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viernes, 14 de diciembre de 2012

ANTONIO COVA MADURO, LA ARENGA FINAL

Cuando dudábamos sobre qué nombre darle a las palabras que este sábado 8 de diciembre dirigiera Hugo Chávez a los suyos -nunca al país, por la imposibilidad metafísica que parece tener para entender que el país incluye a bastante más que a "los suyos"-, desde la Asamblea Nacional uno de ellos, ofreció este término: arenga, que es el que mejor cuadra con su ejecutoria esa noche.
En efecto, cuando una y otra vez revisamos lo que allí dijo, y sobre todo cómo se dijo, no podemos menos que estar de acuerdo con la palabrita, que según el DRAE es "un discurso pronunciado para enardecer los ánimos". Eso era lo que buscaba, porque avizora los problemas que su enfermedad genera entre los suyos, los de la "secta gobernante".
Antes de la arenga vino la información, que es de mucho interés para todos, en especial para los venezolanos, que tenemos la suerte de que por más que se esmere el régimen por funcionar en medio de un sigiloso proceder, que con celo guarda el secreto hasta de las absurdas nimiedades, el hablador que es Chávez no encaja con tales intenciones. Chávez casi que necesita echarnos el cuento hasta con los más mínimos pormenores, de cómo fue que -¿inesperadamente?- le retornó el cáncer.
Nos reveló, incluso, la insólita noticia de que exámenes hechos justo antes de entrar en campaña le proveyeron de una información ("ya estaba curado") que resultó falsa; y que fue por eso que decidió optar por un nuevo mandato presidencial. Y la noticia es "insólita" porque nos cuesta creer que no más elegirle, el cáncer renaciera vigoroso, si apenas un tiempo antes se había desvanecido. ¿No sería que alguien -el paciente o los médicos que le atienden- se empeñaba en no ver la verdad, o por lo menos sospecharla?
De allí en adelante, el enfermo no hizo otra cosa que remachar el proceso por el cual los médicos llegaron a la conclusión fatal: el cáncer ha vuelto y parece venir con nueva fuerza, como lo informó el mismo paciente conversador cuando reveló que "los dolores son de importancia y han requerido de calmantes continuos".
A partir de ese momento, la información, diríamos que "clínica", se transformó rápidamente en arenga. En ella, como no sorprende constatar, el paciente se transforma en el centro del acontecer nacional... y continental. Y lo que sirve de "conexión" entre la información clínica y la arenga es la propuesta del milagro.
En efecto, consciente de la magnitud del mal que le aqueja y el aterrador pronóstico que lleva aparejado el cáncer que le retoñó, el paciente acude a su creencia más básica, la que trae desde niño, y que le empuja, no sólo a creer, sino a demandar un milagro del Cristo que aprietan sus dedos. Porque, ¿qué otra cosa sino milagros son los que le han traído a donde ha llegado?
Hugo Chávez no puede siquiera imaginar una posibilidad: que ese mismo Cristo le haya traído hasta aquí, precisamente para mostrarle a él y a quienes padecen su enloquecedor proyecto, que ese invento no sólo no es viable, sino que es tan endeble como para que su posibilidad penda de un hilo, el de la vida fugaz de quien lo intentó. Hugo Chávez ha sido víctima del único enemigo que no cree en batallas ni en arengas porque sabe que está más allá de ellas.
Es una lástima que en un momento que quizás sea el más importante de la vida que se le escapa, Chávez no haya podido desprenderse de su carácter de cabecilla de una secta, y dirigirse al país entero. No sólo eso, ha reafirmado la idea que tiene del "otro país" sin el que Venezuela no es posible: la de "enemigos de la patria", sin caer en cuenta de que, si lo son, lo son de "su" patria, no de la de todos.
Tampoco ve que un "milagro" impone conversión, como la de pedir perdón por todo el mal causado, y como la de convocar a todos, no sólo a los suyos, a librar la única batalla que importa: la de salvar a Venezuela. Un milagro, como lo hizo saber Cristo en los Evangelios, demanda un corazón magnánimo y no uno envanecido por las victorias que cree suyas, ni uno olvidadizo de los que sufren, y para quienes no tuvo siquiera un recuerdo.
Hugo Chávez vino a lo que vino, y en la intención de esa corta estadía no incluye a quienes le adversamos, ni a quienes le padecen y sufren por su causa. Vino a unir a su secta alrededor de su escogido, en quien necesita poner sus esperanzas. Habrá que ver qué creen quienes con asombro y mal disimulada disciplina le brindan su anuencia hoy, posponiendo sus verdaderas intenciones para cuando él no esté... porque también vino a despedirse.
antave38@yahoo.com

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