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miércoles, 6 de agosto de 2014

ENRIQUE MELÉNDEZ, VENEZUELA SE HA DEDICADO A PERDER LA GUERRA FRÍA, DISCURSO DE LUIS JOSE OROPEZA,

El doctor Luis José Oropeza afirma que, habiéndose ganado la guerra fría, Venezuela se ha dedicado a perderla, y se va por los perdedores.

Destaca que no hemos tenido sino Constituciones románticas. “Nosotros hemos hecho Constituciones; que prevén la conformación de un Estado; que hacen la estructura del Estado; pero que se olvidan de la sociedad”.

La afirmación la hizo en la presentación de su libro “Venezuela: la fábula de una riqueza. El valle sin amos”, en un evento, que se realizó en Cedice, y que contó con la presencia del sector académico, ligado al doctor Oropeza.

A continuación el texto de su discurso:

Este libro me nació de la preocupación, que fecundaba en mí en torno a la idea de que no es posible que la política de independencia de los pueblos de América Latina a estas alturas del Siglo XXI todavía no haya podido superar los estratos más elementales, los escalones más elementales de una posibilidad de surgir, de crecer y de prosperar. Somos casi un “Haití” continental. Ahora, lo que sobrepasó todos los límites, es que habiéndose ganado la Guerra Fría, Venezuela se dedica a perderla, y se va por los perdedores. Ya yo no pude resistir más.

Definitivamente, había que lanzarles a los venezolanos algunas preguntas, interrogantes, indagaciones. ¿De dónde viene esto? Y cuanto más temor me daba es que si este régimen actual del siglo XXI llega a su fin, nosotros nos vamos a ser los suizos, y vamos a decir que todo se debe a Chávez. Eso no es verdad; todo se debe a nosotros, a nosotros mismos, a nuestra historia; a nuestra trayectoria en el pasado. Se remonta, incluso, a los tiempos del Estado colonial.
                                                                                             
Cuando Colón vino a América trajo consigo las ideas del Estado que tenían los reyes católicos, y aquí instalamos desde entonces la concepción del Estado como un ente bienhechor; incapaz de hacerle daño a nadie, incapaz de perjudicar, y salvar a todo el mundo. Los 300 años de La Colonia superan en 100 años los 200, que tenemos de independencia. Fuimos un país sometido al régimen mercantilista, absorbente, terriblemente, eficaz en impedir que la sociedad civil tuviera un valor importante.
                                                                                             
Cuando llegó la independencia, nosotros nos confundimos; cuando nos independizamos de España creíamos que había ganado la libertad, y todavía no la hemos ganado. Nosotros no somos independientes. Eso es mentira la emancipación de 1821 o del 10 ó del 11.

Porque en aquel momento nos independizamos de un país extraño. Pero nos sometimos al yugo de una tiranía doméstica. ¿Entonces, cómo vamos a ser libres, si en lugar de una corona se instala entre nosotros un poder omnímodo; de un hombre que lo sabe todo; que lo tiene todo; que es capaz de todo, y que nos va a salvar?

Y fueron los intelectuales los que crearon ese mito. Elías Pino Iturrieta en la presentación de este libro dice que yo pongo el dedo en muchas llagas. Eso es verdad. Una de las llagas es Fermín Toro. A nosotros nos enseñaron, desde que estudiamos bachillerato, que Fermín Toro era un prócer; excepcional, impecable, intachable. A mí no se me olvida al doctor Rafael Caldera, dándonos clases a nosotros, exaltando la figura egregia del gran republicano.
                                                                                             
Un hombre que le dijo a Monagas: “Usted me violentará, pero sepa que Fermín Toro no se prostituye”. Eso es verdad. Eso fue un gran valor cívico. Pero cuando uno lee los reportes que él escribió sobre la Ley del 10 Abril de 1834, entonces se da cuenta lo que él pensaba. ¿Qué era lo que pensaba? Que las sociedades tenían que lograr primero la igualdad. ¡Incluso a costa de la libertad!
                                                                                             
Bueno, eso fue lo que se dijo en la Revolución del 17, que para ser iguales había que arrasar a todo el mundo: la igualdad impuesta. Por eso a mí me impresionó mucho una frase de Hayek, cuando en uno de esos eventos que tenemos aquí en Cedice, manifestó que el gran factor del desarrollo humano era la desigualdad. Porque con desigualdad los hombres se superan. Las virtudes de la adversidad funcionan.
                                                                                             
Si todos fuéramos iguales, nadie trabajara, y esto es más o menos lo que es el comunismo. Bueno, ustedes saben que para justificar las tiranías en Venezuela, hubo un gran intelectual, Laureano Vallenilla Lanz; quien escribió a ese propósito “Cesarismo Democrático”. Ese fue un libro que trascendió muchos años, mucho tiempo y se hizo el libro esencial, para justificar las dictaduras en Venezuela.
                                                                                             
Pero a mí me parece que el precursor de esas ideas no fue el viejo Vallenilla. Fue Fermín Toro, y lo que más me preocupa de Fermín Toro y del tiempo en que vivió Fermín Toro es que todos sus compañeros; los grandes liberales del siglo XIX; desde el fundador de su partido: Santos Michelena, Juan Vicente González; todo ese gentío no dijo una palabra; ni censuró a Fermín Toro. A mí no me preocupa tanto que Fermín Toro lo diga; sino que lo admitan los demás.
                                                                                             
Entonces, ¿cómo fue que se le escapó la bola a estos señores por los pies? ¿Cómo no se dieron cuenta de que, incluso, había que sacrificar la libertad? El Negro (el economista y profesor Antonio Paiva), que está sentado allá, me pasó unas notas sobre Santos Michelena una vez, y allí decía que Santos Michelena, siendo ministro de Páez, no tenía ninguna potestad para decirle a éste: “Usted no puede influir sobre el Congreso. Hay separación de poderes. Usted no se puede meter en la Corte Suprema de Justicia”
                                                                                             
Páez no podía entender eso. Es posible que lo haya leído todo, incluido el libro de Adam Smith, pues la obra La Riqueza de las Naciones es del mismo año de la Revolución Americana. Seguro que ya todos estos planteamientos eran sabiduría convencional en Europa. Pero, ¿por qué en nuestro medio no?

Nosotros nos creímos distintos. Ese libro mío yo no sé si me quedó bueno o malo. Lo que sí es verdad es que plantea temas fundamentales, en los cuales hay que pensar; sólo por ello, yo les pediría a los lectores que le pongan cuidado.
                                                                                             
La verdad es que el tema de la riqueza en Venezuela no existe, porque no lo han dejado crear. Quiero advertir una cosa: yo no soy enemigo del Estado, yo no soy enemigo del Estado de Noruega; que tiene un trillón de dólares, con la mitad de la producción petrolera que tuvo Venezuela, y los tiene guardados, como hacía antes nuestro país, en un fondo.

Ellos se copiaron de nosotros. El viejo Pérez Alfonso y Betancourt inventaron la separación del Tesoro; para crear el Fondo de Inversiones de Venezuela, y lo establecieron, y Noruega se copió de eso. Nosotros, que fuimos los originarios de la idea, destruimos más de un trillón en los últimos años, más lo que se destruyó en la República civil, pero aquí el Estado ha sido el factor más eficaz para impedir el fomento de la riqueza.
                                                                                             
Ahora, ¿por qué a mí me da miedo lo que está pasando, y por qué yo pienso que hay que crearse conciencia? El trabajo que yo estoy haciendo nuevo es, precisamente, eso. Tiene que ver con las Constituciones románticas de Venezuela. Nosotros hemos hecho Constituciones; que prevén la conformación de un Estado; que hacen la estructura del Estado; pero que se olvidan de la sociedad.
                                                                                             
Por eso es que los americanos tienen una Constitución que data de hace 200 años. Porque ellos dijeron: nosotros tenemos que tenerle miedo al Estado. Porque el Estado no siempre es bueno; pues, como decía Hume, los Estados deben hacerse con las suficientes previsiones, como para que lo maligno no haga tanto daño. Nosotros creímos que las Constituciones eran para entregárselas a los arcángeles, ángeles y querubines. ¿Qué nos pasó? Bueno, entre querubines andamos.
                                                                                             
Cuando yo terminé de escribir este libro me dije: aquí pasa algo, porque yo escribí estas cosas. Resulta que yo soy de un pueblito de Venezuela, llamado Carora, del siglo XVI, y allí desde el 1900 la iniciativa privada hizo hospitales, maternidades, teléfonos, luz eléctrica, el ganado raza Carora. Todo eso fue hecho por una elite de inversionistas privados; donde el gobierno no se metió.
                                                                                             
Y cuando el gobierno, después, nacionalizó los hospitales. Todo se acabó , y todo es igualito a Caracas. No sirve. El hospital fue un modelo en Venezuela durante 40 años. Por cierto, no sé si ustedes han visto esa versión en internet del Technology, Entertainment, Design, el TED. Oigan el TED.

Esa idea de Carora me salió a mí de una intervención de Paul Bowles, el profesor de Princeton; quien dijo que había que hacer ciudades con estatutos especiales; donde el Estado no se metiera; donde las normas fueran distintas, para ver si era posible. Fue cuando dijo que Guantánamo fuera un Hong Kong. Enseguida yo me dije: pero si eso fue lo que pasó en Carora. No sería un Hong Kong. Pero sí hubo una iniciativa privada.

Aquí, pues, convivimos con una serie de mitos. Los americanos no tienen colonos, los colonos son de nosotros no más. No hay libertadores, hay los father Father. A nosotros nos encanta un mito y un gran personaje. Y no podemos estar toda la vida pensando que las instituciones hay que hacerlas lo suficientemente ponderadas, para asegurarse de que siempre va a haber un Rómulo Bentancourt que se va a adueñar de ellas.

Rómulo no abusó de las instituciones privadas. Pero, lamentablemente, Venezuela ha tenido tantos caudillos; tantos malhechores, tantas circunstancias, que nos han dañado; nos han perjudicado, y nos han metido en el drama que estamos viviendo. Yo no quiero asentar la idea de que yo soy pesimista. ¡Yo no soy ni optimista ni pesimista!

Eso es una tontería muy grande: ser optimista por optimista y pesimista por pesimista. Solamente, existe la idea de analizar críticamente las cosas. O sea, lo que es blanco es blanco. Nosotros no podemos estar creyendo en mitos. A nosotros nos encanta el mito. De ahí es de donde viene. Porque nos encanta montarnos en una fábula.
-Señores: yo no creo que el optimismo sea un recurso; el voluntarismo es muy útil. Pero no es la fórmula mágica para salir de las adversidades. De manera que yo dejo en manos del lector esos papeles y esas páginas.

Enrique Melendez O.
melendezo.enrique@yahoo.com
@emelendezo

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