Mucho se ha escrito sobre El Libertador,
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar, el gran héroe de la
independencia americana, quien naciera en la ciudad de Caracas el 24 de julio
de 1783, y muriera en la Quinta de San Pedro Alejandrino, cerca de Santa Marta,
Colombia el 17 de diciembre de 1830. Hoy, a 231 años de su nacimiento sigue
vivo el debate ideológico sobre su vida, sus hechos, sus virtudes, sus proezas,
sus mitos y sus verdades. Sin dejar de reconocer, que mucho daño se le ha hecho
a su figura, cuando se le endiosa o diviniza quitándole la fruición del hombre,
que pensó, amó y sintió el placer humano de generar un gentilicio nuevo, en un
pueblo que había vivido bajo la égida de un conquistador.
Bolívar, nació en el seno de una acaudalada
familia criolla, sus padres Juan Vicente Bolívar y María de la Concepción
Palacios, y en posesión de un mayorazgo instituido para él, por el presbítero
Juan Félix Jerez y Aristeguieta.
Nos dice nuestro insigne novelista e
historiador, Don Arturo Uslar Pietri, en prólogo que hace a Augusto Mijares en
su obra biográfica "El Libertador”, que “Bolívar era venezolano... un
venezolano de vieja data, su primer abuelo llegó a la recién fundada Caracas
cuando el siglo XVI desarrollaba lentamente sus últimos lustros. Puede decirse,
literalmente, que su familia creció con el país y estuvo directamente mezclada
a su historia”. “Pertenecían a la orgullosa casta de los blancos criollos, con
viejos papeles de hidalguía de su origen vizcaíno - la Villa de Bolívar- y con fundadas aspiraciones a un título de
nobleza”. Quedó huérfano de padre a los dos años, y de madre a los nueve,
teniendo como su principal educador al maestro Simón Rodríguez, contando además
entre sus preceptores a Andrés Bello y Guillermo Peldrón. Viajó en su juventud
por Europa con su maestro Simón Rodríguez, de cuya guía nació su inquietud por
la lectura de los clásicos latinos: Montesquieu, Rousseau, Holbach, Spinoza y
los enciclopedistas.
En 1797 ingresó como cadete en el batallón de
Milicias de blancos de los valles de Aragua y dos años más tarde en 1799, viaja
a Madrid, donde conoció a María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza, con quien
contrajo matrimonio, contando apenas 19 años de edad el 26 de mayo de 1802, y
pronto regresan a Caracas para dedicarse a la agricultura en las haciendas
heredadas de sus progenitores, y a escasos ocho meses de su matrimonio, el 22
de enero de 1803 muere su esposa, por lo que emprendió un nuevo viaje a Europa,
esta vez más consciente de la necesidad de un aprendizaje a fondo. Profundizó
sus estudios con la orientación del sabio marqués Gerónimo de Ustáriz, quien le
introdujo en la lectura de los clásicos antiguos y modernos, de los filósofos y
de los grandes pensadores. Luego de pasar por Cádiz y Madrid, viajo a Francia e
Italia, hasta radicarse en París, donde conoció a Alexander Humboldt y en 1805
se afilió a la masonería. Durante este viaje, en su visita a Roma, recorriendo con su maestro y Amigo
Simón Rodríguez el Monte Sacro, el 15 de agosto de 1805, juró libertar a su
patria. Y en 1806, al conocer la acción independentista de Miranda, emprendió
el regreso a Venezuela y después de viajar por los Estados Unidos, arribó en
junio de 1807, donde se incorporó al movimiento independentista, formando parte
de los círculos promotores del 19 de abril de 1810, siendo designado por la
Junta de Caracas, junto a López Méndez y Andrés Bello, comisionado ante el
gobierno británico. Luego de proclamada la independencia el 5 de julio de 1811,
el joven Bolívar se incorporó al ejército con el grado de coronel. Desde
entonces comienza la vida militar de quien luego fuera libertador de cinco
repúblicas: Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú, Panamá y Venezuela.
En su hazaña bélica tuvo triunfos y derrotas,
de particular interés la Batalla de Carabobo el 24 de junio de 1821, con la que
selló la independencia de Venezuela, y creó la plataforma para la independencia
de las repúblicas bolivarianas. Se reseñan hechos y acciones que encumbran su
obra. Se le ve como jurista, como estadista, como guerrero, como literato, como
humanista, y, hasta como profeta y dictador. Expresa de él Francisco García
Calderón: “Bolívar supera a unos en ambición, a otros en heroísmo, a todos en
actividad multiforme, en don profético, en imperio. Fue, en medio de gloriosos
generales, de enemigos caudillos, el héroe de Carlyle: “Fuente de luz de íntima
y nativa originalidad, virilidad, nobleza y heroísmo, a cuyo contacto todas las
almas se sienten en su elemento”. Ante él cedían todos los poderes. “A veces
-escribió su adversario el general Santander- me acerco a Bolívar lleno de
venganza y el sólo verlo y oírlo me he desarmado y he salido lleno de
admiración”. El pueblo, con infalible instinto, lo endiosa, comprende su misión
heroica. El clero lo exalta y en la misa de las iglesias católicas se canta la
gloria de Bolívar entre la Epístola y el Evangelio. Es estadista y guerrero,
traza planes de batalla, organiza legiones, redacta estatutos, da consejos de
diplomacia, dirige grandes campañas. Su genio es tan rico, tan diverso como el
de Napoleón. Cinco naciones que libertó del dominio español le parecieron
estrecho escenario para su acción magnifica. Había concebido un vasto plan de
confederación continental. Reunió en Panamá a los embajadores de diez
repúblicas y soñó en una liga anfictiónica de estas democracias para influir en
los destinos del mundo.
Agrega Francisco García Calderón: “Bolívar es
general y estadista, tan grande en los congresos como en las batallas. Es
superior a todos los caudillos como político. Es un tribuno. Es el pensador de
la revolución; redacta constituciones, analiza el estado social de las
democracias que liberta, anuncia con la precisión de un vidente el porvenir”.
Enemigo de los ideólogos, como el primer cónsul; idealista, romántico,
ambicioso de síntesis en las ideas y en la política, no olvida las rudas
condiciones de su acción. Su latino ensueño parece templado por un realismo
sajón. Discípulo de Rousseau, quiere que la autoridad del pueblo sea el único
poder que exista sobre la tierra. Ante la democracia anárquica busca
inquietamente un poder moral. En 1823 pensaba: “La soberanía del pueblo no es
ilimitada: la justicia es su base y la utilidad perfecta le pone término”. Es
republicano: desde que Napoleón (a quien tanto admiraba) fue rey, decía: “su
gloria me parece el resplandor del infierno”. No quiso ser Napoleón y menos
Iturbide, a pesar del servil entusiasmo de sus amigos. Desdeñó las glorias
imperiales para ser soldado de la independencia. Analizó profundamente los
defectos de una futura monarquía en las antiguas colonias españolas.
Aterrado contempla las contradicciones de la
vida americana y de ella extrae el sumun de esas negaciones contra la libertad.
Así escribe: “…el desorden trae la dictadura y ésta es enemiga de la
democracia”. “La continuación de la autoridad en un mismo individuo
frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos”. Y en ese
contradictorio pensar del bien y el mal extrae otras contradicciones: “La
libertad indefinida, la democracia absoluta, son los escollos donde han ido a
estrellarse todas las esperanzas republicanas”. Libertad sin licencia,
autoridad sin tiranía: tales son los ideales de Bolívar. En vano lucha por
ellos, entre generales ambiciosos y pueblos desordenados. Comprende antes de
morir la vanidad de su esfuerzo, por ello exclama: “Los que han servido a la
revolución han arado en el mar.... Si fuera posible que una parte del mundo
volviera al caos primitivo, éste sería el último periodo de la América”.
Denuncia la miseria moral de estas nuevas repúblicas con la crudeza de los
profetas hebreos: “No hay buena fe en América, ni entre los hombres, ni entre
las naciones. Los tratados son papeles; las constituciones libros; las
elecciones, combates; la libertad, anarquía, la vida, un tormento”. Enervado en
el pesimismo, credo de su madurez, se funda en el implacable análisis de los
defectos americanos. Comprendió la originalidad y los vicios del nuevo
continente. “Nosotros somos -decía- un pequeño género humano; poseemos un mundo
aparte, cercado por dilatados mares; nuevos en casi todas las artes y las
ciencias, aunque en cierto modo, viejos en los usos de la sociedad civil. Yo
considero el estado actual de la América como cuando, desplomado el imperio
romano, cada desmembración formó un sistema político, conforme a sus intereses,
situación o corporaciones....” “Ni nosotros, ni la generación que nos suceda
--pensaba en 1822-- verá el brillo de la América que estamos fundando. Yo
considero a la América en crisálida; al fin habrá una nueva casta de todas las
razas que producirá la homogeneidad del pueblo”.
En esa vida de contradicciones renace un
hombre diferente del que se originan los mitos, verdades y leyendas. El orgullo
aristocrático y la ambición lo llevaron a la autocracia. Ejerció la dictadura y
fue creyente de los beneficios de la presidencia vitalicia. Decía, que en la
república, el ejecutivo debe ser más fuerte, porque todo conspira contra él, en
tanto que en las monarquías el más fuerte debe ser el legislativo, porque todo
conspira en favor del monarca. Estas mismas ventajas deben confirmar la
necesidad de atribuir a un magistrado republicano una suma mayor de autoridad
que la que posee un príncipe constitucional. No olvida los peligros de una
presidencia autoritaria. Lo inquieta la anarquía, “que hace crecer la feroz
hidra de la discordante anarquía, como una vegetación viciosa, ahogando su obra
triunfal”. Aterrado contempla las contradicciones de la vida americana: el
desorden trae la dictadura y ésta es enemiga de la democracia. “La continuación
de la autoridad en un mismo individuo, frecuentemente ha sido el término de los
gobiernos democráticos”. Pero también: “La libertad indefinida, la democracia
absoluta, son los escollos donde han ido a estrellarse todas las esperanzas
republicanas”. Libertad sin licencia, autoridad sin tiranía fueron sus ideales,
pero en vano luchó por ellos. Hoy a sus 231 años, han querido hacer surgir un
nuevo bolivarianismo, que en realidad es una insulsa parodia del Paladín
Americano.
Enrique
Prieto Silva
eprieto@cantv.net
@Enriqueprietos
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