LOS MOTIVOS DEL LOBO
El pseudodemócrata volvió a empalarnos con la bendición de políticos de oposición, analistas, técnicos y encuestadores, porque ¡claro!, sólo es válido hablar de fraude si la trampa radica en el conteo de los votos a partir de sospechosas “máquinas” y sistemas electrónicos (inobjetables, según diversos voceros); lo demás: terrorismo de Estado ─en cuya práctica la amenaza de guerra civil fue apenas una manifestación─, un CNE evidentemente vendido al gobierno, un registro electoral viciado, descarado ventajismo en la campaña, intimidación del electorado, votantes registrados comprados o engañados, votantes muertos, no natos y extranjeros cedulados ilegalmente por centenares de miles y demás vagabunderías… no son razones suficientes para exigir invalidación de los comicios.
¿En qué clase abyecta de marioneta nos hemos vuelto los venezolanos? ¿Hasta cuándo seguiremos con el formalismo de jugar el juego político siguiendo las reglas democráticas, cuando el contrario juega como le da la gana? Esta aceptación de un triunfo maculado por centenares de fullerías nos impone soportar seis años más de pobreza, abusos, grotesco histrionismo, atraso, emigración forzada, corrupción abierta, despilfarro de recursos nacionales en función de un fantasioso liderazgo internacional, cubanización, alianzas con genocidas, ridiculeces, vergüenza y adoctrinamiento comunista de nuestros hijos. Y entonces serán veinte años: los dos tercios del “plazo Giordani” de tres décadas en el que los pobres tendrán que seguir siendo pobres hasta lograr el pretendido “cambio cultural” revolucionario.
Según lo atribuye Guaicaipuro Lameda al citado, lograr el objetivo se lleva en los cuernos no menos de tres generaciones: “los adultos se resisten y se aferran al pasado; los jóvenes la viven y se acostumbran, y los niños la aprenden y la hacen suya” (En entrevista por Carla Angola. 18-10-2012).
Un propósito, sea dicho de paso, que amén de ser perverso, es una gruesa falacia; lo primero, por cuanto el mecanismo para lograrlo consiste en canalizar la mente de los niños en un pensamiento único plagado de mentiras, en lugar de educar para la pluralidad y la libertad; y es falso porque no ha habido un sólo caso de revolución en el que una tercera generación aprenda y haga suya los ideales comunistas; muy en sentido contrario, es la juventud posrevolucionaria la que principalmente se rebela contra la opresión.
El único cuestionamiento frontal de un colectivo habido en el ambiente ante las elecciones del 7-O, es el de un grupo de ciudadanos respaldados por el Centro Venezolano para la Democracia y la ONG Por la Conciencia, mediante la introducción de una demanda de nulidad del aludido proceso electoral. No obstante, ¿ante cuál entidad han incoado la demanda? Bueno, ante la única posible, dirá el lector: el Tribunal Supremo de Justicia. Si no fuera trágico para el país, sería para desternillarse de la risa, el que un alegato jurídico contra el gobierno sea visto por un organismo sumiso al mismo, ¡y desde mucho tiempo antes que el prístino tenor y ex-Presidente de la Sala de Casación Penal del mencionado tribunal, Eladio Aponte Aponte, cantara los manejos sucios ahí realizados sin la mínima vergüenza!
“El Presidente me llamaba para que favoreciera los intereses del gobierno”, es el título de apenas una de sus arias menos comprometedoras en la ópera bufa nacional. Este hombre ha cantado más y mejor que Aquiles Machado, y sin embargo, más allá de las noticias y de alguna alharaca no ha pasado nada, ¡nada!, y los ciudadanos que el exmagistrado condenó a prisión injustamente siguiendo órdenes de Chávez, siguen encanados.
No faltan observadores de la realidad política venezolana que sin señalar a nadie, insinúen la presencia de cómplices del gobierno enquistados en la oposición. Parecerá sacado de una teoría de conspiración, pero no deja de ser una hipótesis verosímil, conocida la favorable disposición del gobierno hacia las maniobras arteras, así como las fragilidades humanas presentes en todos los frentes. Sin llegar a tanto, lo cierto es que difícilmente puede uno dejar de sentir un tufo de entreguismo incomprensible en tanto pudor en mencionar la palabra “fraude”, en tan reiterados esfuerzos por demostrar que sólo ocurrieron “irregularidades” y en tanta celeridad por reconocer el triunfo del oficialismo; tanta, que recuerda el bochornoso antecedente del señor Rosales. Es doloroso, pero mi impresión es que mi estado de ánimo refleja el de la generalidad de mis compatriotas.
Se desestimula la legítima protesta cívica al proclamar resignación, vale decir, sumisión, mansedumbre; la cesión de nuestro derecho para no causar trastornos. Resignación es un sentimiento muy distante de las cualidades heroicas y más bien propio de quienes aceptan una derrota sin antes haber hecho todo lo posible para superarla, del que se da por vencido antes de empezar el combate; resignación es una frustración constante, un sentimiento vil, feo; hasta la palabra es triste; es pesimismo e involucra la intención de eludir algo perverso ─en nuestro caso, un proceso electoral cargado de sospechas y evidencias en su contra─ aún sabiendo que existe.
Insisto en el punto: ¿Cómo es que se acepta pasivamente el evidente atropello de nuestros derechos constitucionales, en lugar de llamar a la resistencia civil, asimismo consagrada en la Ley Fundamental de la República? ¿Cuál es el fundamento de esta posición frustrante? ¿Cómo justificarla ante un mundo estupefacto? La gente tiene urgente necesidad de comprender los motivos, que parecieran no ser los “del lobo” sino los de las ovejas.
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