Hace pocos días encontré a
orilla del camino una pequeña pereza de tres dedos. Boca abajo entre las hojas
parecía muerta, pero cuando la toqué emitió un lastimero silbido de pájaro. Había
caído desde lo alto de un árbol y tenía sangre seca en su cara.
Cuando una perecita se desprende del pelaje de
su madre y cae al piso está condenada a muerte, su progenitora no bajará a
buscarla.
Me pareció cruel dejarla a
merced del frío y las hormigas carniceras, así que la llevé a mi casa donde
quedó adoptada por la familia.
Es, en su aspecto, el
animalito más tierno que se pueda imaginar pero tiene manos de tijera, 12 hojas
afiladas que le impiden acariciar.
Tres veces al día la alimento
con biberones de leche de soya, como lo he hecho con los araguatos huérfanos, y
le doy a masticar trocitos de hojas de yagrumo.
Ayer, mientras le alimentaba,
comenzaron a pasar a baja altura los aviones Sukhoi que el Presidente Chávez ha
comprado a los rusos. A él le gusta gastar mucho dinero comprando armas rusas
porque se considera comunista y sigue viviendo la heroicidad vetusta de la
Guerra Fría. También expresa su amor a Mao cuando viaja a China...
Los aviones estremecieron el
espacio durante horas, ensayando para un nuevo desfile militar, o tal vez como
demostración de poderío en vísperas de elecciones. Creo que al Presidente (que
acaba de afirmar que “el que no es
chavista no es venezolano”) le erotiza el estruendo de los motores a
reacción. Si ese ruido tan viril fuese acompañado por explosiones de bombas
sería ideal como banda de sonido para la película que cree estar viviendo.
Cada vez que los aviones tronaban
la perecita se contraía y yo me acordaba de mi tío abuelo Juan Traversoni que
en 1930, al escuchar un aeroplano, salía al patio de su casa y mirando al cielo
gritaba ¡¡Vayan a volar a la p… madre que los parió!! , porque pensaba que le
iban a caer encima. También me acordaba de Sarajevo y Siria mientras mi burbuja
selvática en los Altos Mirandinos se
contaminaba con la abusiva polución militarista y guerrerista.
Aquella situación me revolvió la bilis (“Ud.
no debe sentir ningún estrés en un sitio
como este”, dice la gente) y reavivó la calentera que me produjo la entrada de
Venezuela en el Mercosur, cuando rauda y sumisamente los países asociados
corrieron a sacar a los paraguayos para poner a los venezolanos, o mejor dicho
corrieron a desconocer a F. Franco (a quien el nombre no le ayuda) para meter a
Chávez.
No me siento obligado, en lo
personal, a criticar al Congreso paraguayo ni a acudir en su defensa. Para la
destitución de Lugo, se recurrió a la
Constitución, que puede ser acertada o no pero es su Constitución y tal vez
mediante ella logren acomodar el entuerto.
Ahora bien, aprovechar el conflicto
para abrazar a Chávez y su proyecto fascistoide me parece bochornoso. El
Mercosur juzga a los paraguayos por actitudes consideradas antidemocráticas y
anticonstitucionales pero le abre las puertas a un gobierno que se pasa la
Constitución y la democracia por sus gónadas y cuyo líder muestra sus
veleidades imperiales imponiendo bloqueos energéticos.
Solidaridad ideológica le dicen. Es de no
creer.
Voy a darle de comer a la
pereza.
Germán Cabrera T.
german_cabrera_t@yahoo.es
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