LA VOZ
El Nuevo Status Político de las FARC
Desde el mismo momento en que el presidente de Colombia, Álvaro Uribe, designó al mandatario venezolano como mediador en el asunto del acuerdo humanitario, el conflicto interno colombiano se expandió políticamente hacia Venezuela, incorporando a nuestro país como sujeto activo. Se extiende así, aunque de otra manera, la internacionalización, que se había iniciado con la participación directa de Estados Unidos a través del Plan Colombia.
No se sabe exactamente si esta decisión colombiana de incorporar a Venezuela como un actor directo en el penoso y prolongado enfrentamiento que vive ese país, es el resultado de un error o desliz provocado por las presiones de los familiares de los secuestrados, y de la opinión pública europea sensible a estos temas, o si por el contrario se trata de una decisión calculada, con el propósito de conducir al presidente venezolano, de manera confiada, a la peligrosa tela de araña de un conflicto muy controvertido por los vínculos que tiene la guerrilla con el narcotráfico para su financiamiento.
Como consecuencia de las decisiones de Uribe, las FARC ha recobrado el status político que había perdido desde la época en que le cerraron su embajada en México. El tratamiento que le brinda Nicolás Sarkossy a la guerrilla tiene más importancia que cualquier declaración de Daniel Ortega, que se considera naturalmente hermanado, cuando menos por sus raíces, con el legendario jefe de las fuerzas irregulares levantadas en Colombia desde los años cincuenta.
Pero que Francia o Nicaragua se sientan involucrados, de alguna manera, con lo que está pasando en Colombia no tiene la misma importancia que si Venezuela es convertida en un actor con participación directa en los acontecimientos y su desarrollo.
Si la participación de Chávez en la gestión humanitaria hubiera continuado, tal vez todo hubiera culminado allí. Pero, aunque luzca paradójico, al sacarlo de su rol de mediador, lo que se ha hecho es incorporarlo con más fuerza como un nuevo protagonista de un cada día más caliente polvorín andino. ¿Error o emboscada colombiana? El tiempo lo dirá.
Hasta el momento Uribe había logrado la cooperación, o cuando menos la neutralidad de Venezuela y su Fuerza Armada. No se había precisado ni financiamiento ni suministro de armamentos. La porosidad de la frontera y los campamentos se mantenían, más o menos, en los mismos rangos históricos. Las relaciones políticas del gobierno con la guerrilla no le daban mayor status ni relevancia a las FARC públicamente. Cualquier duda podía aclararse en la relación bastante fluida de los dos presidentes. Ahora todo es distinto. Los celulares rojos de Chávez y Uribe ya no repican. Sólo se escuchan, aproximándose, tambores de guerra.
Leopoldo Puchi
El Nuevo Status Político de las FARC
Desde el mismo momento en que el presidente de Colombia, Álvaro Uribe, designó al mandatario venezolano como mediador en el asunto del acuerdo humanitario, el conflicto interno colombiano se expandió políticamente hacia Venezuela, incorporando a nuestro país como sujeto activo. Se extiende así, aunque de otra manera, la internacionalización, que se había iniciado con la participación directa de Estados Unidos a través del Plan Colombia.
No se sabe exactamente si esta decisión colombiana de incorporar a Venezuela como un actor directo en el penoso y prolongado enfrentamiento que vive ese país, es el resultado de un error o desliz provocado por las presiones de los familiares de los secuestrados, y de la opinión pública europea sensible a estos temas, o si por el contrario se trata de una decisión calculada, con el propósito de conducir al presidente venezolano, de manera confiada, a la peligrosa tela de araña de un conflicto muy controvertido por los vínculos que tiene la guerrilla con el narcotráfico para su financiamiento.
Como consecuencia de las decisiones de Uribe, las FARC ha recobrado el status político que había perdido desde la época en que le cerraron su embajada en México. El tratamiento que le brinda Nicolás Sarkossy a la guerrilla tiene más importancia que cualquier declaración de Daniel Ortega, que se considera naturalmente hermanado, cuando menos por sus raíces, con el legendario jefe de las fuerzas irregulares levantadas en Colombia desde los años cincuenta.
Pero que Francia o Nicaragua se sientan involucrados, de alguna manera, con lo que está pasando en Colombia no tiene la misma importancia que si Venezuela es convertida en un actor con participación directa en los acontecimientos y su desarrollo.
Si la participación de Chávez en la gestión humanitaria hubiera continuado, tal vez todo hubiera culminado allí. Pero, aunque luzca paradójico, al sacarlo de su rol de mediador, lo que se ha hecho es incorporarlo con más fuerza como un nuevo protagonista de un cada día más caliente polvorín andino. ¿Error o emboscada colombiana? El tiempo lo dirá.
Hasta el momento Uribe había logrado la cooperación, o cuando menos la neutralidad de Venezuela y su Fuerza Armada. No se había precisado ni financiamiento ni suministro de armamentos. La porosidad de la frontera y los campamentos se mantenían, más o menos, en los mismos rangos históricos. Las relaciones políticas del gobierno con la guerrilla no le daban mayor status ni relevancia a las FARC públicamente. Cualquier duda podía aclararse en la relación bastante fluida de los dos presidentes. Ahora todo es distinto. Los celulares rojos de Chávez y Uribe ya no repican. Sólo se escuchan, aproximándose, tambores de guerra.
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