Los venezolanos no sabemos a ciencia cierta cuál va a ser la suerte de nuestro país, el cual está lleno de más cosas positivas que negativas. Hay momentos que las gentes de buena fe pensamos con honda preocupación sobre lo que está sucediendo en Venezuela. La actitud de algunos dirigentes nacionales deja en el ambiente serios y dudosos interrogantes sobre la problemática venezolana. Sus posiciones radicales dejan en el ambiente la sensación de un egoísmo para la solución de los grandes males del país.
Los atracos al erario, los permanentes asesinatos de gentes inocentes e indefensas por criminales ampliamente reconocidos, la inseguridad en las ciudades, pueblos y en los barrios, la incredulidad en la dirigencia política del gobierno y de la oposición, especialmente en la Asamblea Nacional y en el CNE, la incapacidad de muchos de los alcaldes para gerenciar a los municipios, la poca confianza de los ciudadanos en los funcionarios públicos, hacen pensar sospechosamente sobre la suerte de Venezuela. ¿Qué irá a pasar en el país? Realmente no lo sabemos.
La posibilidad, pienso yo entre tanto, sería una reforma de los consejos comunales, cuerpos administrativos mayoritariamente chavistas, los cuales se han convertido en entes inoperantes y en centros para la comisión de vergonzantes delitos que escandalizan a la opinión sensata. Lo que hemos visto y leído en prensa y en noticieros de televisión, ocurrido en muchas ciudades venezolanas en los últimos días refleja el bajón ético de esas dependencias de origen popular. Algunas personas, con razón, en los medios de comunicación aseguraron que los llamados consejos comunales deben desaparecer. Se hurtan recursos y destruyen documentos sobre el funcionamiento de los mismos, ¿Qué puede pensar el común de las gentes sobre tales hechos?
El narcotráfico, la corrupción y la delincuencia común vienen perjudicando lo que pudiera haber sido la buena marcha de la gobernabilidad, problemática que afecta la normalidad de cualquier gobierno sea de derecha o de izquierda, por muy bien intencionado que este sea, sobre todo que no se ven signos de paz en un país que la necesita, que la reclama y que la exige. Es hora de pensar en la consecución definitiva de la paz, de la esquiva paz. No más derramamiento de sangre inocente de niños, adultos, ancianos, jóvenes y adolescentes. Y no más odios enfermizos. Todas estas cosas que están pasando en Venezuela son un ejemplo pésimo para las nuevas generaciones.
A esta delicada situación se suman las altas tasas de desempleo, problemática social que está perjudicando a un extenso sector de la sociedad venezolana especialmente del sector de los jóvenes profesionales universitarios y de los trabajadores que si no tienen una palanca roja rojita o son declarados abiertamente chavistas no tienen un empleo. Un país que presenta tamaña injusticia tiene que pensar en la búsqueda de políticas serias para reducir la desocupación de millones de venezolanos y venezolanas desempleados y desempleadas, con preparación superior a muchos jerarcas gubernamentales. E, igualmente, abrir las puertas a propuestas acertadas para la universidad pública y no acribillamiento, acorralamiento como se viene haciendo principalmente con la UCV.
El presidente Chávez, sus ministros y los altos jerarcas del gobierno socialista-comunista, le echan siempre la culpa a la anterior administración o IV Republica habiendo transcurrido ya casi 13 años de su gobierno, y uno de ellos es el alto grado de corrupción en casi todos los estamentos del sector público.
Casi diariamente los medios de comunicación nacional o regional destapan una olla podrida en cualquier oficina estatal. El más escandaloso de ellos fueron las irregularidades descubiertas en la salud, donde el despilfarro sobrepasa los billones de bolívares en medicinas vencidas que tuvieron que ser incineradas y lo que pasó con los conteiner de comida descompuesta en Puerto Cabello conocido como Pudreval. Ello les indica a los lectores que me siguen, la existencia de una dolorosa problemática que afecta la moral pública.
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