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lunes, 9 de julio de 2012

CAROLINA GÓMEZ-ÁVILA, EL SÍNDROME DE LA BATA BLANCA

Sorna. La he visto aplicar a personas con ciertos síntomas. A aquellos que, frente a médicos y enfermeras, palidecen o enrojecen súbitamente, sudan a pesar del aire acondicionado y experimentan taquicardia o palpitaciones. El cuadro puede cursar con resequedad en mucosas, mareos, náuseas y otros tormentos. Quienes están pendientes de sus cuerpos quizás reconozcan que tienen miedo. La mayoría, no.  Y, de planteárselo, supondrán que se sienten culpables por comidas, copas, kilos y colesteroles de más. Algo en lo que sólo piensan cuando ven aparecer el tensiómetro.

Lo cierto es que si se les mide la tensión arterial en ese estado, los valores pueden resultar muy elevados. Quienes se enteran y los saben interpretar, se asustan mucho más y eventualmente podrían desarrollar un ataque de pánico. He visto gente media hora sentada, inmóvil, tratando de relajarse, hasta que alguien se le acerca de nuevo para tomarle la tensión.  Inútil que cierren los ojos, porque sentir la presión del brazalete mientras se infla, les altera el pulso.

Este dramón se conoce como el síndrome de la bata blanca.

¡Cuánto miedo puede despertar alguien que puede sanar!

Si, además, el paciente es paranoide, podría pensar que el médico utilizará esa vulnerabilidad para hacerle daño, ya sea en sentido físico, emocional o práctico. No es tan difícil imaginar al médico en plan de chismes con sus colegas. Y como todos conocen cantidad de intimidades, en una personalidad obsesiva la cosa se complica y mucho.

Le puede pasar a una adolescente si el médico familiar le descubre algún aborto o al trabajador, si el médico de la empresa le descubre una infección incurable; también a aquel señor casado si le notifican que tiene una enfermedad de transmisión sexual. Y al hombre de Estado que tiene al país bailando en un tusero según una conveniente melodía que intenta convertir en aceptación electoral.

Mi tesis es que esta es otra versión del síndrome de la bata blanca. Más elaborada y mucho más truculenta: ¿Y si el médico no me guarda el secreto que éticamente debe guardar? ¿Y si hay fuga de información?

Entonces, las batas blancas pueden convertirse en consentidas receptoras de regalos, prebendas y premios o, por el contrario, en sospechosas, enemigas, perseguidas, secuestradas, emigradas.  La verdad es que la discreción no es una virtud muy común y la ética ha perdido reputación.  No me extraña que ya llevemos algunos escándalos vestidos con esa prenda.  Incluso entre los médicos, creo que algunos tienen el síndrome de la bata blanca.

Y los otros, el de Estocolmo.

@cgomezavila

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