Nunca
pude seguir recomendaciones de diseñadores y evitaba detenerme frente a
modelos, pasarelas y revistas. Por razón de mi talla, cualquier estilo nuevo
podía convertirse en un martirio para mis redondeces. ¡Cantidad de tiendas que quedaron vedadas
para mí! Lo único que pude tener
parecido a Twiggy fue el corte de pelo...
y no mucho, porque el mío no es precisamente lacio, ni rubio.
Visto
desde esa circunstancia, se entenderá que no tardara en descubrir que los
diseñadores famosos no me parecieran buenos: las telas "caen" con
elegancia sobre los cuerpos menos voluptuosos; de allí, mientras menos carnes,
mejor luce el maniquí. Me pregunto si
así lo veían los parisinos de mil setecientos y pico.
En
aquella época, la moda era una forma de demostrar la riqueza. Estoy convencida
de que, hoy en día, la moda sólo sirve para aparentarla.
Pero,
a la sazón, había una prenda de vestir de caballeros que parecía causar grandes
envidias en quienes no tenían dinero para adquirirla. Se trataba de unos
pantalones de tela ajustadísima que terminaban debajo de la rodilla con una
tira elástica o cintas de enlazar. Aquel
estilo ceñidísimo, lo heredaron los ciclistas de nuestros tiempos, en géneros
sintéticos, para su deporte.
Pero
a finales del XVIII, esos pantalones sirvieron como metonimia para denominar a
una clase social o, mejor, a un par de ellas. En esa Francia, las clases medias
y bajas, también conocidas como Tercer Estado, Estado Llano o pueblo a secas- ,
no podían vestirse con aquellos calzones ("culottes"), sino con
pantalones largos, holgados y de bota recta.
Y como nada es mejor que una prenda de vestir para discriminar a otro en
la mitad de la calle, se les distinguía claramente y se les llamaba
"sans-culottes".
En
el XX, el peronismo hizo lo suyo convirtiendo en protagonistas a los descamisados, pero esa es otra historia. En
la nuestra, los humillados "sans-culottes", aparecieron en el extinto
Congreso Nacional como los "sans-cravate": un grupo de diputados que
frecuentaba el hemiciclo sin la reglamentaria corbata. Todos terminaron siendo
del chiripero que llevó por segunda vez a Miraflores a Rafael Caldera, rancio
representante de la oligarquía. Y luego, reunidos en torno a una caricatura de
"führer", a instalarse como oligarquía misma.
Y,
cosas de la vida, consumada la venganza y adquiridas cantidades ingentes de
"culottes", vocean que son pueblo viviendo la vida ociosa y opulenta
de un pachá.
Por
mi parte, como no pude con los designios de la moda, aprendí a mirar otras
condiciones humanas que me lucen más llamativas que una prenda de vestir. Y confieso que no me sorprende que, devenidos
en ricos, pretendan invocar solidaridades de clase que ya no les
corresponden. Es que hay una prenda de
vestir que no se puede comprar.
Ahí
van, por la calle y sin vergüenza alguna, los "sans morale".
Los
ciudadanos sabemos distinguirlos.
@cgomezavila
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