El Bicentenario de la Constitución de Cádiz, proclamada el 19 de marzo de 1812, se celebró en la península como el antecedente moderno de la democracia española, con elogios al espíritu “doceañista” por su liberalismo, su rechazo del absolutismo como sistema de gobierno y porque enfatizó la necesidad de educar al pueblo.
En la Argentina el aniversario interesa poco, en parte porque
las relaciones bilaterales no atraviesan un buen momento en lo económico, y en
parte también porque en el imaginario cultural el vocablo liberalismo, vaciado
de su contenido original, se asocia con ciertos excesos de la economía
capitalista que fueron aplicados hace años por el mismo partido que hoy
está en el gobierno, entonces entusiasta del consenso de Washington y ahora
vuelto a sus raíces nacionalistas.
Sin embargo, Cádiz y el espíritu liberal que allí se vivía en la época
del asedio por los franceses durante la guerra contra Bonaparte (1808-1812),
tuvo fuerte influencia en el proceso de las independencias americanas. Es clásico
el ejemplo de San Martín, Alvear y los patriotas de la Logia Lautaro, que
compartieron ideas y proyectos durante su residencia en este puerto andaluz.
La guerra contra los franceses y el cautiverio del rey Fernando
VII dieron la oportunidad al liberalismo español de levantar cabeza,
dejar de ser un asunto de minorías y buscar apoyo popular. Las Cortes que
empezaron a funcionar en Cádiz a mediados de 1810, con 300 diputados –sesenta
de ellos americanos–, debatieron el tema de la Constitución política de la
monarquía española. En la discusión, los liberales se impusieron a los serviles
(absolutistas).
Representó un avance fundamental definir que “la soberanía
reside esencialmente en la nación” y que “la nación española es libre e
independiente y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona”.
No menos importante fue la incorporación del término ciudadano para los
vecinos de los dominios españoles de ambos hemisferios (si bien los originarios
de Africa debían hacer méritos especiales para obtener carta de ciudadano). El
capítulo dedicado a la instrucción pública establecía que en todos los pueblos
habría escuelas de primeras letras y que todos los españoles tenían libertad de
escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas sin necesidad de licencia.
En las Provincias del Río de la Plata, la Constitución se
leyó con la avidez con que se recibían las novedades de España, aun en tiempos
de guerra. Los proyectos constitucionales presentados a la Asamblea de 1813, y
los trabajos pioneros del deán Gregorio Funes, se inspiraron en ella. Pero como
ha observado el jurista Jorge R. Vanossi, la Constitución gaditana fue el
resultado de una transacción entre liberales y absolutistas, que
respetaba la forma de gobierno monárquica, consideraba a la religión católica
única verdadera y prohibía el ejercicio de cualquier otra, y mantenía la
administración de Justicia en nombre del rey. Por todo eso, no constituye el
antecedente de nuestra Constitución de 1853, republicana y federal.
Las Cortes fueron un laboratorio donde se gestaron ideas que
echaron a andar en tiempos revueltos. Un laboratorio a la andaluza: en la
ciudad, asediada por el ejército más poderoso de la época, los vecinos se daban
el gusto de charlar en los cafés, bailar en las calles y asistir a funciones de
teatro, todo a tiro de cañón de los sitiadores.
Para evocar ese clima, están las memorias de Antonio Alcalá
Galiano, entretenidas y noticiosas. No le van en zaga las memorias del general
Tomás de Iriarte, oficial nacido en Buenos Aires y educado en España, que
todavía adolescente sirvió en el Sitio y presenció las sesiones de las Cortes
en el templo de San Felipe Neri, de bella planta elíptica:
“Los debates eran muy acalorados entre los dos partidos de
serviles y liberales –dice– y así siempre se sacaba algún provecho de asistir,
pues las cuestiones que se ventilaban eran generalmente del mayor interés. Fue
entonces que se arraigaron en mi corazón las nuevas doctrinas y el amor a la
libertad, llenándome de entusiasmo, que me ha costado después repetidas y
crueles persecuciones de que siempre me vanaglorié por haber sufrido en defensa
de una causa justa” (Memorias de Iriarte, prologadas por Enrique de Gandía).
En efecto, el sueño de los “doceañistas” fue breve. Al regreso
de su cómodo cautiverio en Francia, Fernando VII abolió la Constitución,
“enterrada” en funerales grotescos. El decreto resultó popular. La idea
constitucional no había arraigado todavía.
Sin embargo, el texto de 1812 sobrevivió en el tiempo y fue
modelo en otros países de Europa. Destaca el historiador François Chevalier
como aporte de las Cortes de Cádiz, el éxito de la voz española “liberal” y
“liberalismo” para designar el modelo de modernidad política fundado en la
soberanía del pueblo.
¿Habría podido el liberalismo español recomponer la relación con
las colonias americanas, sobre la base del ideario liberal compartido? Parece
difícil, porque la ideología se sustentaba en realidades y en intereses
difíciles de conciliar entre la metrópoli y las colonias. También difíciles de
conciliar ahora cuando la democracia y la voluntad popular están vigentes en
las dos orillas.
*Historiadora.
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