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miércoles, 18 de marzo de 2015

ALBERTO JIMÉNEZ URE, SU MAJESTAD «EL JUICIO»

«[…] Es insoportable el espíritu militar en el mando civil […] La Justicia es la reina de las virtudes republicanas, y con ellas se sostiene la Libertad e Igualdad». Simón Bolívar
Es falso que existan individuos en el mundo a quienes no contaminen el cadáver de los Inmutables y Humanos Derechos que, fortísimo, en la inmensidad apesta: el antropomorfo sobre el que sólo tienen el insólito y universal privilegio de disertar sus homicidas en «cumbres de [in] dignas e [in] dignos». Al cabo, los primer y ultimomundanos que ambicionan alcanzar el poder político-militar o perpetuarse en funciones abominables comulgan a través de la legitimación de prácticas propias de la Barbarie Doctrinal: esa que, tácita, consagra mi tesis según la cual debemos volitivamente abolir nuestra incorregible especie. [Im] postura que sostengo fundamentada en su desaparición sin dolor, jamás mediante el genocidio que no garantiza su extinción sino el sufrimiento de miles de millones de terracos.
La desidia, indolencia, arrogancia, complicidad y mal humor de numersos intelectuales (escritores, comunicadores sociales, pensadores, artistas, políticos, científicos, et.) persistentemente convocados para defender al ahora difunto que fue «inalienable derecho» quedan explícitos cuando el tufo conceptual de catedráticos de la «Libre Determinación de los Pueblos» esparce con obstinación en cada resquicio académico.
¿Cómo ser una mujer u hombre culto o instruido y bogar  a favor de la mentalidad militar, siempre hostil y propensa al pleito, esa que suele justificar el empleo de pertrechos tóxicos o balas para sofocar y eliminar a quienes participan en protestas públicas? Es de «libre determinados» que el asesinato o la represión violenta con pertrechos de guerra sea la forma más expedita para evitar el desperdicio, por oxidación, de los presupuestos que los gobiernos destinan a sectores de «Fuerzas Armadas Institucionales de Viles»
En uno de los países imperiales más intimidantes, una enmienda otorga constitucional a la compra y porte -sin casi restricciones- de «escupefuegos».  Ahí, todos sus ciudadanos tienen el legítimo derecho a exhibirse peligrosos sin que ello afecte a la mayoría inofensiva. Nadie debe enfadarse o  sentirse enemigo de su vecino porque pavonee por las calles letalmente armado (aun cuando se presuma que tengan prontuarios criminales)
En otras repúblicas se crimina cualquier asunto a los habitantes, desde su pensamiento hasta sus placeres: y, por «motivos varios», el funcionariado a cargo también oculta los abusos o matanzas de los «libre e impunes determinados». Los profetas desagravian a sus dioses cuando son preteridos o desmitificados por permitir abominaciones: tales nos habrían creado con la inmanente tentación del «Libre Albedrío de Cometer Delitos u Obrar bien», sin más explicaciones teosóficas. Si cada uno de nosotros hubiere podido genéticamente decidir o diseñar el comportamiento de nuestros vástagos, ¿habría prosperado la barbarie?    
La displicencia para enfrentar los aborrecibles e inaceptables «actos criminales de gobierno» es, infiero, la principal señal de cobardía e irresponsabilidad social entre los habitantes de una república. Los nacionales «somos el problema» al responder, malhumorados, con la desidia o identificación cómplice cuando vemos cometer atrocidades a los confabulados. Los nacionales «somos el problema» al permitir, sin reflexionar u oposición lógica, que perversos nos conduzcan hacia donde sus desquiciadas mentes les plazca. El Juicio no tiene que ser plexo ante lo abominable porque, sostengo, representa al engendro de la Conciencia Universal Perturbada que tiene por obligación extinguir.  El Juicio es la Mega Magistratura de la Humanidad y a todos concierne su aplicación.
Alberto Jimenez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor

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viernes, 1 de noviembre de 2013

AMÉRICO MARTÍN, SU MAJESTAD, EL MIEDO., DESDE LA CIMA DEL ÁVILA

 “La vida es maravillosa si se la disfruta sin miedo” Chaplin
Hasta donde alcanza la vista la economía de Venezuela no tiene remedio. En términos de crecimiento del PIB a precios constantes –para hablar nada más que de esa variable, a sabiendas del sombrío panorama de las demás- nuestro país, que según el Banco Mundial venía saliendo de dos siniestros años de decrecimiento real (-3.2 en 2009 y -1.5 en 2010) volvió a caer estrepitosamente en el año en curso, esta vez con efectos desastrosos. Y por lo que se avizora, el venidero podría ser letal, si no hay cambios. Hasta el gobierno sabe que en 2013 (Año 14 de la “revolución”) el ruidoso proceso está en trance de zozobrar en medio de explosivas protestas sociales y cambios políticos muy profundos. 
En el nudo de semejante crisis está una fecha fija que arde como una antorcha: el 8 de diciembre. Esa nueva confrontación electoral dará salida al anhelo de cambio que recorre el país como río de azogue encendido, aunque el poder trate infructuosamente de desnaturalizarla o eludirla.
Desde que me conozco y muy especialmente en el ámbito de los intelectuales de la izquierda, escuché el apotegma que luego expliqué y amplié y documenté en muchas ocasiones: la economía más sana es la que tiene como centro al hombre. Si lo sacrifica en nombre de cifras abstractas, estará dominada por una perversidad básica, salvo que para rehabilitarla haya que pasar por momentos dolorosos de ajuste. Pero incluso esos períodos exigentes serán consecuencia de gestiones inhumanas acumuladas en el tiempo o de catástrofes naturales o sociales fácilmente identificables.
El Indice de Desarrollo Humano (IDH) creado por el PNUD,  permite medir sin dudas el efecto de los sistemas ensayados sobre los seres humanos en todos los aspectos relacionados con –préstame tu atrabiliario sentido de humor, Nicolás- la Suprema Felicidad Social. Y para no extenderme mucho, del fracaso del socialismo real o el del siglo XXI hablan las cifras con una silenciosa y demoledora elocuencia. 

Los diez países con mayor IDH son, todos ellos, modelos tradicionales nada revolucionarios. Noruega, Australia y EEUU son los tres primeros. China no figura en el lote, pese a su despliegue económico porque “no solo de pan vive el hombre”, dicho sea con palabras del escritor ruso post y antiestaliniano Vladimir Dudintseva 

Varios de los dirigentes que acompañaron al caudillo Chávez en su hora estelar y habían sido pregoneros entusiastas del mencionado apotegma, hoy ya no cuentan. Con el tiempo su voz fue desapareciendo en la bruma y ellos fueron reducidos a condición muy subalterna. Una mano invisible los ha desplazado para colocar en las posiciones influyentes a militares activos y en menor medida a “cuadros partidistas”, cuyo único combustible es la lealtad incondicional al mandamás de turno, a Maduro, quien pareciera más bien un “mandamenos” dado el incremento de los uniformados en la estructura nacional y regional del  régimen.
Es una degradación continua y amplia. No se trata, como en China, de negarle a sus súbditos derechos humanos elementales a cambio de elevarles el nivel de vida material, pari passu con su acelerado crecimiento en el marco del mercado. Se trata, como en Cuba, de algo peor: reducirles los derechos a su mínima expresión y condenarlos a la decadencia acelerada de su condición de vida.
El pregonado modelo socialista no funciona ni tiene la menor posibilidad de hacerlo. Chávez podía preservar la unidad y en alto la emoción de sus seguidores por su indudable ascendiente, pero lo de Maduro ha sido lamentable. Podría decirse que perdió todas las cartas. No tiene resultados que exhibir, su estilo es deplorable, su aislamiento es sobrecogedor. Si la alternativa democrática hubiera sido más eficaz en convencer a la parte del país que sigue apegada al poder, que el cambio abriría un ancho cauce al reencuentro y la reconciliación, las dudas sobre la competencia de Maduro hubiesen tal vez encontrado una salida pacífica y sin el temor a la retaliación, que el fallecido caudillo sembró en el país.
Por desgracia lo que queda en el arsenal del régimen es eso: el miedo. El arma del miedo es proteica. Se ha intensificado tendenciosamente el rumor sobre desestabilización, conspiraciones y preparativos criminales que van desde el magnicidio a la invasión extranjera. Maduro y Diosdado –los directores de la ruidosa orquesta- amenazan abiertamente con cárcel y dura represión a pacíficos dirigentes democráticos, y tienen el descaro de señalarlos por sus nombres sin presentar pruebas, indicios ni nada parecido. La justicia ha retornado a tiempos del absolutismo monárquico, sin debido proceso, derecho a la defensa ni obligación de fundamentar la acusación con medios de prueba. Se ha deshumanizado el aparato judicial. El bárbaro retroceso es de más de doscientos años.
Maduro no es un hombre informado. Sus desarticuladas emociones no le permiten aprovechar la experiencia histórica. Sintiendo el malestar del país y de la Fuerza Armada, ha querido calmarla entregándole más y más parcelas del gobierno. Trece gobernadores militares y cientos de colegas de uniforme tienen las riendas del poder.
Imposible olvidar la tragedia del presidente Allende. Preocupado porque el orden público se le iba de las manos, se lo entregó al generalato. En el último desfile popular de respaldo al gobierno, Allende saludaba a la multitud desde el balcón presidencial. A su lado, en silencio, Augusto Pinochet, a la sazón el máximo líder militar.
El miedo como política es contraproducente. Se vuelve contra sus autores. Es irrisorio y está condenado a la derrota.
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin

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