La frase del Papa
Francisco en el consistorio de cardenales y patriarcas, sobre la situación del
Medio Oriente: “Los actos de los yihadistas del Estado Islámico, son un
terrorismo de dimensiones antes inimaginables, por lo que debe haber una
adecuada actuación de la comunidad internacional”.
JUAN J. MONSANT A. |
Claro está que se refiere a
lo que en este momento está ocurriendo en Siria e Irak, en la propia frontera
de Turquía, con la pretensión del Califato Islámico de llevar su gobierno
confesional hasta el Levante; entendiendo que el Levante incluye Europa y la
cuenca del Mediterráneo.
Nos vamos a referir a
dos casos emblemáticos de intolerancia religiosa que, entre muchos, han
conmovido a la comunidad internacional; intolerancia sustentada en la
ignorancia, los prejuicios y la ambición política manipulada para mantener
anclada en la oscuridad del Medioevo, a buena parte de la humanidad practicante
del islamismo.
El primero es el de
la joven pakistaní Malalah Yousafzai (Malala), quien el 9 de octubre de 2009, con tan solo 13 años
de edad, al regresar de la escuela, el autobús donde viajaba fue interceptado,
se subió a él un hombre y preguntó quién era Malala, al responder la niña,
simplemente le hizo tres disparos, dos de ellos le ingresaron a la cabeza;
logró sobrevivir y fue llevada a Inglaterra para su recuperación. Su delito fue
su pretensión de estudiar. Los talibanes de la aldea (Mingora) habían prohibido
a las niñas asistir a las escuelas.
Hoy, la joven de 17
años, con parte del cráneo de titanio y un dispositivo auditivo interno,
culmina sus estudios secundarios en Birmingham, se ha convertido en una
activista por los derechos de los niños, creó una fundación que lleva su
nombre, escribió un libro y acaba de recibir el premio Nobel de la Paz,
antecedido por el Sajarov y el Simone de Bouvoir.
El otro, es de una
mujer campesina, también pakistaní, casada, cinco hijos, 42 años de edad,
católica, que ha sido condenada a la horca por un tribunal local por blasfemia
hacia el Profeta Mahoma. Se trata de Asia Bibi, mantenida aislada en una celda
ante el temor de ser asesinada. Su caso se originó cuando otras mujeres de su
aldea le impidieron beber agua de una fuente donde se encontraban, al
considerarla impura por practicar una religión diferente al islamismo. En la
discusión Asia les respondió que “Jesús
había protegido a las mujeres y murió por la humanidad, y les preguntó qué
había hecho Mahoma por ellas”. Fue suficiente, una de ellas, esposa del imán de
la aldea se quejó ante él, y éste al juez local quien la condenó a morir en la
horca por blasfemia, de conformidad con el artículo 295 del Código Penal.
Luego que el caso
trascendió a la comunidad internacional, el juez le propuso a Asia Bibi
condonarle la pena si renunciaba al cristianismo y se convertía al islamismo.
Ella se negó, y se mantuvo la condena. Eso fue en el 8 de noviembre de 2010. El
Papa Benedicto XVI y otras personalidades internacionales solicitaron al
presidente de Pakistán el indulto, el cual no
ha sido otorgado; por el contrario, un nuevo juez acaba de ratificar la
sentencia anterior, quizá porque el imán local Yousef Qureshi prometió
venganza, al tiempo que ofreció una recompensa a quien diera muerte a la mujer.
Es difícil que Asía
Bibi sea indultada, pues el actual Primer Ministro Nawaz Sharif es el autor de
la ley Contra la Blasfemia, ha protegido sectores extremistas y su base
electoral se sustenta en los grupos
fundamentalistas del país.
Ante esta realidad
sigue latente la pregunta de fondo: ¿Por qué jóvenes que han nacido o criados
en Inglaterra, España, Francia, Alemania o Canadá emigran al Medio Oriente para
unirse al Califato islámico, que hoy mantiene en vilo a la comunidad
internacional? Es obvio que existe un factor más allá de la ignorancia o
resentimientos personales, dado que su libertad y valores lo permutan por un
modo de vida incomprensible e inaceptable para el hombre occidental de hoy.
Pero mientras se encuentran sus causas, es impostergable la contención de los
terroristas nacidos fuera o dentro del islamismo militante.
Juan Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
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