Algunos dictadores "domésticos" al final negocian, se meten e en una embajada y desaparecen
Calígula personalmente desnudó y violó a un alto oficial del ejército romano delante de su esposa y luego a ella, solo para matar el aburrimiento. Quin Shi Wang, el creador del imperio chino, hacía enterrar vivos a los niños de las escuelas en las provincias rebeldes. Enfurecido porque una colina "no dejaba pasar" sus tropas, ordenó talar todos los árboles y pintarla de rojo (¡!) y devoraba mercurio ya que eso, según sus médicos, le garantizaría la inmortalidad.
Hitler aun en las últimas horas del hundimiento, ordenaba avanzar batallones inexistentes y fusilar oficiales "traidores", entre ellos al mismo Goering. La noche que Saddam Hussein se invistió como presidente de Irak, la policía política detuvo en la propia convención decenas de dirigentes que no lo respaldaron. Luego los asesinaron. En los ochenta Castro convocó un grupo de temblorosos y valientes intelectuales que pedían libertad de creación, muchos hoy muertos o exiliados. Como nadie tomaba la palabra, los emplazó: "que hable el que esté más asustado" -y le respondió el enclenque Virgilio Piñera- "Fidel: seguro que yo soy el que tiene más miedo- lo que quiero preguntarte es por qué tengo que tener miedo".
Es habitual decir que varios estaban mal de la cabeza, aunque posiblemente no sea noticia en relación a dueños de considerables cementerios personales, lo que no luce muy normal. Gutiérrez Nájera es en eso salomónico: "todos los dictadores están locos". Hay entre ellos heterosexuales, homosexuales, bisexuales, voraces, impotentes, con familias tradicionales o irregulares, cariñosos o despóticos con ellas (mujeres e hija de Hitler y Stalin se suicidaron), paranoicos, obsesivos, ansiosos, bipolares. Erich Fromm, Joaquin Fest, Allan Bullock, Isaac Deutscher, Jung Chang, Norberto Fuentes, Robert Service, el merecidamente best seller Sebastian Affner -casi no hay nadie que no diga haberlo leído- y muchos otros se dedicaron a explorar las personalidades de los tiranos, e incluso un estudio hecho en EEUU en 1942 pronosticó el suicidio Hitler.
Pero el diagnóstico de locura se enrevesa si recordamos que muchos de ellos han gozado de enorme popularidad y del apoyo, por décadas, no solo de "las masas" sino de la intelectualidad que sabía perfectamente lo que hacían (¿cuántos manifiestos de élites granadas se publicaron para respaldar a Ho y a Castro?).
Tal vez convendría una clasificación más sencilla: cuánta sangre (y suya) están dispuestos a derramar en su estúpida y canallesca aventura de cambiar el mundo. Algunos dictadores más "domésticos" al final negocian, se meten en una embajada y desaparecen entre las brumas de sus millones en bancos extranjeros, para pasar el resto de sus vidas pendientes de lo que dice la prensa de su país, esperando el momento del mítico retorno.
Hay otra estirpe mucho más tóxica, aborrecible, generalmente los que tienen en la cabeza algún relleno trascendentalista o ideológico: "los revolucionarios", marxistas, musulmanes, cristianos suprematistas, nacionalistas, etc. La vida de un hombre, o de mil, no valen nada para ellos en "el huracán revolucionario. Su narcisismo les hace creer que vinieron al mundo con alguna "misión" y no aceptan quedarse quietos cuando la gente se harta de sus atrocidades. Allí se disponen a la tragedia, al genocidio a nombre del amor al pueblo.
No existe tratado de política o de historia que nos permita comprender mejor estos comisionados del horror que Macbeth. Aunque el personaje histórico al parecer fue un gran rey de Escocia, generoso, valiente, querido por sus súbditos, sin parecido con el engendro de Shakespeare, éste fue el que sobrevivió y reencarna en Gadafi ataviado de guacamaya o de baterista del grupo "The Who". Profeta ahogado en euros y sangre, amenaza al mundo con lenguaradas de fuego como Savonarola, Jomeini, Hussein o Castro, otras figuras religiosas y barbáricas.
Sabe que no importa ser una terrible plaga para su pueblo, asesinar a mansalva diez mil personas, pues para eso están los cagatintas revolucionarios, adalides del gremio de los tiranos. Las prosas atronadoras del Corán y del marxismo ajustan como de sastrería y ya se ha dicho que el patriotismo suele ser refugio de los rufianes. Las brujas, sus asesoras de confianza, hicieron creer a Macbeth invencible. Según la tramposa profecía, era más fácil que el bosque de Birham se desplazara hasta Dunsiname, que él perdiera el trono, y nadie "parido por mujer" podría matarlo. No sé si morirá, ni si Sarkozy, como Macduff, nació por cesárea. Pero se movió un bosque de cañones en el Mediterráneo.
@carlosraulher
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