«La Historia sería un individual registro de
hipotéticos hechos. Pero, las definiciones deben fundamentarse. No podemos
presumir para luego definir. Investigamos, procesamos datos, los sometemos a
pruebas de autenticidad y, más tarde, fijamos un concepto. Honro a la verdad
cuando afirmo que la Historia es, también, una arbitraria acumulación de acaecimientos
improbables y prolija en maquillajes»
Siempre he pensado que jamás la historia
podría asumirse cual «disciplina científica». Sencillamente, porque es –a mi
juicio– un «caprichoso» e «individual» registro de acaecimientos. Los
historiadores, por tanto, se aproximan más a los hacedores de literatura que a
los hombres de ciencia.
HECHOS, INTERPRETACIONES
Quien se dedica a escribir sobre los sucesos
que juzga trascendentales sabe, perfectamente, hasta qué punto es subjetiva su
exposición: “fidedigna” transcripción de lo «incidental».
Pero, ¿cómo debe el humanista codificar los
sucesos importantes y dignos de ser conocidos –en el futuro– mediante sus
crónicas o ensayos? ¿Acaso censurándolos? ¿Es «válido» y «científico» anteponer
principios morales a su redacción?
Por muy buenas que parezcan sus intenciones,
los historiadores suelen ser frágiles exponentes de hechos que les impactan o
que conmueven a un gran número de habitantes del mundo. Más serios lucen
quienes desestiman elementos que solo a ellos impresionan, por supuesto. Pero,
igual parecen poco severos los que sopesan los acaecimientos de acuerdo a sus
adhesiones doctrinarias.
Lo cierto es que alrededor de esa disciplina
se teje toda clase de marañas. En el mundo Moderno y Post-Moderno, prosperan
los historiadores de mercenariado o palangres: oficializados, mediatizados
(frente a los cuales sobreviven los auténticos profesionales de la Historia,
que sirven a universidades o empresas privadas).
Aunque hoy muchos promueven la idea que la
Historia sea reconocida como una «ciencia», nunca podría –de facto– decretarse.
Inclusive, los sucesos que se hacen públicos y que alcanzan periodística
difusión no siempre reflejan la realidad «aparencial». Cuando no los vuelven
imperceptibles y expertas en camuflajes personas, son maquillados por los
gobernantes de acuerdo con sus necesidades políticas.
Algunos eminentes han pretendido establecer
que la Historia consiste «en la compilación de la mayor cantidad posible de
datos irrefutables y objetivos» (Edward Hallett CARR en: ¿Qué es la Historia?
Seix Barral, S. A., Barcelona, España, p. 20).
Entre los científicos, nada puede ser tenido
por irrefutable. Si ellos –que tiempo atrás desecharon a los empiristas–
sostienen la falibilidad de ciertas teorías, ¿qué argumentos blandiríamos los
humanistas para infundir aires de irrefutabilidad a cualquier dato histórico?
LA HISTORIA Y LOS AVANCES EN MATERIA DE
COMUNICACIÓN
Pululan quienes, ingenuamente, aseguran que
las filmaciones representan pruebas irrefutables de la veracidad de unos
hechos. Aparte que existe la simulación –que puede igualmente filmarse– abundan
técnicas para elaborar montajes fílmicos. Ningún historiador auténtico
documentaría sus afirmaciones con películas.
Los avances en materia comunicacional no
dotan al historiador de mejores instrumentos de trabajo; por lo contrario, lo
vuelven más débil e inseguro. Filmaciones «en vivo» y «vía satélite», textos
transmitidos por «fax», «tabletas», «celulares» o «equipos digitalizados de
fotografía»; todos, digo, son elementos que no deberían tomarse cual
incuestionable documentación para una persona severamente dedicada a la
Historia.
ENTONCES, ¿QUÉ ES LA HISTORIA?
Si presumimos que ningún hombre está exento
de caer en la tentación de redactar –acomodaticiamente– cualquier suceso
juzgable trascendental, la Historia sería un individual registro de hipotéticos
hechos. Pero, las definiciones deben fundamentarse. No podemos «presumir» para
luego «definir». Investigamos, procesamos datos, los sometemos a pruebas de
autenticidad y más tarde fijamos un concepto. Honro a la verdad cuando afirmo
que la Historia es, también, una arbitraria acumulación de acaecimientos
improbables y prolija en maquillajes.
¿PARA QUÉ SIRVE LA HISTORIA?
La interrogante por mí empleada como
inter-título es, sin dudas, baladí. Previo y profesoral ritual, suele
formularse a los que se inician en el estudio de la Historia.
Pese a que no es «científica», pienso que la
mencionada disciplina si orienta un poco a los seres humanos. Al centro de
profusas informaciones, algo sería rigurosamente cierto. Por ejemplo: lo que se
ha escrito sobre BOLÍVAR, aun pareciendo fantástico, ilumina lo que fueron
aquellos tiempos de combates contra el Imperio Español.
La admiración y el odio que inspiraba Simón
BOLÍVAR precipitaron múltiples e históricas versiones respecto a lo que fue su
existencia, pensamiento y acción. Pero, fue (mortal) hombre y dirigió
regimientos.
Simultáneamente, es indiscutible y no
«probable». Los testigos presenciales ya entraron a la muerte. Las cartas y legados
escriturales del «Libertador» nos hacen presumir, una vez más, que vivió.
La Historia, aun la fabulada, sirve. Nos
entretiene o advierte. Nos pone atentos. Nos invita a imaginar un inatrapable y
desconocido mundo. También sirven la Literatura, el Cine, la Política. Todas,
disciplinan que satisfacen apetencias intelectuales.
@JUREscritor
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