Toda elección es una campaña persuasiva de corto aliento pero de gran intensidad, que se realiza, no en un área geográfica (como equivocadamente se asume) sino en la mente de los electores, cumpliendo así con la Segunda Ley Fundamental de la Guerra Comunicacional.[1] Estas campañas persuasivas se ejecutan con la orquestación de un grupo de batallas que se alinean de acuerdo con una o varias estrategias maestras, y en las que se aplican tácticas comunicacionales y maniobras de movilización, con el deliberado propósito de convertir las adherencias, de cualquier tipo y duración, en votos para la causa política que se promueve, mientras simultáneamente se compromete la credibilidad de los mensajes contrarios y su capacidad disuasiva y de congregación de masas.
Vista así, una campaña electoral -que es una de las muchas modalidades del emprendimiento persuasivo- trasciende el enraizado enfoque publicista del jingle y de la foto del candidato abrazado/a con una viejita, pues se trata de la orquestación de múltiples modalidades comunicacionales –incluidas las formas publicitarias- sujetas a un enfoque estratégico, a su vez orientado hacia la consecución de las metas políticas y electorales propuestas, y todo lo anterior subordinado a la dinámica de un escenario político en permanente ebullición social.
Desde esta perspectiva holística es que se debe analizar la más reciente maniobra persuasiva de El Innombrable, como la conversión de la elección de sus candidatos a la Asamblea Nacional en un evento plebiscitario, con la pretendida intención de transformar su imagen política, otra vez, en un ‘portaavión’ electoral. Esta maniobra se deduce de los 250 mil pendones que ya se han ordenado imprimir con la cara y cuerpo del Presidente, con los que inundarán al país a partir de la primera semana de agosto para acentuar una probable estrategia maestra, con la que se pretende mostrar que la campaña electoral no está estructurada sobre la oferta programática de los candidatos ‘rojitos’, sino que es plebiscitaria: A su favor o contra él.
Es la misma táctica comunicacional que utilizó en las pasadas elecciones de Gobernadores y Alcaldes y en las que venció si la cuenta se saca por la cantidad de Gobernaciones y Alcaldías ‘capturadas’, pero en las que paradójicamente perdió pues fue vencido en los circuitos electorales de gran importancia geopolítica, aquellos en los que se concentra la mayor densidad poblacional del país.
En aquella ocasión -y todo indica que también en la presente- uno de los objetivos de comunicación es mantener el posicionamiento del PSUV...”como fuerza política conductora de la Revolución”. Otro es “...construir una percepción favorable del socialismo bolivariano” Y el tercero, pero no menos importante, “Advertir que sólo con la victoria de los candidatos de Chávez se pueden lograr escenarios de gobernabilidad y continuidad de las misiones bolivarianas”.
La maniobra plebiscitaria es evidente, aunque esta vez responde a realidades distintas a las que se manifestaron en el 2008, pero tal vez se trate de una maniobra de aproximación indirecta, como las que preconizó Liddell Hart, para provocar en los estrategas democráticos opositores la desviación de enfoque comunicacional hacia él, como parte de una estrategia maestra de desgaste y con ella poder inyectarle oxígeno político a sus alicaídos candidatos a la Asamblea Nacional.
He aquí algunas preguntas que deberían formularse en la Mesa Situacional Electoral de la oposición democrática: ¿Será ‘ese’ el objetivo específico de esta maniobra de polarización? ¿Cómo se articularán las ‘promesas básicas de beneficio’ de los distintos candidatos rojitos? ¿Funcionarán esta vez los mismos ‘ejes psicológicos’ que se articularon en el 2008? ¿Cómo desmontar –ante la opinión pública- las líneas maestras de los mensajes de posicionamiento de esos candidatos? ¿Cómo se puede articular la mayor intencionalidad política en la selección de los eventos de calle, en función de su mayor rédito electoral?
Si, son muchas preguntas que ojalá están total o parcialmente respondidas por los estrategas comunicacionales de la oposición democrática. Al fin de cuentas, la estrategia no es nada más que un engaño organizado.
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