Hay
quienes todavía piensan que Venezuela puede convertirse en el mayor productor
de crudo del mundo. Como aspiración es encomiable, pero conforma una imagen de
ilusión más que de meta posible, sobre todo si seguimos pensando y actuando
como lo hemos hecho durante todo el período en el que hemos sido un país
petrolero con continuados visos rojizos, ahora claramente expresados.
Analizando la realidad del mundo petrolero vemos que los grandes mercados son los
Estados Unidos, Europa, y Asia, incluyendo en esta última a China, Japón y la
India y nuestros mercados preferenciales son Estados Unidos, Europa, Centro y
Sur América. Pero ¿qué está pasando en esos mercados?
Estados
Unidos, a pasos agigantados, va camino a convertirse en exportador de energía y
sus vecinos inmediatos y suplidores naturales y confiables, Canadá y México,
(que por fin logró deslastrarse de su nacionalismo retrógrado e improductivo en
petróleo) crecen en su capacidad de exportar y conforman con los
"americanos" un mercado común. Europa tiene el Mar del Norte, el
Medio Oriente, los ahora productores de la antigua Unión Soviética, Rusia y los países del Norte de África como
suplidores sin limitaciones naturales y con ventajas en cuanto a cercanía y
calidad de crudos y productos. Asia, tiene como suplidores naturales con crudos
de primera y con confiabilidad de suministro al Medio Oriente y África, entre
otros. Los grandes productores de crudo, presentes y futuros, son Estados
Unidos, Rusia y Arabia Saudita. A corto plazo, Estados Unidos no necesitará
crudos ni productos importados, Brasil confronta la autosuficiencia, Bolivia
exporta y Colombia y Argentina crecen como países petroleros. Nuestros otros
mercados de Centro y Sur América son mínimos.
Realidad
es dramática. Tenemos una producción en descenso, una calidad de crudos
mayoritariamente mala, con insuficientes medianos y livianos que son los que
pueden ir a nuestras refinerías; un mercado interno creciente que ahora
requiere importación de productos y crudos; una capacidad de refinación
estancada en su crecimiento y malograda en su mantenimiento y manejo;
requerimiento de grandes inversiones por la necesidad de refinar parcialmente
nuestros crudos de la faja para hacerlos comercializables y manejables; un
historial de inconfiabilidad como suplidor en nuestro reciente pero ahora único
pasado; una propiedad mayoritaria de la actividad petrolera en manos de un
estado gerencial, técnica y financieramente incapaz, que le pide prestado a los
socios minoritarios y a los suplidores de servicios; un país destruido y en
proceso de quiebra que requiere inmensas inversiones y un Estado que es dueño
de todo pero que no dispone ni dispondrá de los recursos humanos y financieros
necesarios para la tarea que tiene que acometer; una imposibilidad de atraer a
los inversionistas nacionales y extranjeros para que vengan a producir nuestro
petróleo costoso y de mala calidad y que será difícil vender o venderlo a
precio más bajo, porque nuestros mercados naturales estarán copados y los otros
tendrán alternativas de mejores crudos. Agreguemos las limitaciones y la
inflexibilidad de toda índole en materia petrolera desde el punto de vista
ideológico y legislativo. Y esta es solo una muestra de nuestra realidad petrolera
de la que ahora dependemos exclusivamente.
La
pregunta: ¿estamos preparados para hacer los cambios a todas luces
indispensables en nuestras políticas y estrategias para adaptarnos a nuestra
nueva y triste pero cierta realidad?
Odoardo
León-Ponte
odoardolp@gmail.com
@oleopon
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