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lunes, 26 de noviembre de 2012

PEDRO PAUL BELLO, ¿POR QUÉ HEMOS LLEGADO A ÉSTO? II

Después de los dos primeros elementos, 1º) El factor familia, elemento de la invertebración y 2º) Familismo amoral,  que presentamos para explicar lo que hemos llamado “invertebración” de una Nación, continuemos con un tercero y otros más que concurren al mismo fenómeno.

3º) Influencia del Español.

En nuestro territorio, como en el resto de los países de nuestro sub-continente, los primeros extraños respecto a  población fueron los españoles. Sabemos las razones del cómo y por qué vinieron Cristóbal Colón y sus acompañantes. Sabemos, también, que a nuestra América Ibera llegó gente de la España de los tiempos de inicio de la Reconquista, la que se completó con la toma de Granada el primero de enero de 1492, el mismo año del Descubrimiento. Es de señalar que la Península Ibérica había experimentado un feudalismo muy breve y, por tanto, muy particular: apenas duró algo más de los dos siglos que transcurren entre la ocupación visigoda en el siglo VI y la conquista musulmana en el siglo XIX. Adelantemos, por cierto, que ese lapso resultó muy importante para nosotros, latinoamericanos, pues, como luego lo veremos, iba a ser factor determinante de otro elemento de nuestra invertebración como nación, o naciones, pues nuestras hermanas repúblicas padecen del mismo mal. Tal lapso corresponde al relativamente breve tiempo durante el cual la Península fue feudal. Pero esa misma brevedad determinó que los descubridores y colonizadores de esta parte de América, no fueran, tampoco, prototipos feudales como no lo fue la región Ibérica de Europa.

¿Quiénes eran, entonces, esos primeros españoles que llegaron a nuestras costas y penetraron en toda la dimensión de lo que es hoy Venezuela y la América Latina?  La mayoría entre ellos eran desarraigados de su propio mundo: aventureros, o gente que cargaba prisión por delitos, o segundones o tercerones de familia que no podían acceder a las milicias ni al clero como los primeros hijos de las familias. Pero estos descubridores, conquistadores y hombres de bajo nivel tenían algo que poseían en común aquellos españoles de entonces: Su ethos.  El ethos de la subjetividad: Imbuidos su propio descubrimiento personal y subjetivo como individuos existentes, perseguían realizar grandes hazañas y heroicidades, aunque su objetivo pragmático parezca haberse concretado en hacer fortuna. Era la tradición mítica de casi todo un pueblo, cuya versión literaria recogen dos obras capitales de la literatura española: Don Quijote de la Mancha de Cervantes y el Amadiz de Gaula de Garcí Rodríguez de Montalvo. Don Carlos Siso llamó ese fenómeno “individualismo insociable”,[1] y anotó que se acentuó más al llegar a este continente. El caso del misionero que vino fue distinto por su seguimiento a una Fe fundada en el Amor, que lo impulsaba a ocuparse del bien del Otro. Tal, quizá, el mejor aporte de la madre España, más no el único.    

El astuto indígena de nuestra tierra parece haber percibido, desde el principio, ese modo de ser de quienes le invadían, y descubrió, muy rápidamente, su ambición desenfrenada por los bienes de riqueza: oro y plata. De allí nacieron numerosos mitos y fantasías que el aborigen tejía para distraer y alejar al invasor: Los del inmenso lago de Parima; la ciudad ideal de Manoa o, el más importante y trascendente de todos El Dorado. Tales mentiras estuvieron vigentes a todo lo largo del siglo XVI y, cuando la realidad de las mentiras se hizo visible, el interés de la Corona, por esta tierra nuestra, decayó hasta el punto de olvidarnos.

Pero el ethos del español, así como su escasa propensión al trabajo que anulaban sus heroicas y míticas aspiraciones, iban a reflejarse en las posteriores generaciones que derivarían del mestizaje pues, por las venas de posteriores venezolanos correría la sangre del español en mezclas con varias otras.  La mezcla del mestizaje, en algunos aspectos muy positiva, en otros significó un fardo que fue de mucho peso para nuestro desarrollo como pueblo: 
a) Mientras el español giraba en torno a su personal ego;  b) el indígena, cuya naturaleza era débil, carecía de fuerzas y costumbres para asumir el trabajo productivo. c) ello obligó, a  encomenderos y factores del gobierno de la Provincia, a participar en la compra de esclavos traídos de África, para que sustituyeran a los nativos en las tareas de la tierra. La sangre africana iba a incorporarse para completar nuestro mestizaje. Pero éste, en tiempo relativamente breve, se manifestaría como subversión ininterrumpida cuyos aspectos trataremos algo más adelante.

4º) El desarraigo.

Los componentes fundamentales del desarraigo lo sufren los tres factores principales de nuestro mestizaje y se caracterizan por su desarraigo respecto al espacio que deben habitar:

a)    El aborigen, fue despojado de su mundo y condenado a vivir en un espacio que no le pertenecería más: Se enemistó, así, con la naturaleza que había sido su recinto y morada; odiaría el trabajo que, impuesto por la fuerza y la opresión, introduciría en lo más recóndito de su ser, la desconfianza,  la hostilidad,  el miedo y la inseguridad de quien nada tiene, y son baldones que han venido arrastrando por siglos. Era un desarraigado en su propio mundo

b)     El africano, trasladado forzosamente en abyecta esclavitud, desde su mundo natural a otro medio desconocido y radicalmente diverso del propio, sea en lo cultural o en lo geográfico, no se encontró en ese mundo nuevo ni pudo quererlo o sentirlo como cosa suya, y menos esperar en él un destino humano. Padeció un desarraigo injusto que no podía entender y contra el cual se rebeló.
c)      Y el europeo que vino a esta América  fue aventurero desarraigado de su propio mundo;  segundón, cautivo o perseguido, fue un nadie que se embarcó para una aventura más en la que no tenía nada que perder. Llegó a un medio en el que todo le resultaba extraño: espacio, vegetación, montañas y ríos. Tuvo que experimentar, improvisar, inventar.  En tal mundo, también se sintió desarraigado en su desarraigo, pero tuvo que enfrentarlo y dominar. Lo logró, en un mundo con el cual no iba a identificarse totalmente. Sus descendientes, por generaciones enteras, arrastraran un cierto dejo de nostalgia por la Europa, que expresan actitudes extranjerizantes, negadoras de lo propio, imitadoras de lo europeo primero y de lo norteamericano después, que aún manifiestan ciertos sectores de la población que autores han denominado “mentalidad colonial”.  Si no aceptaron plenamente su nuevo mundo, sus descendientes lo amarían.  Rufino Blanco Fombona lo expresó así: “Como ciertos insectos asumen el color del árbol o de la tierra donde se crían, el conquistador de América, por un mimetismo inesperado, toma carácter del medio, tan distinto del europeo, en que su acción se desenvuelve.[2]

6º) Conflictividad.

            En su libro “Los Vicios del Sistema”, escribió Juan Liscano: “La integración nacional venezolana se efectuará a sangre y, no precisamente como proyecto explícito, sino como consecuencia de las matanzas y del horror de la historia, como fruto de un exceso de males.” De tales males, lo primero en revelarse fueron las insurrecciones de esclavos negros y también de aborígenes. Las más numerosas fueron las de los primeros. De hecho, a mediados del siglo XVI comenzaron sus sublevaciones, que ocuparon un continuo temporal luego mezclado con la Guerra de Independencia. Sin embargo, si bien es cierto que la confrontación violenta y generalizada nació de la injusta jerarquía social establecida, diversos otros factores (económicos, políticos, sociales y antropológicos) actuaron como catalizadores de los conflictos. 

Las más notables, entre muchas otras, fueron en 1552 la de las Minas de Buría por Negro Miguel, quien se auto-designó Rey, Reina a su esposa y Príncipe a un hijo; en 1573, de 30 africanos que recorrieron desde Maracaibo hasta Río Hacha y hasta Coro; la de 1603, desde Margarita hasta Cumaná; en 1730 la de Andreosote (Andrés López de Rosario), quien desde Yagua (Yaracuy), se extendió hasta  Coro, Puerto Cabello, Barinas, Barquisimeto y Carora; en 1741, Juan Francisco de León, quien, desde Panaquire varías veces entró en Caracas acompañado de muchos seguidores que protestaban contra la Cía Guipuzcoana. Pero los alzamientos eran permanentes en casi todo el territorio de la Capitanía. Los fugitivos se refugiaron en lo que llamaron “Cumbes”, suerte de campamentos instalados en montañas, desde los que atacaban a los que pasaban por los caminos y haciéndoles toda suerte de delitos. En algunas Cumbes se refugiaban también aborígenes sublevados. Esta situación de verdadero terror, iba a mezclarse, después de 1812, con la conflictividad de la guerra. Al inicio, los más oprimidos, negros e indígenas, apoyaron la causa realista, pero cuando el Libertador, bajo su mano, unificó el mando de la guerra (1817) se fueron con los patriotas.

7º) Feudalismo criollo.

Sin duda, entre los errores de mayor trascendencia cometidos por Simón Bolívar está el haber repartido las tierras que eran de los blancos peninsulares a los generales victoriosos de la guerra. Desintegrado el sueño de la Gran Colombia, en 1830 comenzó nuestra 4ª República (que terminó en mayo de 1864 al declararnos Estados Unidos de Venezuela), presidida por Paéz. Eran tiempos de paz cuando la llamada Oligarquía Conservadora. Después vino la Liberal encabezada por José Tadeo Monagas, cuyas “hazañas” conocemos, y con él se instaló el poder tiránico en Venezuela, la sucesión de gobiernos, la Guerra Civil y el posterior “reinado” de Guzmán Blanco.

El país asumió características similares  --dentro de grandes diferencias--  a lo que fuera la etapa feudal europea. Los caudillos, que eran los generales victoriosos de la Independencia, se adueñaron de las porciones territoriales de sus “feudos” de dominación. El presidente era un “primo inter pares”, pues su ascenso y permanencia en el poder dependía del apoyo de los caudillos regionales.

Pero ese tipo de feudalismo fue heredado. En efecto, en Iberoamérica, España y Portugal establecieron instituciones de naturaleza feudal (de un feudalismo propio que duró muy poco en España) y generaron relaciones sociales y de producción que respondían, en su propia especificidad, a los rasgos del tipo ideal de feudalismo según Weber. Una equivocada tesis mecanicista pretendió que la difusión del capitalismo eliminaría, automáticamente, todas las formaciones económico-sociales no capitalistas y generaría las de tipo capitalista, que ya se establecían en el siglo XIX. Sin embargo, constituidas nuestras repúblicas, el sistema feudal, lejos de pasar por una rápida eliminación se transformó y logró su propia autonomía, pese a la expansión capitalista-industrial de Europa. Ello generó nuevas formas de sistemas neo-feudales, como ocurrió en el caso venezolano y otros de la sub-región.

Al no ser eliminado el modelo feudal, sino ajustado a las nuevas realidades socio-políticas y productivas mediante la asimilación de formas políticas asimétricas y asincrónicas en relación a la evolución de los países más desarrollados de Europa, el feudalismo se reforzó en la América Latina y se ajustó en vista del control social, económico y territorial de cada Nación. El Venezuela, nuestro feudalismo se expresó, socio-políticamente, en el auge del caciquismo-coronelismo-caudillismo de nuestro siglo XIX, que no representaba sino momentos de su posterior proceso evolutivo, para desaparecer bajo el gobierno de Juan Vicente Gómez que generó, en nuestro país, nuestra específica forma del Estado Moderno. Fue, entonces, el mayor desarrollo ulterior de nuestro tipo de feudalismo  --y no su liquidación por una inexistente burguesía entre nosotros, lo que determinó la aparición de nuestro Estado Moderno.

Sin embargo, y de manera muy obvia, el efecto de más de un siglo de duración de nuestra realidad de tipo feudal, el mantener relaciones comerciales externas de tipo capitalista moderno y el enriquecimiento del sector productivo exportador (primero el cacao, después el café y posteriormente el petróleo) permitieron que surgiera un mercado interno débil pero real, pero también que la conducta interna tardara en deslastrarse en lo económico y lo político, del modo feudal cuya influencia sólo comenzó a disminuir a raíz de la muerte de Gómez, con el gobierno del Gral. Eleazar López Contreras.

Con el derrocamiento, en octubre de 1945, del gobierno del Gral. Medina Angarita, pese a las innegables características democráticas que se desarrollaron en el Trienio (elección popular directa y secreta del Presidente Gallegos y Congresos Constituyente y Nacional), en lo que respecta a nuestra población se mantuvieron, modificadas pero vigentes, formas sociales atrasadas de vida y conducta,  cuya génesis se encuentra en la etapa de tipo feudal del siglo XIX y más de la mitad del siglo XX.

Continuaremos con el Nº III

[1] Siso Carlos. La Formación del Pueblo Venezolano.
[2] Rufino Blanco Fombona. “El Conquistador Español”, Ed. Edime, Madrid, 1956, pg 177.

Pedro Paúl Bello 
ppaulbello@gmail.com

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