El
sucesor, al igual que el predecesor, va condimentando las peroratas con clichés
elementales que tienen sus temporadas y sus audiencias, y que le ayudan a
mantener una fachada de palabrería “revolucionaria”, en medio de una
depredación barbárica de todos los recursos habidos y por haber...
La mayoría
de los voceros de la hegemonía no salen de un cliché. Y algunos tienen sus
clichés favoritos. “La profundización del socialismo”, por ejemplo, o “el
desarrollo del socialismo productivo”, o, para volver de nuevo al cliché
inicial: “la demolición del Estado burgués”.
Uno
de esos clichés es la “demolición del Estado burgués”. Estamos demoliendo el
Estado burgués con el fortalecimiento de las comunas… es una de esas
expresiones repetidas y formularias tan al gusto del sucesor. Lo único valedero
de ese cliché es la idea de demolición. Pero no la demolición de un pretendido
“Estado burgués”, sino la demolición de Venezuela.
Los
clichés son típicos de los que no tienen mucha sustancia que ofrecer. En el
caso de la llamada “revolución bolivarista”, los clichés son su oxigeno
“ideológico”. Sin ellos, la retórica oficialista se quedaría más vacía que las
arcas públicas. Y la mayoría de los clichés que repletan las declaraciones del
sucesor, provienen de ese ñangarismo criollo tan oloroso a naftalina.
Pero
volviendo a la demolición, esta es obvia por doquier. No sólo en el ámbito
estatal, sino en cualquier otro ámbito político, económico, social o cultural
de Venezuela. Y demolición sin construcción. Es decir, ruinas. Así va estando
nuestro país con el paso de estos años.
Bastaría
contrastar los enormes caudales de la bonanza petrolera con las menguadas
realidades de la vida venezolana, para dar suficiente cuenta al respecto.
Claro, Alí Rodríguez trata de maquillarlo todo con sus clichés convencionales,
y otro tanto intenta Jorge Giordani. Cabello y los suyos, no parecen tener
mucho tiempo o interés para esas disquisiciones. Son gente práctica y sobre
todo metálica.
Maduro,
en cambio, tiene unas apariencias que guardar y un predecesor que imitar. Por
eso debe esforzarse mucho en el tema de los clichés. En la profusión de los
mismos, no hay cambio entre el ayer y el hoy de la “revolución”, pero sí lo hay
en cuanto a la capacidad persuasiva. Los clichés de Chávez podían convencer a
gran parte de la población, los de Maduro, aunque sean versiones repetidas y
adaptadas, no.
Los
discursos oficialistas parecen todos sacados del librito de Eduardo Galeano
sobre el imperialismo gringo y las venas abiertas de América Latina… Pero la
práctica del oficialismo no está tan inspirada en viejos esquemas de aspiración
doctrinaria, como en una obsesión insaciable de poder y petrodólares.
A
Citgo no la van a vender para financiar el florecimiento del Estado comunal o
para promover los proyectos de autogestión social de las comunas rojas… No.
Nada que ver. La van a vender con la excusa de pagar deudas, lo que significa
que se apoderarán de esos billones. Si es que la razón por la cual tenemos
deudas casi impagables, es precisamente porque el oficialismo ha depredado los
recursos disponibles.
La
mayoría de los voceros de la hegemonía no salen de un cliché. Y algunos tienen
sus clichés favoritos. “La profundización del socialismo”, por ejemplo, o “el
desarrollo del socialismo productivo”, o, para volver de nuevo al cliché
inicial: “la demolición del Estado burgués”.
Si
toda esta tragedia llegara a prolongarse más y más, ya no quedará mucho por
demoler. Y esto no es un cliché. Es la realidad.
Fernando
Luis Egaña
flegana@gmail.com
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