El
culto a la personalidad es una de las características de los gobiernos
autoritarios. Jefes de Estado que se erigen como los actores que controlan a
los ciudadanos, aunado a la aparición reiterada en los medios de comunicación y
a la puesta en marcha de un aparato de propaganda oficial en la que el rostro
del líder es colocado en cualquier espacio, son hechos habituales de estos
personajes que aspiran a la perpetuidad.
En
estos regímenes hay hermetismo en torno a áreas como la salud de los jefes de
Estado. El acceso a las fuentes periodísticas es imposible, debiendo
conformarse la ciudadanía con escuetos comunicados de prensa y alocuciones
oficiales que en muchas oportunidades generan más dudas que respuestas.
El
17 de diciembre se conmemora el primer año de la desaparición física del primer
mandatario norcoreano Kim Jong- Il, un hombre que heredó el gobierno de su
padre y al igual que éste sumió a su país en el peor de los yugos y el más
miserable de los atrasos.
Más
allá de la designación de su hijo como sucesor, profundizando una grotesca
dinastía comunista, hay un hecho que marcó el momento en que falleció el líder
de Corea del Norte y es que a la población se le obligó a que saliera a
expresar su dolor por la muerte del difunto Presidente, sancionándose con penas
muy fuertes a los que "no lloraron lo suficiente". Y pensar que
tenemos un ejemplo muy cercano, pues Cuba no dista mucho de la fatídica experiencia
norcoreana.
luisdalvarezva@hotmail.com
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