Tomo prestado el título de un famoso poema de Neruda y lo utilizo, como en su momento procuró su creador, para expresar indignación: la que me embarga a causa de la cobardía del actual gobierno español ante el despotismo de Hugo Chávez en Venezuela.
Es cierto que la política exterior debe formularse en función de los intereses nacionales; pero un país como España, en particular en lo que se refiere a la América hispana, no debe en modo alguno reducir la definición de tales intereses a términos estrechamente económicos y comerciales. Existe un plano ético de la política y de las relaciones internacionales que una nación democrática y apegada a la libertad, como se presume es España, sacrifica a un elevado costo y con funestas consecuencias.
Para los que admiramos a España y su historia, y reivindicamos la importancia del legado cultural hispánico como parte esencial de la identidad latinoamericana, resulta doloroso y decepcionante constatar la deplorable alcahuetería, ciega tolerancia y sospechoso pragmatismo del gobierno de Rodríguez Zapatero y el desvergonzado ministro Moratinos ante Chávez y Castro. Mediante tan condenable postura el gobierno español traiciona los principios que proclama en su retórica, y se arrodilla frente a personajes que nunca admitiría en su propio contexto ni en el europeo.
Por desgracia, lo que hace España con relación a Chávez forma parte de una práctica bastante común en la política exterior de la Comunidad Europea en general y varios de sus integrantes en particular, política caracterizada por la brecha entre los valores que se enarbolan y las realidades que soterradamente se propician. La estrategia de España con Chávez fue la de Francia hacia Saddam Hussein y ahora de Alemania hacia Irán y Ahmadinejad, episodios donde igualmente los intereses económicos cortoplacistas han asfixiado sin contemplaciones los principios que se dice defender.
Lo que hace especialmente penoso el caso España y Chávez es, por un lado, que el gobierno de Rodríguez Zapatero ha llegado al extremo de colocar en entredicho al propio poder judicial español, sembrando dudas acerca de las motivaciones de los jueces, a pesar de que son públicas y notorias las simpatías del régimen venezolano hacia grupos extremistas alrededor del mundo, así como sus alianzas con los Estados forajidos del planeta. En segundo lugar semejante conducta pone de manifiesto una profunda ingratitud hacia la democracia venezolana, su pasado y menguado presente, pues Venezuela fue siempre solidaria con la causa de la libertad en España y ello deberían saberlo en el partido político que lidera Rodríguez Zapatero. Por último, resulta escandaloso que la izquierda europea continúe atada a los mitos del buen salvaje y el buen revolucionario, que les llevan a tratar a personajes como Chávez y Castro con desviada condescendencia.
Es cierto que en días recientes la Comunidad Europea ha mostrado algunos tímidos síntomas de clarividencia ante el militarismo populista de Chávez y la satrapía castrista en Cuba. El trato cruel, hasta matarles, infligido a los disidentes cubanos que luchan por la libertad ha despertado las conciencias bienpensantes en los cafetines parisinos, berlineses y madrileños. Sin embargo, en lo que respecta a España y Chávez un lamentable contubernio se acentúa, y es obvio que el gobierno socialista en Madrid está dispuesto a aceptar los abusos del caudillo “bolivariano”, y más que eso, a cambio del silencio y la protección a las inversiones españolas en Venezuela. Como para que se nos parta el corazón.
Es cierto que la política exterior debe formularse en función de los intereses nacionales; pero un país como España, en particular en lo que se refiere a la América hispana, no debe en modo alguno reducir la definición de tales intereses a términos estrechamente económicos y comerciales. Existe un plano ético de la política y de las relaciones internacionales que una nación democrática y apegada a la libertad, como se presume es España, sacrifica a un elevado costo y con funestas consecuencias.
Para los que admiramos a España y su historia, y reivindicamos la importancia del legado cultural hispánico como parte esencial de la identidad latinoamericana, resulta doloroso y decepcionante constatar la deplorable alcahuetería, ciega tolerancia y sospechoso pragmatismo del gobierno de Rodríguez Zapatero y el desvergonzado ministro Moratinos ante Chávez y Castro. Mediante tan condenable postura el gobierno español traiciona los principios que proclama en su retórica, y se arrodilla frente a personajes que nunca admitiría en su propio contexto ni en el europeo.
Por desgracia, lo que hace España con relación a Chávez forma parte de una práctica bastante común en la política exterior de la Comunidad Europea en general y varios de sus integrantes en particular, política caracterizada por la brecha entre los valores que se enarbolan y las realidades que soterradamente se propician. La estrategia de España con Chávez fue la de Francia hacia Saddam Hussein y ahora de Alemania hacia Irán y Ahmadinejad, episodios donde igualmente los intereses económicos cortoplacistas han asfixiado sin contemplaciones los principios que se dice defender.
Lo que hace especialmente penoso el caso España y Chávez es, por un lado, que el gobierno de Rodríguez Zapatero ha llegado al extremo de colocar en entredicho al propio poder judicial español, sembrando dudas acerca de las motivaciones de los jueces, a pesar de que son públicas y notorias las simpatías del régimen venezolano hacia grupos extremistas alrededor del mundo, así como sus alianzas con los Estados forajidos del planeta. En segundo lugar semejante conducta pone de manifiesto una profunda ingratitud hacia la democracia venezolana, su pasado y menguado presente, pues Venezuela fue siempre solidaria con la causa de la libertad en España y ello deberían saberlo en el partido político que lidera Rodríguez Zapatero. Por último, resulta escandaloso que la izquierda europea continúe atada a los mitos del buen salvaje y el buen revolucionario, que les llevan a tratar a personajes como Chávez y Castro con desviada condescendencia.
Es cierto que en días recientes la Comunidad Europea ha mostrado algunos tímidos síntomas de clarividencia ante el militarismo populista de Chávez y la satrapía castrista en Cuba. El trato cruel, hasta matarles, infligido a los disidentes cubanos que luchan por la libertad ha despertado las conciencias bienpensantes en los cafetines parisinos, berlineses y madrileños. Sin embargo, en lo que respecta a España y Chávez un lamentable contubernio se acentúa, y es obvio que el gobierno socialista en Madrid está dispuesto a aceptar los abusos del caudillo “bolivariano”, y más que eso, a cambio del silencio y la protección a las inversiones españolas en Venezuela. Como para que se nos parta el corazón.
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