Como dicen los gringos, el 12 de
Febrero marca un “turning point” en la política venezolana. Hasta ese día la dinámica gobierno-oposición
se desarrollaba a ritmo sosegado, con críticas y reclamos recubiertos con
algodones amortiguadores. A partir de
ese día -Día de la juventud- el sosiego se transformó en efervescencia, los
estudiantes se lanzaron a la calle a protestar y allí se han mantenido por 90
días con su moral intacta.
En tres meses el gobierno no ha sido capaz de hacerse una autocrítica, una vez más se pone en evidencia que la vocación totalitaria tiene como una de sus ingredientes la infalibilidad. La verdad oficial no admite dudas ni mucho menos cuestionamientos.
Ha sido visible que la protesta de los
estudiantes es pacífica, sin armas, sin violencia. Aparte de sus reivindicaciones especificas,
sectoriales, que son muchas porque en estos quince años el gobierno le ha
declarado la guerra a las universidades, lo que reclaman los estudiantes es el
retorno a la democracia, el restablecimiento de la institucionalidad
republicana, la defensa de la soberanía nacional, ultrajada por la sumisión del
gobierno ante los contingentes de
ocupación de milicianos cubanos.
La única respuesta del gobierno ha sido
y sigue siendo la agresión armada, brutal, sanguinaria, encabezada por
colectivos paramilitares entrenados para matar, siempre con disparos certeros a
la cabeza. Ya son muchos los estudiantes
asesinados, heridos, muchos todavía permanecen en terapia intensiva. Si no
recuerdo mal, ni los sicarios del psicópata criminal Pedro Estrada, arquetipo
en Venezuela del policía torturador, despreciativo de la dignidad humana, se le
ocurrió lo que hemos visto en esta fase terminal de la autocracia chavista: la
violación de un estudiante con el cañon de un fusil que se le introdujo por el
recto por un guardia nacional.
El apogeo de la represión ha sido el
desmantelamiento en la alta madrugada por
contingentes armados hasta los dientes, con uniformes negros, capuchas
negras, cascos negros, anteojos negros, que llegaron en motocicletas de alto
cilindraje a los campamentos estudiantiles, los desmantelaron, y se llevaron
presos a todos los estudiantes. El
muñidor de aquella hazaña bélica es el
ministro Rodríguez Torres, quien salió a la palestra pública para acusar a los estudiantes de tener drogas, armas,
dólares (que no podían faltar) y de vivir en promiscuidad. La verdad comprobada día y noche, por
millares de venezolanos es que en estos campamentos prevalecía una organización
y un orden admirables y que los estudiantes se mantenían por las contribuciones
en comida y refrescos de la sociedad civil.
Vargas Llosa escribió su famosa novela
La Fiesta del Chivo, sobre las barbaridades cometidas por el tirano dominicano
Rafael Leonidas Trujillo, tendría abundante material para escribir otra novela
sobre la represión, las torturas, los asesinatos, las vagabunderías, que tienen lugar en Venezuela.
Los
estudiantes no se rinden. Están seguros
que su generación también hará historia en Venezuela. Anótenlo!!
Octavio
Lepage
olepageb@gmail.com
@Octaviolepage
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