La escisión
izquierda-derecha en el espectro político surgió durante la Revolución
francesa. Pero hoy debería estar superada, argumenta Rodas en este ensayo. Y
para ello propone una nueva adjetivación, con carga moral: “gobierno
responsable”.
La antigua izquierda es hoy una filosofía fracasada, tanto como la nueva derecha. Necesitamos una teoría política que no sea de izquierda ni de derecha. Anthony Giddens
¿Fue de izquierda la
política de Lagos y Bachelet que convirtió a Chile en el país con mayor número
de TLCen el planeta? ¿Puede ubicarse en esa corriente a la más alta oferta
pública de acciones en la historia mundial, realizada por la estatal Petrobras
en el gobierno de Lula? ¿Es el Seguro Popular, programa ejecutado por
administraciones panistas en México, una acción de derecha? ¿Responde a esta
tendencia la reciente nacionalización de carreteras por el presidente panameño
Ricardo Martinelli? ¿Es coherente con la ideología de Hugo Chávez que la
estatal PDVSA tenga su filial más grande en Estados Unidos?
La geometría política
continúa trazando los ejes de izquierda-derecha, aun cuando su carácter
anacrónico, confuso e inoperante resulta cada vez más evidente, como la
incapacidad de responder las preguntas arriba expuestas lo demuestra. Estas
etiquetas surgieron hace más de doscientos años con significados que han
variado drásticamente a través del tiempo, y que en el presente no solo tienen
poca concordancia con sus orígenes, sino que también resultan limitadas para
definir nuevas y complejas realidades del debate político. ¿Acaso las
posiciones en torno al medio ambiente, a la eutanasia, al aborto, al manejo de
células madre o a la participación privada en ciertos sectores de la economía
pueden fijarse bajo las mismas categorías utilizadas para distinguir a los
jacobinos de quienes defendían el Antiguo Régimen en la Asamblea Francesa del
siglo XVIII?
América Latina es un
ejemplo particularmente claro de la obsolescencia y la vaguedad de estas categorías.
La línea que las separa se ha vuelto tan borrosa que ha ido perdiendo su
función en un mundo en el que se impone el pragmatismo por encima de dogmas del
pasado. Intelectuales, políticos, líderes de opinión y otros sectores de la
población –sobre todo los jóvenes– coinciden en ello aun a pesar de sus
diversas inclinaciones, y no se sienten ya representados por las categorías
“izquierda” y “derecha”. De hecho, la preocupante apatía política que la
juventud expresa en varios países de América Latina podría explicarse en parte
por la ausencia de planteamientos ideológicos que respondan a sus inquietudes y
sintonicen con las cambiantes necesidades de su entorno.
Los modelos de desarrollo
que se han aplicado en nuestra región durante décadas, matizados por la disputa
entre la izquierda y la derecha y bajo regímenes de una u otra orientación, han
fracasado. Mientras la mayoría de nuestros países han quedado atrapados en
enardecidas discusiones ideológicas sin solución, otros como Chile, Costa Rica,
Uruguay y, más recientemente, Brasil, han logrado trascender la tensión
izquierda-derecha, privilegiando la efectividad y la responsabilidad en aras
del progreso.
¿Por qué entonces seguimos
operando bajo una lógica tan desgastada? La respuesta parece radicar en el
empeño de quienes obtienen lucro electoral por prolongar la dicotomía e
identificarse con determinado bando. Particularmente notorio es el caso de
quienes presentan su ropaje de extrema izquierda como patente de exclusividad
para luchar por las causas sociales y satanizar cualquier postura moderada. En
respuesta, quienes son “acusados” de ser de derecha apuran la negación de los
cargos y acusan a sus contrincantes de obstruir la generación de riqueza,
exacerbando las diferencias y reviviendo una geometría política moribunda. El
apasionamiento que genera la lucha entre unos y otros ha impedido que numerosos
temas puedan debatirse de forma más abierta. Al margen de la efectividad
publicitaria que esta vieja terminología pueda generar para algunos, su incapacidad
para orientar a la ciudadanía, así como para contribuir a la discusión seria y
a la aceleración del desarrollo, revela la necesidad de mecanismos
alternativos.
LA RESPONSABILIDAD COMO EJE
En la definición de una
geometría política funcional se deben tomar en cuenta las condiciones de orden
social, económico y cultural imperantes en nuestra región. Las posiciones en
torno a aspectos como el combate a la pobreza, la solidez institucional y el
desarrollo económico sustentable, así como respecto al autoritarismo y el
populismo, deben quedar claramente establecidas. Para evitar caer en los vicios
de la división izquierda-derecha, el reto es construir esquemas que proyecten
de manera directa y simple valores de aceptación general.
El esquema que propongo
tiene a la responsabilidad como eje rector. La palabra responsabilidad proviene
del latín responsum, una forma del verbo responder. Responsabilidad es la
“habilidad de responder”; conlleva el cumplimiento de los deberes que cada
persona está llamada a ejecutar de acuerdo al entorno sociopolítico en el que
se desenvuelve. El Estado, como regulador de la sociedad, tiene la obligación
de asegurar la impartición equitativa de justicia y promover la igualdad de
oportunidades para todos los habitantes. Así, la responsabilidad aplicada al
gobierno, como estructura encargada de la conducción del Estado, es la
obligación de “responder” ante la sociedad conforme al orden establecido.
www.letraslibres.com/revista/convivio/la-nueva-geometria-politica
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