Desde la oposición se asumió la política de
compartir el poder en el caso de ganar las pasadas elecciones presidenciales.
Es la postura correcta en una democracia moderna y equilibrada y el fundamento
de la reconciliación nacional. Pero desde el gobierno-Estado-partido, mejor
conocido como "el régimen" (ER), lo planteado sigue apuntando en
sentido contrario. En sus recintos la noción dominante es que el poder no se
comparte y su detentación ni siquiera se pone a riesgo de duda.
En muchas instancias clave, desde el CNE hasta la
Asamblea Nacional, ER tiene su mayoría amarrada y el ejercicio de la misma es
inflexible y sectaria.
Por ello, el problema principal para la oposición
consiste en que la mayor parte de las veces le es imposible siquiera influir
sobre grandes y hasta pequeñas decisiones, no ya evitar que éstas ocurran o
sean revertidas. Sea fijar una fecha de elecciones, detener el avance
inconstitucional de los consejos comunales, revertir una resolución ministerial
ordenando instalar consejos educativos en los planteles del país que apunta
hacia el control ideológico de la educación, y pare de contar.
Y es un problema aún mayor para esa mitad del
universo electoral que quiere ser representada por partidos y organizaciones
adversas al gobierno, con frecuencia frustrada por la inoperancia de principios
y mecanismos democráticos que están en vigencia. Los efectos de esta continuada
sensación de "frustre" han sido revisados por expertos de la psique,
incluso públicamente, de una manera que no puedo yo decir si es efectiva o no
para fortalecer el ánimo en ese enorme segmento poblacional.
De lo que sí estoy convencido es que el
fortalecimiento de ese ánimo es imprescindible para continuar resistiendo a los
embates de ER. Que hay que sobreponerse a la última derrota electoral, de la
misma manera que se hizo hasta en los desastres electorales que ocurrieron
anteriormente. Que este propósito es imperativo tanto para dirigentes como para
el ciudadano común, probablemente más propenso a dejarse hundir por la tristeza
o dejarse arrastrar por la incomodidad resignada o el pragmatismo oportunista.
Cumplir este imperativo, aparte de necesario, es de
extrema urgencia ante los nuevos comicios regionales de diciembre 16. No se
puede esperar que el triunfalismo oficialista ablande sus propios cuadros,
aunque ello sea más que posible, ni que algún otro milagro simplifique el
problema. Lo cual no parece demasiado complicado si las señas correctas son
emitidas desde las organizaciones y movimientos democráticos, y leídas con
claridad por la población.
Porque si algo sigue demostrando la ciudadanía es
su vocación democrática y su admirable capacidad de resistencia. Y es esta
resistencia a ser manejada por un poder que sigue aspirando a ser total la que
ha evitado que Venezuela se haya hundido en las obscuridades de ese proyecto.
Es cierto que ER continúa tomando iniciativas de control abusivo de la
ciudadanía, pero al mismo tiempo el ritmo de crecimiento de la resistencia se
ha incrementado más aún.
Tanto o más que votar otra vez en diciembre, el
mensaje central es el de seguir resistiendo. En otras palabras, fortalecer la
resilencia, las capacidades de regeneración y recuperación del sistema
democrático.
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