Tesis: Sólo una derrota electoral puede salvar políticamente al PSUV como ocurrió en México con el antiguo PRI
El PRI ya no es el PRI dicen en
México, frase breve que sintetiza la transformación del PRI. Transformación que
en gran medida emergió como resultado de otra: la de la estructura política
mexicana. Porque el regreso del PRI al gobierno, ratificado por las elecciones
de 01.07.2012 que dieron como vencedor a Enrique Peña Nieto, opera en un
escenario multicolor marcado por un partidismo institucionalizado en donde
tienen lugar múltiples proyectos e iniciativas civiles.
La antigua dominación estatal
ejercida por el que fuera calificado como el partido político más corrupto y
anti-democrático de América Latina, ha quedado atrás. Hoy el PRI ha regresado
como un partido entre varios: plural, social, competitivo y coalicionable, como
deben ser los partidos en un marco democrático. Los caudillismos locales, las
mafias, los gobernantes omnímodos, tan propios al antiguo PRI, ya son cosas del
pasado.
Así como Hegel indicó que la
liberación del oprimido libera al opresor en tanto opresor, en la contienda
política suele suceder que la oposición, bajo determinadas condiciones, libera
a los partidos no democráticos de su anti-democratismo. En ese sentido la
oposición al PRI liberó al nuevo PRI del antiguo PRI. Ese será también, entre
otras, una de las tareas que corresponderá indirectamente a la oposición
venezolana: la de liberar políticamente al PSUV de su condición estatal
(burocrática y militar) a fin de que se convierta en un verdadero partido
político como hoy es el PRI.
Pensemos: en el caso de una
eventual derrota, el PSUV si es que no se desliza por el tobogán golpista, o si
no se pulveriza en múltiples fracciones, será el principal partido de
oposición. Pero lo será en un espacio rayado por normas y reglas propias al
juego político. En ese contexto, y aplicando de nuevo la lógica hegeliana, el
PSUV, al abandonar al estado, no tendrá otra alternativa que la de convertirse
en un partido de la “sociedad civil”: uno más entre varios, como son hoy los
partidos que apoyan a Henrique Capriles.
No hay que olvidar que la gran
coalición caprilista fue también el resultado de un arduo y largo proceso de
renovación política. Es que contra la astuta dialéctica de la historia no hay
pero que valga. Si un partido político no se transforma de acuerdo al signo de
los tiempos, muere. Los cementerios de partidos políticos están –basta echar
vistazos a la historia- más que superpoblados.
En cierto modo el PSUV es la
versión venezolana de lo que fue el viejo PRI: estatista, corparativista y
corrupto. Pero no se trata de una copia fiel. El PSUV es más bien una versión
ampliada y empeorada del antiguo PRI. Eso quiere decir que diferenciar entre lo
que fue el PRI y lo que es el PSUV es también importante.
Mientras el PRI fue depositario
histórico de una auténtica tradición revolucionaria iniciada en 1910, el PSUV
no corresponde con ninguna gran tradición. De ahí que haya tenido que buscarla
en el pasado más remoto, en ese bolivarismo mitológico cultivado con devoción,
pero absolutamente impropio a las condiciones que imperan en el siglo XXl. Pero
hay, además, otras diferencias.
Mientras el PRI nunca fue
personalista, el PSUV se convirtió desde un comienzo en la prolongación
colectiva de un pensamiento individual: el del caudillo. Mientras el PRI, si
bien buscó apoyo en los estamentos militares, nunca fue un partido militarista,
como es el PSUV. Mientras en el PRI coexistían diversas fracciones (obreras,
campesinas) en el PSUV están prácticamente prohibidas. Mientras el PRI logró
articular a los más destacados intelectuales y artistas de la nación, el PSUV
brilla por su miseria cultural. Mientras el PRI fue, por lo menos en sus
comienzos, un partido nacionalista, enfrentado al expansionismo que caracterizó
a EEUU hasta la primera mitad del siglo XX, el PSUV no sólo no ha tenido ningún
problema (real, no verbal) con los EEUU, sino, además, ha delegado aspectos
importantes de la soberanía nacional a Cuba.
Las diferencias mencionadas
harán muy difícil la transformación del PSUV de partido-estado en partido
político, como ocurrió con el PRI. No obstante, esa transformación será la
única alternativa que garantizará la sobrevivencia histórica del PSUV.
Sintetizando: El PSUV, como el antiguo PRI, no es un partido de la sociedad civil. Es un partido nacido y formado en y desde el estado. El triunfo de la oposición traerá inevitablemente consigo la des-estatización del PSUV.
Incorporado en un espacio no
estatal, el cívico, el PSUV tendrá una nueva chance: la de encabezar la
oposición democrática al nuevo gobierno. Ahí, pensando de modo optimista, puede
que sus militantes descubran, como ocurrió al PRI, un nuevo poder: el poder
opositor, el que en democracia puede ser más poderoso que el propio poder
gubernamental. Pues, mientras el poder gubernamental es más instrumental que
político, el de la oposición es más político que instrumental. En fin, sólo un
triunfo de Capriles puede salvar al PSUV de sí mismo, o lo que es igual, de sus
tres estigmas principales:
° La corrupción de la clase
estatal dominante (“boliburguesía”)
° La militarización de las
estructuras partidarias
° El personalismo que impide el
desarrollo de las ideas, tanto individuales como colectivas
Repitiendo entonces la tesis:
Sólo una derrota electoral puede salvar políticamente al PSUV como ocurrió en
México con el antiguo PRI.
fernando.mires@uni-oldenburg.de
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