metodológico para observar no
sólo estructuras verbales, sino además para indagar estructuras semánticas por
las cuales es posible comprender el sentido crítico de ideas aludidas.
Particularmente, para analizar el papel del discurso en la reproducción de la
dominación entendida como abuso del poder, al igual que en la resistencia
contra la dominación.
De manera que la tentación de vislumbrar lo
que hay tras el discurso del recién presidente de la República en ejercicio, es
inevitable. En sus palabras no hay forma alguna de comprender un significado
que de clara idea de lo que busca asentir. Un breve análisis crítico del
discurso arroja datos que sólo revelan la precariedad de quien, por ahora,
tiene la conducción del país en sus manos. Y resulta contradictorio inferir
que, en las conexiones entre las situaciones social y política referidas y el
uso lingüístico, no hay fundamento que avale las consideraciones expuestas.
En lo que se llama “las huellas del
contexto”, son apenas inconclusos pretextos que, por las razones esgrimidas, se
tornan de efímera proyección por lo cual no hay posibilidad de dar con
inferencias sólidas que permitan extraer un ideario político de calidad por lo
cual no hay posibilidad de deducir inferencias sólidas, indicios firmes o
“huellas del contexto” desde el cual pudiera haber estamentos conceptuales que
fijen una idea completa. Es lamentable pues observar, señor presidente, que su discurso no aguanta un
análisis.
“PALABRA
DE HONOR”
A quien no le gusta la verdad, aplica la
huída como razón de supervivencia. Aunque también acude a la palabra disfrazada
para distraer. Sin embargo, a quienes la sensatez y la enjundia los define en
lo social y en lo político, se les estima y respeta por su responsabilidad frente a la palabra comprometida. No hay peor
actitud que la de incumplir con la palabra dada. Sobre todo, ante
circunstancias que merecen la atención y cuidado de todos. Lo contrario, motiva
serios problemas en virtud de las complicaciones que de la situación pueden
generarse.
Antes que las realidades comenzaran a
diversificarse por causa del influjo descomedido de las nuevas tecnologías de
la información y comunicación, la palabra era un asunto de honor. De hecho,
ante cualquier compromiso, no era necesario firmar algún papel. Bastaba la
palabra empeñada y todo se asumía como un pacto entre caballeros. No obstante,
debe reconocerse que la dinámica política y la vehemencia con la cual se ha ejercido
la política en los últimos decenios, ha infundido la denominada “ceguera
ideológica” ocasionándole así un profundo desgaste a quienes siguen
considerando la palabra como un serio compromiso.
¡Qué peligro para los polítiqueros no medir
las consecuencias de sus palabras en tiempos de redes sociales donde la
información se dispersa con más velocidad que un vendaval! Nada tan cierto como
aquel sabio precepto acuñado por Sigmun Freud: “Uno es dueño de lo que calla y
esclavo de lo que dice”. En ello se resume el poder de la palabra. Tanto, que
se dice que un hombre vale por su capacidad para cumplir con su palabra. He ahí
el sentido de valorar el hecho de callar o de hablar. Callar para evitar
convertirse prisionero de la propia palabra. O hablar para exhortar ideas que
construyan vida con la sencillez y la humildad que exige la palabra. Pero
también, con respeto hacia ella. Así podrá comprenderse el significado de lo
que envuelve una “palabra de honor”.
EL MÁS PURO FASCISMO
Una cosa es la política, otra es la guerra.
Aunque entre ambas situaciones hay relaciones cuyas variables definen
condiciones de coerción y hasta de intimidación. Pero en ningún caso, dichas
variables ostentan valores que permiten la violación de derechos fundamentales.
Particularmente, cuando se trata de problemas que toquen espacios dedicados a
la salud del ser humano. Más, por cuanto sus servicios están dirigidos a
brindar la atención necesaria y oportuna a quien acude al mismo en busca de la
asistencia médico-quirúrgica que corresponde al restablecimiento físico que
exige una dolencia o enfermedad.
De ahí que resulta inadmisible estar de
acuerdo con los hechos ocurridos contra el centro de salud de la Universidad de
Los Andes, CAMIULA. La alevosía de acérrimos violentos, el pasado martes,
quienes con absoluta impunidad arremetieron contra la humanidad de pacientes,
personal médico, empleados y obreros universitarios, así como de visitantes y
de quienes para ese momento huían del terror que en la calle sembraban
facinerosos para desalentar a personas que protestaban pacífica y
constitucionalmente ante el CNE, no tiene parecido.
El ataque de estos furibundos motorizados,
vestidos a la usanza oficialista, y ante la mirada contemplativa de los cuerpos
de seguridad pública estatal, generó no sólo un terror incalculable. Sino
además, el rechazo colectivo pues ante su presencia se perpetró la agresión en
cuestión causando así destrozos de instalaciones, equipos médicos y material de
oficina. Incluso, el revuelo ocasionado por la incursión de estos forajidos,
animó el hurto de computadoras de uso médico-administrativo tanto como la quema
de motocicletas de visitantes y vehículos de trabajadores de dicho centro
asistencial. Ese día, estos desalmados dejaron ver el alcance de su encubierto
poder, acontecimiento nunca visto en Mérida. Fue una vergonzosa veneración a la
consigna oficialista: “Patria, Socialismo o Muerte”. Fue apenas un ensayo que
sirvió para hacer alarde de lo que es el más puro fascismo.
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