Hay que dirigir esfuerzos para que la mayoría democrática caiga en cuenta de que no pueden con ella
Por estos días no es raro escuchar o leer a conductores de programas de opinión, a declarantes, a encuestadores, a columnistas, comentar como fascinados la habilidad que atribuyen a Chávez para "convertir", como ellos mismos dicen, "derrotas en victorias" y destrezas de ese tipo.
No es cosa de discutir si el personaje tiene o no capacidad de maniobra del tipo mencionado. Lo que en este momento me interesa escudriñar es la idea de pueblo que subyace a esa clase de comentarios.
La más reciente ocasión de ese ejercicio fue la de la ruptura de relaciones con Colombia. Pudimos entonces oír a comentaristas diversos que destacaban la suprema habilidad del comandante para convertir lo que hubiera sido un titular de primera plana desfavorable -"Colombia presenta denuncia en la OEA"-, por otro completamente diferente: "Venezuela rompe relaciones diplomáticas con Colombia".
¿Qué implica pensar que tal inversión de noticias es un logro político de significación, suponer que al leer este segundo titular en vez del que hubiera salido de no haberse roto relaciones, va a tener una consecuencia política importante en cuanto al juicio que la población venezolana ha venido madurando respecto a este Gobierno. ¿Qué hay que pensar del pueblo venezolano para sostener tal cosa?
Dos respuestas me vinieron a la memoria. La una, una frase leída hace años en un librito de economía: "puesto que el hombre, según Montchretien, era un imbécil...". La otra es más famosa. La asienta Maquiavelo en su PRÍNCIPE cuando dice que "el vulgo se deja seducir por las apariencias, y en el mundo no hay más que vulgo".
Pareciera pensarse que el pueblo venezolano, en su mayoría o en sus franjas decisivas, es una parranda de idiotas que lo que están es pendientes de la varita mágica del prestidigitador que los engatusa como le da la gana, cambiándoles día tras día los titulares de las noticias, o sacando provecho de corto plazo de las oportunidades que el acontecer -esta vez en la forma de Uribe y sus decisiones - le va presentando.
Por mi parte prefiero pensar que está en marcha un ya largo proceso de maduración, impulsado por motores muy de fondo, que no son objeto habitual de noticias de primera plana. La inflación, que si acaso aparece una vez al mes, cuando el BCV da sus cifras mensuales. Los muertos de cada semana, al que se reserva un discreto cuadrito, para que la gente no olvide. La renuncia de los médicos del Pérez Carreño, que ocupa un titular interior en las páginas de ciudad o sucesos. Tantas otras cosas de ese nivel y tipo. Silenciosos motores de alta potencia que de pronto hacen sinergia con un estallido noticioso que no es el producto de un juego de espejitos, sino el reflejo de un hecho de gran volumen, como el de los contenedores, que, junto a lo que ya se venía soportando, desbarata cualquier maniobra destinada a, como se dice, "distraer la atención".
Uno quisiera que se dejara de "celebrar" la supuesta habilidad oficialista para transformar las derrotas en victorias. El día que Chávez convierta en victoria lo de los contenedores, lo de las cárceles, lo de los miles de muertos por año, lo de la recesión y la inflación.... entonces hablamos.
El problema no está en los espejitos de Chávez. El problema de fondo está, como lo decía Argelia Ríos en su artículo de este viernes, en que esa masa democrática que cotidiana y desperdigadamente rechaza el modelo que se le quiere imponer, tome conciencia del rechazo que ella misma protagoniza, de su fuerza propia, de su volumen, y de su enorme capacidad para derrotarlo, echarlo por tierra y producir un cambio de rumbo. Como dice Argelia, los que gobiernan sí que le tienen pánico a esa posibilidad y es a impedir esa toma de conciencia que dirigen todos sus esfuerzos. Del mismo modo, entonces, los demócratas del país, todos nosotros, cada cual a su nivel, tenemos que dirigir nuestros esfuerzos a que la mayoría democrática que no acepta que la lleven por donde Chávez quiere, caiga en la cuenta de que no pueden con ella, se haga cargo de que -y oigamos de nuevo a Ríos- "es esa masa gigante, viva, enérgica, con capacidad y valor para definir su destino". Que caiga en la cuenta de que no es la imbécil de Montchretien y de que, contra lo que decía Maquiavelo, está siendo capaz de ver hondo, sin asustarse por amenazas, y sin dejarse encandilar porque Chávez, en un juego de manos, cambió los titulares de los periódicos de mañana.
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