“Que aprendan los niños a ser preguntones para que pidiendo el porqué se acostumbren a obedecer a la razón… no a la autoridad como los limitados, ni a la costumbre como los estúpidos”. Simón Rodríguez.
Hable Ud. con cualquier joven estudiante o
bachiller graduado recientemente en institutos de educación pública. Por lo
general serán muchachos de clase media baja o de sectores sociales más
humildes.
Intente conversar con ellos sobre cualquier
tema de historia, de filosofía, de biología e incluso de actualidad. Salvo muy
raras excepciones, la respuesta será muy cercana a la que me dio hace poco un
bachiller graduado en un liceo de Los Teques:
-¡A mí no me haga preguntas porque no sé un coño
de nada!-
También me contó con naturalidad que había
pagado a los profesores para aprobar materias y que esa era una práctica común.
El asunto es llegar a la casa con notas aceptables y lograr graduarse “pa salir
deso”. El amor al conocimiento, la curiosidad, no existen: -¡Queseeeeessssooo!-
Pero más grave aún que su ignorancia sobre
temas curriculares es su desconocimiento en torno al país, al continente y al
mundo. No sólo ignoran los temas más elementales de la geografía y la historia
nacional y global sino que tampoco tienen la más mínima noción sobre los
conceptos de Estado y Gobierno, de Poderes, de democracia, de derechos
ciudadanos, de política y economía. Y estamos hablando de estudiantes de
educación media y bachilleres de la república. Imagínese qué elementos manejará
el cerebro de quienes no logran superar los primeros años escolares.
Ahora bien, estos muchachos están creciendo
entre dos conceptos de vida aberrantes. Uno está representado por la
superficialidad y el hedonismo de la sociedad post moderna, el consumismo
desaforado, la avidez de riqueza, el guerrerismo y la influencia mediática
global de los centros de poder que impone los vampiros enamorados, los
zombis, las lolas nuevas, las nalgas
aseguradas, la alfombra roja, los óscares, el encanto de los ricos y famosos,
el perico, los reality, las competencias
descalificadoras.
El otro es personificado por la
autodenominada Revolución Bolivariana, obscenamente contradictoria entre la
corrupción desatada, el resentimiento social, la violencia y el discurso
purista, amoroso, justiciero. Una revolución hipócrita y anacrónica que en
nombre del amor promueve el odio y en nombre de la paz estimula la guerra.
En este entorno esquizofrénico crece una
generación que, rodeada de héroes de cartón, desfiles y fanfarrias militares,
museos transformados en refugios, araguaneyes en flor, morgues repletas,
cadenas presidenciales, masacres carcelarias, turpiales y banderas ondeantes
opta por la motico china, el Blackberry, la pinta, la pistola con cargador largo de silicón, la
piedra, el perreo en los bonches, el reguetón perpetuo, la idolatría al
malandro, la rasca de anís o Chimeneao, la coñaza y la puñalá, el levante de
culitos, los mensajitos de texto, la apatía y la irresponsabilidad.
El país rural y familiar que en los años 50,
60 y 70 se ubicaba entre los primeros en educación de América Latina se ha
transformado en esto.
Cuando por fin logremos levantar cabeza habrá
mucho trabajo por hacer, pero la tarea principal será llevar adelante una
verdadera Revolución Educativa.
german_cabrera_t@yahoo.es
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