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miércoles, 20 de marzo de 2013

ROSALÍA MOROS DE BORREGALES, EL VERDADERO CRISTO DE LOS POBRES

La muerte sigue siendo un misterio para el ser humano, todos sabemos que cierra el ciclo de nuestra vida terrenal, sabemos que algún día aquellos que amamos morirán y que nosotros también; sin embargo, la muerte no deja de ocasionar conmoción cuando se aparece en nuestro camino. 
Más allá, cuando nos enteramos de la muerte de otros que no nos fueron cercanos, de alguna manera desconocida se produce en nosotros un sentimiento de compasión. Habría que tener el corazón lleno de un odio muy grande y sin temor de Dios para alegrarse por la muerte de otro. Aquel que ha entendido la transitoriedad de la vida, sus misterios, su igualdad de condiciones para todos y, la justicia divina no se contentará con la desgracia de otros.
Uno de los misterios que encierra la muerte es que de alguna manera pareciera borrar los errores y desaciertos, pareciera que el dolor por la pérdida enalteciera de tal manera al que se ha ido, que los que se quedan olvidan fácilmente lo malo e injusto. Es lo que ha pasado con la muerte del presidente Hugo Chávez, sus seguidores se han concentrado en sus bondades enalteciéndolo de tal manera que ha llegado a ser ofensivo para aquellos que profesamos la fe cristiana, ya que en su afán por darle un lugar de relevancia en la nación, no han dejado que sea la historia la que cumpla su labor sino que de una manera absolutamente exagerada han tratado de elevar la imagen del presidente hasta llegar a llamarlo "el Cristo de los pobres".
Jesús de Nazaret, el verdadero Cristo, el que murió en la cruz del Calvario hace más de dos mil años dividió la historia, no se propuso o impuso que la historia se narrara en los acontecimientos ocurridos antes y después de Él, la historia misma lo estableció así. Jesús de Nazaret, el verdadero Cristo, es la piedra angular de la cristiandad extendida por toda la faz de la Tierra, su legado ha trascendido siglos de historia y hoy está más vivo que nunca. A diferencia de cualquier otro ser humano al que se le pretenda llamar Cristo, Jesús de Nazaret resucitó de la muerte demostrando que era verdaderamente Dios. No vino al mundo para condenar al hombre, no hizo acepción de personas. Su mensaje fue dirigido a su pueblo judío primeramente, luego a todos, pobres y ricos, cobradores de impuestos, pescadores, enfermos y pecadores de toda clase, oficiales romanos, sacerdotes, hombres, mujeres y niños de todas las clases sociales,  de todas las nacionalidades, de todos los oficios y profesiones.
Jesús de Nazaret, el verdadero Cristo, vino para ser la luz del mundo, para darnos vida que trasciende la vida humana. No solo vino a bendecir en el plano terrenal para proveer el sustento a los pobres. También vino para bendecir el corazón, como lo demuestra ese pasaje del evangelio según San Juan en el que Jesús sana a un joven ciego de nacimiento, y luego se le presenta como el Cristo, el Salvador. El encuentro de este muchacho ciego con Cristo se transformó en sanidad para su cuerpo así como en la salvación eterna de su alma. Él le abrió los ojos del cuerpo así como los ojos del corazón. Porque con Cristo todo se trata siempre del corazón, lo primero y más importante en la vida del ser humano. Las bendiciones materiales son una consecuencia del encuentro con el verdadero Cristo, como lo expresó al final del Sermón del Monte instándoles a buscar primeramente el reino de Dios y su justicia para que todas las demás cosas, esas de las que previamente les había hablado, el alimento, el vestido, el techo vengan por añadidura, es decir, como consecuencia directa.
Lamentablemente Jesús dijo que a los pobres siempre los tendremos entre nosotros, porque  que vivimos en un mundo injusto que genera pobreza; sin embargo, fue a los pobres en espíritu a los que Él proclamó como bienaventurados porque de ellos es el reino de Dios. Esos pobres son aquellos hombres y mujeres capaces de reconocer sus limitaciones; son todos aquellos que han entendido que separados de Dios nada pueden hacer; aquellos que saben con humildad que solo Dios es suficiente porque con Él todo es posible y sin Él nada tiene sentido. Esos pobres en espíritu son los que han reconocido en Cristo al que sana todas sus dolencias, al que perdona todos sus pecados, al que rescata del hoyo sus vidas y el único que los corona de favores y misericordias.
¡Ese es Jesús de Nazaret, el Cristo de los pobres! ¡Esos son los pobres de Cristo!
rosymoros@gmail.com
@RosaliaMorosB

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