Pese a las innumerables señales que permitían
predecir el desenlace anunciado anoche por el presidente, el asombro no dejó de
abrazarnos con su manto de tinieblas. La renovada incertidumbre ahoga una vez
más y sin excepción al espíritu venezolano, en otro episodio del tortuoso
thriller en que se ha convertido nuestro ingreso al siglo 21.
Volvemos a
preguntarnos: ¿qué vendrá ahora, cuándo terminará de finalizar esta angustia
que nos impide llevar una vida normal, hacer planes, cumplir metas? Es ese, al
parecer, uno de los signos comunes a las revoluciones: el sobresalto no cesa,
siempre hay un evento nuevo, un asombro, otra jugada del azar. Y es que los
revolucionarios son así: para ellos todo vale, según la coartada de su utopía
de asaltar el cielo.
Así, no les importó someter a todo un país a
una fatigante y billonaria campaña electoral que habría de conducir a la nada,
porque ya sabían que la misma habría de ser repetida pocos meses después; lo
del 7-O fue apenas un trámite obligado para seguir bordando la perennidad de su
poder. Ahí no caben los dilemas entre verdad y engaño, o responsabilidad y
estulticia. Si es útil para preservar la revolución, pues se procede, no
importa cuál concepto legal o civilizado se haga añicos. No le pidamos, pues,
al gobierno que respete conceptos que para él son inexistentes. Ni siquiera se
lo presentemos como reclamo o tema del debate, todos sabemos que esa barajita
no está en su colección y aun así una buena porción de compatriotas está
dispuesta a apoyarlo. Tampoco nos desgastemos en si hay en Venezuela sucesión o
poder hereditario, algo que no sé porque ha salido al debate cuando lo dicho y
ejecutado por Chávez, hasta ahora, es constitucional y legal.
Creo que los temas en juego están en otro
cuadrante. En primer lugar, en vez de estar tirando prematuras piedras en el
tejado vecino, miremos hacia el nuestro y tapemos las troneras que presenta.
Por ejemplo, quién controla a los numerosos espontáneos que andan celebrando
con júbilo el drama que aqueja al presidente y a sus seguidores. La importancia
de las redes sociales ha crecido de tal manera que la “vocería opositora” es
mucho más extensa y plural que los dirigentes partidistas; porque de la
inmadurez y escasa hidalguía que por ellas circulan pesca el chavismo lo que
dan en definir como la “miseria humana de la oposición toda, que no respeta el
sufrimiento de quien es apoyado por 8 millones y pico de sus compatriotas”.
Quién, de la dirigencia opositora, es capaz de desmarcarse de tales
irreflexiones y desautorizarlas. Hasta ahora claramente Julio Borges, siempre
sensato y por ello mismo poco grato a los amantes del “carisma”.
Si toda la política de Chávez, en especial
durante campañas electorales, se desarrolla mayormente en el terreno de la
simbología emocional y afectiva, las inevitables elecciones presidenciales
entre Maduro y quien presente el sector democrático lo serán en un 100%.
Mientras nuestros prospectos de candidatos se encuentran, como debe ser,
dedicados al proceso regional, ya la campaña de Maduro comenzó: anoche con el
espaldarazo presidencial y esta mañana en la Asamblea Nacional y las plazas
Bolívar de todo el país. Ya sus términos de confrontación fueron puestos sobre
la mesa: esta será para ellos una competencia entre el sucesor de Chávez,
ungido por el líder mitológico, y el representante de una cáfila desalmada,
incapaz de sentir solidaridad y respeto por el dolor de un pueblo entero”. Para
ello no importará su responsabilidad en la inmolación de Franklin Brito, ni la
infame venganza contra Afiuni o Simonovis, ni las injusticias cometidas contra
22 mil trabajadores petroleros, ni la lista Tascón.
No tengo dudas de que para ejecutar su
ambición de perpetuidad en el poder el presidente hoy enfermo ofendió, humilló
y perjudicó a millones de otros venezolanos. Es ese el motivo por el que miles
de ellos se consideran hoy con todo el derecho de regocijarse del sufrimiento del presidente y
sus seguidores. Al hacerlo, además de colocarse en la misma posición incompasiva
que tanto critican, suman sus esfuerzos a la tarea de prolongar por otros 6
años su propia desventura. Sigan llamado a Maduro “chofer de autobús” y verán
cómo en pocos meses lo convierten en presidente constitucional. Decidan lo que
prefieren: satisfacer su “justicia vengadora” o lograr la victoria democrática.
Pocos pueblos sufrieron tanto crimen y
humillación como el de Sudáfrica con el Apartheid y ningún líder lo sufrió en
carne propia como Nelson Mandela. Y Mandela perdonó, porque era lo correcto y
también por conveniencia política. Como perdonaron Gandhi, luego de siglos de
ignominia colonial, y los vietnamitas, luego de miles de toneladas de napalm.
Veamos dónde están gobernando quienes prefirieron lanzar cohetones ante los
males del adversario y asumieron su tarea política como una vendetta. Los
vengadores sólo triunfan en las películas y telenovelas, el Conde de
Montecristo jamás hizo política concreta.
La posibilidad de que los acontecimientos
actuales sean una ventana para dar solución sustentable a nuestra profunda
crisis política, económica y moral dependerá de cómo se comporten la base
opositora y su dirigencia en los próximos días. En rigor, sólo dependerá de la
dirigencia; porque ella deberá acopiar hoy el coraje que en otras ocasiones le
faltó para canalizar y controlar los impulsos de una masa que muchas veces se
le colocó por delante para cometer graves desaciertos.
turgelles2@gmail.com
@TUrgelles
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