Estamos en pleno siglo XXI y los partidos tradicionales han comenzado a padecer de fatiga política, síntoma propio de esa etapa institucional que es precisamente, la senilidad doctrinaria. Y es que, aún con los resabios que los viejos nos heredaron, las nuevas generaciones ya no queremos pintarnos del color de esos bandos cuya
s banderas han flameado en la campiña latinoamericana al son de la perorata del bullanguero “líder” del partido. En Honduras, el ADN partidista ha comenzado a desnaturalizarse y es natural que ello suceda: si a estas alturas los políticos siguen pensando que los mensajes que inducirán a los votantes a seleccionar a los “elegidos del pueblo” puede ser el resultado de una teoría pavloviana de causa-efecto, encaramada en el perverso marketing social, están milenariamente equivocados. Los votantes necesitan que una organización política se defina en su pensar y en su actuar porque, para ambivalencias, ya tenemos suficiente.
Y de la imprecisión no escapa el Partido Liberal de Honduras que, desde luego, resiente el deterioro. La disolución de la fórmula centenaria que sus padres fundadores le inyectaron, ha comenzado a surtir su efecto decadente. Para ser optimistas, de la concepción originaria de Céleo Arias y Policarpo Bonilla, o mejor aún: de Ramón Rosa y Marco Aurelio Soto, apenas queda un vago recuerdo. El credo fundador que fue una “exaltación de la
libertad y de los principios enaltecedores de la dignidad de la persona humana”, según reza la historia de ese partido, ahora sólo adorna panfletos. Y es que el problema sigue siendo la definición del rumbo. ¿Sabrán sus integrantes, veteranos y jóvenes, lo qué significa ser “Liberal”? Porque la militancia no basta si no se entiende ni se practica una doctrina. Orgullo para los liberales es afirmar que el PL es un partido pluralista, que abre puertas a todos los ideales y tendencias sin distingos, y ahí radica su crisis actual y la amenaza de un hipotético desmembramiento. Preguntamos, el pensamiento y doctrina del PL: ¿Deberá ser clásico; conservador o radical? Porque si se tiran por la primera opción, deberán hacer toda una revisión filosófica que obviamente deberá traducirse en un planteamiento sobre la economía de mercado, resguardada por una democracia no menos liberal. Y digo revisión porque, aunque la estructura demo-liberal sea el modelo adoptado en Honduras, el funcionamiento del mercado y de la democracia actual dista mucho de ser “liberal” en el sentido clásico de la acepción. Me imagino que esto provocaría reacciones negativas para evitar ser tachados de “neoliberales” por lo que buscarían una tendencia más centrista como la que hoy ostentan. Si el centrismo impera, la inclinación seguirá siendo una postura ambivalente que tanto daño le ha hecho al país cuando se le otorga “in sacris” una prioridad al Estado en la resolución de los problemas sociales y económicos y la empresa privada seguirá siendo algo menos que un feudo. Pero este estilo ¡ay! seguirá siendo el patrón hasta ahora practicado porque es el cuño que ha promovido una substancia heterogénea de izquierdistas y conservadores en el PL que no sabe a nada, más que a un populismo execrable. Un unto de profesionales universitarios de clase media calados en “tuxedos” que hablan de economía de mercado y de doctrinas clásicas, siempre y cuando se apliquen bastante lejos de nuestro país.
Y siempre habrá chance para las tendencias radicales como la que se ha colado actualmente –recuerde que el PL es pluralista-. Pues bien: de aquella ala izquierdista de antaño, tampoco queda nada: jóvenes empresarios; profesionales ex militantes del FRU, con una visión más conservadora, se han extinguido. Ahora contamos con una remesa sureña de refundadores que se han valido del partido para concretar otras ideologías enemigas del liberalismo, de la democracia y sus instituciones. Compare el pensamiento de Patricia Rodas con el de su padre y se va a dar cuenta de la sustitución abominable de un pensamiento alejado de la doctrina original. Socialismo y liberalismo son incompatibles.
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