Para hablar de vestidos seguramente hay que ir hasta los griegos, pero precisando que semejante viaje se debe hacer sólo cuando se refiere uno a los vestidos de la democracia. Los vestidos pueden estar de moda o demodé porque, al fin y al cabo, la palabra moda nos llegó al español del francés mode y esta a su vez del latín modus, sólo que el lenguaje traicionero puede indicarnos que moda es un mecanismo regulador de elecciones. Del resto –de ponerle vestidos a la señora democracia- se encargaron las llamadas ideologías las que, aún hoy, fabrican adjetivos en serie sin aceptar que son ellas las pasadas de moda. Para rendir honor al origen de la palabra moda no hay como citar a Ives Saint Laurent: “A lo largo de los años he aprendido que lo importante de un vestido es la mujer que lo lleva.”
No había quórum, no había manera de tomar decisiones, era menester recurrir a incentivos económicos para que los ciudadanos concurriesen. Está en crisis la democracia, exclamaron los más preocupados. Este primer despojo de la moda ocurría por allá en Atenas y quien lo denunciaba era nada menos que Aristóteles. Para bajar las preocupaciones, Aristófanes escribió La asamblea de las mujeres donde, sin contemplaciones mira el delicado asunto con ojos de sátira. En efecto, Blépiro, asambleísta él, padece de estreñimiento y tiene que dedicarse a resolverlo, lo que hace que algunos vivos se aprovechen de tan arduo esfuerzo para ejercer la democracia con otro vestido.
El acto político es un acto de movilización de voluntades ajenas con eficacia suficiente para que resulte afectado el envoltorio, esto es, lo que está de moda. El filósofo Saint Laurent, a la manera racionalista del pensamiento francés, tal como lo cito, descubrió no obstante que lo importante es la mujer y no el vestido. Resulta indispensable recurrir a la escuela cínica cuando a la democracia se le pone el mismo vestido de la dictadura, sin darse cuenta que son dos mujeres muy distintas. Blépiro, el personaje de Aristófanes, nos deja claro que mientras algunos resuelven sus problemas digestivos otros asumen el protagonismo.
Uno de los vestidos múltiples que se le ponen a la democracia –además de los múltiples adjetivos- es el de la resolución de problemas. De manera que los que quieren hacer llegar a los ciudadanos a la convocatoria se esmeran en extraños anuncios. Uno –mientras transcurre este verano y se dedica a salir de agosto de la mejor manera posible- constata que no hacen algo distinto que tratar de vestir la democracia con trajes de siglos pasados, como si aquí estuviésemos en un museo de la moda y no en la urgente necesidad de rescatar al peor de los sistemas de gobierno -a excepción de todos los demás- como se dice en la ya clásica sentencia.
De esta manera los que recurren al acto político se convierten en sastres y no en hombres de Estado o en pensadores de nuevos códigos de ADN. Cuando uno habla de nuevas concepciones dicen que fulano de tal es su modelo, sin darse cuenta que se refieren a un pensador del siglo XIX. Cuando uno requiere de nuevos incentivos conceptuales para modificar la asamblea y el acto político, argumentan que la academia acabó con los “neo” y que todo es como lo dijo el clásico de comienzos del siglo XX. Así, la democracia se queda vestida con los trajes antiguos, mientras uno trata de rescatar a la mujer que embadurnada con tales telas acompaña a Aristófanes a los baños públicos de Atenas.
A estas alturas habremos entendido que no se trata de trajes lo que requiere la democracia. Lo que requiere es una reinvención, porque ofrecerle a los pueblos incentivos para que haga quórum en el acto político es como triplicar los óvalos que tanto molestaban a Aristóteles. Y como los griegos eran unos verracos y se las pasaban en la academia fuera de Atenas, siguieron inventando con la esperanza de que estas sociedades de origen cultural greco-latino mantuviesen la invención en lugar de dedicarse a hacer desfiles de moda. En buena parte la República Romana lo hizo, hasta el punto de que aquellos granjeros ilustrados que son llamados padres de la nación norteamericana la tuvieron más que presente.
Ahora andamos en esto que llaman el siglo XXI. La tecnología ha transformado el concepto de poder. Los ciudadanos ahítos de tanta tela vieja se marchan al sonido de las renovadas flautas del populismo y de los raídos vestidos ideológicos. Y los de la democracia lo único que pretenden es desempolvar los baúles, sacudir la telarañas, pedir restitución de la vieja monarquía que dejó a la gran dama expuesta ante las acciones de la rapiña militarista. Asocian –indebidamente es obvio- a democracia con mercado, cuando el asaltante de la dictadura desnuda se va en lenguaradas sólo atinan a reclamar respeto absoluto ante el altar de la propiedad privada. Eso se llama desconocer la evolución del pensamiento, sobre todo porque la dama de la que nos estamos ocupando no es un cuerpo con vida eterna que simplemente no envejece, sino que es un conjunto de pensamiento e ideas que se llevan a la realización en lo que he recordado a lo largo de este texto se llama acción política.
O el endeble cuerpo se reconoce como más importante que los vestidos o los restauradores del ancien régime se van a quedar con los crespos hechos. Lo peor no es que se queden ellos, es que dejen a toda una sociedad a merced de los depredadores. De manera que para tranquilidad de Aristóteles hay que reinventarse la democracia, hay que hacerla de este siglo, hay que dar respuesta a las quejas, como esa que va sobre el eclipse de la representación y de los partidos como dueños totalitarios de las postulaciones.
En definitiva, hay que dejar a Blépiro resolviendo su estreñimiento y darle un poco de descanso a Aristófanes, también porque ya Aristófanes no hay, lo que queda son simples Awards.
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