Desde siempre, en fines de
semana soleados y nutridos de personas, a mercadillos citadinos, rebosantes de
astucia y mañas se asoman locuaces personajes que arman rueda, para quitarles
las monedas a señores y señoras curiosas, a muchachos ingenuos, a dependientes
irresponsables, y a señores de experiencia.
Es una ronda en la que
todos caen porque la palabrería cautiva, los gritos de los vendedores llaman a
comprar con rebajas, porque la mercancía deslumbra, porque la aglomeración
impide ver de lejos, y porque la inercia de la rueda arrastra hacia el interior
de un escenario en el que todo se transforma para que nada pase.
Transcurren las horas, los
pisotones se intensifican, la fetidez se consiente, la conciencia se amodorra,
el espíritu se aleja, y los cuerpos desfallecen sobre los cuerpos mientras los
encantadores se alejan con los turbantes llenos.
Al atardecer, o mucho
antes del atardecer, los espectadores se santiguan y se lamentan porque ninguno
presenció el momento crucial en que las serpientes, que tampoco nadie vio, al
sonido de flautas buchonas se irguieron sobre sus colas y se transformaron en
flecos de seda multicolor.
Siempre ha sido así, y
siempre será así porque la historia de los pueblos y de las ciudades como mi
Barquisimeto querido se nutre de leyendas que inspiran leyendas.
No es que las literaturas
orientales, tan culebreras ellas, ni las fantásticas realidades del trópico,
preñadas de trágicos anuncios, se tejan al cuello de los miserables para
hacerlos más miserables, a los brazos de los ineptos para hacerlos más ineptos,
y a la estupidez de los ilusos para hacerlos más ilusos.
Lo que sucede es que el
narcótico de la facilidad, la harina de arroz tostada, esa que tanto sirve para nutrir infantes como para cebar
verracos, el paternalismo infame que pedalean los de la izquierda para tener
burocracia aunque ganen los de la derecha, el
pérfido contractual-ismo del voto pago, han menguado las instituciones,
socavado la democracia, prostituido la política, y oprimido al pueblo.
A quienes debieran
levantar la voz para decir justicia los mandan a doctorarse al otro lado del
mundo, a quienes debieran dar ejemplo de dignidad los colocan en una consejería
cualquiera, a quienes debieran ir a prisión los enaltecen como controladores
del quehacer social, a quienes debieran perder la investidura les elevan la
curul hasta los estrados directivos, a quienes debieran tener casa por cárcel
como la jueza Afiuni la siguen maltratando y humillando porque es una presa del
gobierno comunista, mientras el homicida y enfermo patológico de Edmundo
Chirinos, por cierto médico psiquiatra de Chávez le dan casa por cárcel. ¡DIOS,
en que país vivimos……!
El triste despertar de los
parroquianos que no vieron el encantamiento de las serpientes no es simple
parodia de la historia nacional, es la cruda verdad, muchas
veces repetida, porque la noria de la corrupción colectiva, de tantas
vueltas que ha dado, molió el concepto de rectitud administrativa, desajustó
los ejes de la solidaridad social, deformó las guías del engranaje jurídico,
perturbó la lógica ciudadana, y se transformó en un mecanismo aplastante que va
pendiente abajo sin rumbo conocido.
En momentos en que
empiezan a descifrarse previsibles divergencias dentro de la pre-campaña
electoral, se necesita la irrupción de una verdadera fuerza política con
sentido de responsabilidad pública y
vocación de poder, que verifiquen el cabal cumplimiento de programas expuestos
durante la campaña electoral y estructuren veedurías enfocadas a derrotar el
engrase de aparatos pensados y armados para exprimir la hacienda pública
quedándose en el poder.
britozenair@gmail.com
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