Para bien o para mal hemos llegado al fin de
una época, el momento es crucial para definir el país que queremos.
Nuestra primera reacción ante la desaparición
del Jefe de Estado, es pedir que se deje de lado lo que nos separa y que
encontremos los puntos que nos unen para reconstruir un solo país.
Comportamiento que debe ser recíproco.
En estos días los sentimientos han sido
encontrados, pero de respeto a la familia, a sus seguidores, a la imagen
internacional de país civilizado.
El Gobierno tiene ahora la palabra y debe
conducir el proceso que nos permita continuar como una sola Nación, llegó la
hora de comportarse a la altura de la responsabilidad que se tiene cuando se
ejerce un cargo de servicio público.
Tiene la obligación de enderezar el rumbo, de
comenzar por dar el ejemplo como conductor, de definir de una vez por todo el
camino democrático y constitucional.
Intentar tomar al pueblo de Venezuela por una
masa manipulable permanentemente es jugar con fuego, fomentar la división y
continuar con una actitud agresiva y descalificadora de la mitad de la sociedad
venezolana, solo servirá para agudizar el principio del fin.
Cualquier conducta fuera de la legalidad,
podrá imponerse por la fuerza pero abrirá la brecha a cualquier reacción
destinada a salvar la democracia y el imperio de la ley.
Un país no pertenece a la mitad de su pueblo,
ni a un partido político, ni a una camarilla unida solo por la ambición del
poder. Por supuesto mucho menos a un gobierno extranjero, que pretenda colocar
unos títeres para seguir usufructuando de las riquezas de Venezuela, como un
parasito.
El gobierno de los Castro se ha convertido en
un tumor que amenaza el desarrollo de Venezuela, es el cáncer que consume
nuestro futuro y el de nuestros hijos. Si continuamos en ese camino
desaparecerán definitivamente las fuentes de trabajo, dejaremos de salir a la
calle en manos del hampa, tendremos que comer migajas de lo poco que
encontremos en el mercado, endeudaremos el país hasta que nuestro cuerpo social
muera y no pueda reaccionar más, ante el atropello del estado invasor.
Un país no se gobierna con mitos, ni
estatuas, ni eslogan, ni con brujos y sesiones de espiritismo.
Todo tiene un tiempo y la realidad nos
devuelve al difícil arte de gobernar, donde es necesaria la eficacia, la
preparación, la visión de futuro, el concurso de todos. Indispensable para la
construcción de un país, donde vivir represente un cierto modo de felicidad.
Los conductores actuales si piden respeto
tienen que comenzar por respetar. Eliminar del leguaje gubernamental los
epítetos contra la oposición, las falsas acusaciones de quienes no piensan como
ellos y las amenazas con acabar con aquellos que no se plieguen a su voluntad.
Tenemos que acabar con un el doble lenguaje,
con el abuso de poder, con la trampa, No se puede llamar a la paz, violando la
ley y con el fraude.
La legitimidad se logra con una victoria
libre de dudas, utilizar el principio de que el poder no tiene por qué respetar
la norma, ya que cuenta con el poder para ello, es demostrar públicamente su
cultura de hampón y el poco respeto que se tiene a los valores, los principios
y la ley.
Se tiene que acabar con la mentira pública,
casi como un atentado a la inteligencia, expresiones como: “cáncer inoculado”,
“el presidente está bien y gobernando”, “vamos a embalsamar el cuerpo de
Chávez”, no resisten unos días para comprobar que se nos está mintiendo. Nada que
comience bajo el engaño y la mentira tiene un futuro promisorio.
Quien se va creer que la escasez de alimentos
y las fallas en el sistema eléctrico nacional, corresponden a “planes
desestabilizadores de los enemigos de la patria”, antes fueron las lluvias y
las iguanas. Todos recordamos las expropiaciones de tierras productivas, de
Agroisleña, de las cadenas de supermercados y los conteiners de comida podrida.
Llegó la hora de dar por terminada la
provocación, el vocero de un gobierno nacional no puede llamar a una
parcialidad a “mantenerse en pie de lucha”, contra los opositores, tildándolos
de corruptos y de buscar generar situaciones de violencia. La irresponsabilidad
y el nerviosismo no se compaginan con las funciones de estado.
Llego la hora de jugar limpio, si no queremos
arrastrar el país al caos, un mito no puede contener el hambre, ni la pérdida
de un ser querido sin que se castigue al delincuente.
Tenemos que enfrentar juntos la inmensa deuda
externa, la inseguridad y los pranes y reconstruir la poca industria que nos
queda.
Debemos comenzar por dejar de dividir a los
venezolanos entre los míos y los que se tiene que ir del país, ya que con ellos
se va parte del futuro. Reiniciar la producción de alimentos nacional y acabar
con el negocio de las importaciones de alimentos de aquellos que benefician de
los dólares preferenciales.
Cambiar las dadivas y los regalos melosos del
que considera que le debes lealtad a cambio de ayudas, por el cierre de manos
fuerte del que te ofrece un trabajo digno que honre.
Tenemos que salvar a la industria petrolera y
las empresas de Guayana.
Debemos recuperar el respeto de las
instituciones, no más decisiones políticas contra la mitad de los ciudadanos.
Aspiramos magistrados, jueces, fiscales, defensores, árbitros, militares que
cumplan con su juramento constitucional de servirles a todos los venezolanos y
no a una ideología política, antes que Dios y la Patria se los reclamen.
Llego la hora de ser consecuente, si algún
homenaje se le debe hacer a un presidente fallecido es garantizar a que todo el
pueblo del país que gobernó y que dicen que tanto amó, pueda vivir, crecer
junto y en paz.
Si de verdad queremos este país, si de verdad
creemos que los intereses del pueblo están por encima de los intereses
particulares. Entonces señores del gobierno, a jugar limpio por que llegó la
hora.
nelsoncastellano@hotmail.com
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